La Trampa (sobre el liberalismo y la Teoría de Juego)

En su fantástico documental para la BBC, The Trap, Adam Curtis investiga el vínculo ideológico entre el liberalismo y la teoría de juegos del matemático John Nash. La idea de liberar al individuo de sus ataduras de clase, de la opresión de los Estados totalitarios y del capitalismo voraz que había originado la crisis del 29 condujo a un nuevo paradigma que toma como bandera justamente la libertad individual. Se trata esencialmente de buenas ideas pero malas ideologías. El propio John Nash reconoce en el documental que su teoría no debió aplicarse tan radicalmente. La teoría surgió a partir de la búsqueda de una solución racional al conflicto bélico de la Unión Soviética y Estados Unidos. Pensemos en el juego: cientos de misiles en silos bajo tierra y otros más apuntándose mutuamente. El propósito: convencer a los soviéticos de que si ellos atacaban, los Estados Unidos tenían suficientes misiles para destruirlos. Los Soviéticos desistieron basándose en su propio interés, y esto creó un cierto equilibrio: un incentivo para no atacar. En el fondo de esta teoría se plantea una visión muy oscura del ser humano: éste se encuentra en un permanente estado de conflicto, al tiempo que es muy competitivo, calculador. John Nash, famoso entre otras cosas por inventar una serie de juegos crueles, llevó esta teoría hacia todo tipo de interacción humana, calculando matemáticamente los resultados. La sociedad basada en la libertad individual, pero evaluada por frías cifras, estadísticas y resultados cuantitativos. Todos deben sospechar y ser sospechosos ante otros seres humanos. Se trata de un modelo basado en la competencia y en el conflicto, sin considerar el elemento esencial en las relaciones humanas: la empatía.

En efecto, esto supone un problema al planteamiento del individualismo. O al menos al planear un sistema económico y político que propicia el individualismo y encapsula el altruismo.

El espejismo es el siguiente: el individuo es libre de elegir a sus gobernantes y, sobre todo, de elegir las marcas de los productos que consume. En el fondo lo que realmente sucede es que el flujo monetario es liberado a una competencia atroz por la sobrevivencia individual y la de los imperios corporativos, en la que prácticamente todo es permitido (mientras no se sepa o se cuente con un buen buffete de abogados). En este sentido la supuesta democracia es la pantalla sobre la que debatimos y proyectamos nuestros valores de equidad y justicia: un teatro.

El sistema económico mundial no tiene nada de equitativo: el ignominioso 1% de la población es el dueño del dinero.

Según el concepto de la sabiduría de las masas, un pueblo no puede equivocarse al elegir al mejor gobernante. Este es el fundamento de la democracia teórica; pero, en realidad, a una masa de gente se le puede manipular mediante abstracciones y nunca en las decisiones que atañen a su pequeña comunidad. Lo que sucede la mayor parte de las veces es que no se sabe lo que en realidad se discute, se vuelve irrelevante, y la discusión ocurre sobre posturas polarizantes en asuntos que dividen la opinión pública. En el fondo, la gestión y el status quo del Estado no se discute ni se debate. Quizá la razón sea que el sistema de competencia liberal crea el problema de la corrupción y, de hecho, lo perpetúa. Al mismo tiempo se le puede relacionar al presente estado de desigualdad. Hemos abrazado como valores el trabajo remunerado, el consumo, la explotación irracional de los recursos humanos; todo a partir del mismo malentendido ideológico.

Ahí están los medios de comunicación, insertos también en esta ecología. Por una parte son depredadores de políticos en desgracia o en escándalo; es parte del show. Por otra parte apoyan a la facción política que les permita extender su imperio para después ponerlos bajo la lupa y someterlos.

En los tiempos de las redes sociales, en los que cada individuo puede tener voz y voto, no para elegir a cierto ciudadano-en-vías-de-corromperse, sino para el debate y la gestión de los temas que a ese ciudadano le interesan, a nivel de su hábitat (los asuntos  de su interés puede que sean remotos, la aldea global es ubicua) necesitamos replantearnos conceptos disfuncionales como el Estado mismo y el sistema de representación popular.

Al final se verá si otro mundo es posible, pero para eso es necesario destruir ciertos mitos, como el de la sociedad equitativa, el libre mercado y la democracia. Llamar a las cosas por su nombre.

 

Documental completo aquí

Twitter del autor: @kusali

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