Nebraska (Alexander Payne, 2013), el sexto largometraje como director de Alexander Payne, es más aguda para comentar la crisis económica norteamericana, que muchas obras que tratan el tema de manera más directa. El acercamiento postdramático ocurre cuando la familia ya se ha desmembrado de manera fulminante, po fricciones que han durado décadas. Nos encontramos con las secuelas de muchos años de previsible comportamiento, relato pausado en un ritmo suculento, en espacios amplios donde los sentimientos guardados pueden respirar, en una suerte de alquimia que no deja de recordar a ese Wim Wenders aterrizando en Hollywood, en los tiempos de Paris, Texas (1984). El pasado se encuentra implícito en cada paisaje, en cada forma de mirar, en todos los movimientos.
Woody Grant (Bruce Dern) es el patriarca, de escueto cabello largo, que ya muy entrado en años se pierde caminando en las avenidas de su ciudad, como si fuera un fantasma sin memoria. Kate Grant (June Squibb) es la madre, su esposa, de cabello completamente blanco y bien peinado, que gracias a la exacerbada fotografía blanco y negro se asemeja a un objeto más en el paisaje, un elemento tan americano como podría ser un automóvil Chevrolet. Kate esta harta de Woody, y no se preocupa por ocultarlo, lo hace evidente al reclamarle constantemente a grito pelón. El adulto que, rebasando los cuarenta, sigue siendo un niño, hijo de ambos, Dave Grant (Will Forte), sin un sentido claro de vida, sobrevive simplemente por sobrevivir. Así, Dave aprovecha la ocasión para despertar de su letargo, y decide intervenir para darle un gusto a su padre. Woody recibió un mensaje por correo que lo acredita como ganador de un millón de dólares por una subscripción a una revista, sólo tiene que recoger su premio en un poblado no muy lejano, específicamente en el estado de Nebraska. Su hijo David, consciente de que simplemente es publicidad que nadie creería, más que por lo visto su padre, se apiada de él y decide llevárselo manejando en automóvil, desde la ciudad que habitan en Montana. En esta road movie que cruza el midwest americano y que como todo viaje iniciático contiene intercambios metafísicos, el padre se volverá hijo, y su hijo se convertirá en padre, así David podrá conocer finalmente no sólo quien es su padre, y luego quién es su madre, sino quién es él mismo.
En esta feria de comparaciones, David y Woody arriban en el pueblo natal de sus padres, que se ubica también en Nebraska, y conoce a su familia de origen. Sus primos, un par gemelos idiotas de Alicia en el País de las Maravillas, le dejarán claro que no vive en el peor lugar del mundo, pero que probablemente sus primos tampoco; sucede que la escala de sitios y mentalidades rebasa por mucho lo que él pretendía conocer. El rumor de que Woody es millonario cambia la percepción de la gente sobre él, se vuelve alabado. El pueblo y la avaricia del mundo hacen que los padres recuerden por qué decidieron estar juntos y Dave, al enfentarse a esta información oculta en este lugar comprende a su padre y encuentra la materia prima para poder respetarlo definitivamente, y así lograr avanzar con su propia vida. El viaje le sirve a David mucho más que a Woody en este sentido.
Cuando pasan por el monte Rushmore, haciendo una parada para admirar el monumento de las caras esculpidas de los admirados padres de la nación (Washington, Jefferson, Roosevelt, y Lincoln), a Woody los rostros no le inspiran el menor respeto, para él, ese panorama es casi inexistente. No es que David tuviera intereses políticos, o históricos, simplemente le interesa el monumento por cuestiones más estéticas que de otra índole, razones casi de naturaleza física. Es como si quisiera acercarse a la solución de sus problemas o a la fuente en otra perspectiva. Es este acercamiento al arte el que está tan ausente en estas sociedades, en la manera de convivir, y también de vivir fuera de las horas de trabajo. Los padres de la nación en el monte Rushmore, más que un recuerdo de hazañas humanas, o recordatorio político, es una obra magistral elaborada por el hombre que se despliega en contra de las leyes físicas. Es lo que no puede definir David pero llama su atención como forma de convivir con su padre. Más tarde vemos que Woody no pudo lidiar con ciertos impulsos y fue cuando se entregó al abuso de alcohol, es aquí donde el uso del arte tendría un lugar positivo en esta sociedad. Mirar la televisión borracho parece la única solución ante la aburrición.
No es la primera vez que Alexander Payne usa el road movie como método para desarrollar la maduración de sus personajes, que finalmente encuentran la manera de sobrellevar sus conflictos y trascenderlos, durante un viaje que los obliga a otro tipo de socialización. En Las Confesiones del Sr. Schmidt (2002) un viejo amargado tiene que recuperar su juventud, viajando en un camper a la boda de su hija. En Los Descendientes (2011) un padre viaja con sus hijas para recobrar el amor y respeto de ambas, tras la muerte de su esposa. En Entre Copas (2004) dos amigos tienen que recuperar su hombría que ha padecido ciertos daños ante el sistema, recorriendo la ruta del vino en California. Así sus personajes se la han pasado recuperando algo que tenían, es un viaje que más que geográfico, resulta un viaje a través del tiempo; pero en Nebraska, que también es un viaje en el tiempo, el personaje construye lo que nunca existió, no lo recupera. Quizás los padres recuperan su relación, pero ésta es la película de David, que tiene que construir su vida actual con pedazos del rompecabezas del pasado. Viajan juntos padre e hijo al punto donde todo se descompuso, retroceden en el camino de la vida, para tomar otra ruta más afortunada. Hay un guiño al final de la cinta cinematográfico, donde David decide comprarle una camioneta a su padre, así como Marty McFly, finalmente le compra la camioneta nueva que deseaba un padre al que salvó de un amargo final, todo esto viajando al pasado, me refiero al final de Volver al Futuro (Robert Zemeckis, 1985).
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