La institucionalización del favor: a 85 años del PRI

La historia mexicana en el siglo XX no podría explicarse sin la presencia del Partido Revolucionario Institucional, organización política que durante 71 años estuvo al frente del gobierno mexicano (1929-2000) y que en 2012, tras dos sexenios panistas, ha vuelto a ocupar el gobierno federal. Dentro de la narrativa priísta se ensalza la idea de que la fundación del Partido Nacional Revolucionario, gestada durante el último año del gobierno de Plutarco Elías Calles y consumada al año siguiente (1929), representó la transición entre la era de los caudillos emanados de la Revolución Mexicana y la era de las instituciones: la entrada de México en la modernidad. Sin embargo, más allá de “modernidad”, podría hablarse de la “institucionalización del favor” para permanecer en el poder indefinidamente.

El PRI representa la tradición mexicana llevada al gobierno; es un partido que ha explotado vicios sociales como la corrupción y el nepotismo para la consecución de sus fines: administrar el poder y permanecer en él; en este sentido el PRI no ha creado una forma de gobernar, sino ha reciclado el legado de la Colonia, un Estado robusto sostenido por la burguesía a la que mantenía conforme a partir de dádivas. El PRI es consecuencia del contexto histórico nacional, el cual a su vez es materializado en una sociedad que por primera vez renuncia a la vía armada como vehículo de cambio.

El año de 1928 fue capital para la fundación del PRI; la sociedad mexicana se hallaba en una especie de agotamiento generacional: más de 100 años entre guerras intestinas y extranjeras parecían haber menguado los ánimos de confrontación en el país; si bien hubo más de tres décadas de paz y relativa estabilidad durante el Porfiriato, nada de ello quedaba tras una década de revuelta revolucionaria.

Tras los gobiernos de Álvaro Obregón (1920-1924) y Plutarco Elías Calles (1924-1928), y consumado el asesinato de Obregón (17 de julio de 1928) días después de haber sido declarado presidente electo para suceder a Calles, la única opción para evitar que se reavivara la revuelta social era buscar la vía política, en este caso institucionalizar la Revolución Mexicana (el descontento social) a través de un partido monolítico. El 1 de septiembre de 1928, durante su último informe presidencial, Plutarco Elías Calles, señalado por algunos sectores como el autor intelectual del magnicidio, hizo hincapié en la necesidad de conducir al país atendiendo los intereses generales por encima de los de un solo hombre. En marzo de 1929 el partido que concentraría las distintas fuerzas políticas y sociales venidas de la Revolución Mexicana era una realidad; a partir de entonces el llamado “Jefe Máximo de la Revolución” mantuvo su hegemonía sobre los siguientes mandatarios (Portes Gil, Ortiz Rubio y Abelardo L. Rodríguez) hasta 1934, año en que llegó a la presidencia Lázaro Cárdenas.

A lo largo de los años, el PRI ha sofisticado la centenaria tradición de trasplantar cabezas; dicho en otras palabras, la llegada del PRI representó la oportunidad de que un sistema de confrontación armada por el poder se convirtiera en un conglomerado que sirva a un mismo fin; es decir, lo que en ocasiones anteriores se realizaba mediante el derrocamiento destinado a cambiar el sistema de gobierno, fue posible integrarlo en un régimen autoritario que mediante la disciplina de sus integrantes ofrece la oportunidad de ascender al poder, asumiendo el compromiso tácito de no cambiar el sistema, sino gestionar para perpetuarlo. La llave mágica fue la repartición del poder y los beneficios que trajo consigo el pago de cuotas que mantenía conforme a algunos sectores de la oposición, a la vez que postergaba sus deseos por llegar al poder. Ésta fue la tradición mexicana a lo largo del siglo XX.

Néstor García Canclini, en su libro Culturas híbridas, estrategias para entrar y salir de la modernidad (1989), aborda los sistemas de gobierno que predominaron en América Latina durante los siglos posteriores a la Colonia, específicamente en Argentina, Brasil y México; dentro de este contexto se refiere a lo que llama la “institucionalización del favor”, en la cual los gobiernos ofrecen, hasta el punto de generar dependencia, “favores” a distintos sectores de la sociedad (intelectuales, políticos, empresarios, civiles, etcétera), de manera que, aun inconformes, queden adheridos al régimen por una especie de deuda que será cobrada únicamente en la desavenencia. Señala Canclini (1989, p. 88): “El favor es tan antimoderno como la esclavitud, pero ‘más simpático’ y susceptible de unirse al liberalismo por su ingrediente de arbitrio, por el juego fluido de estima y autoestima al que somete el interés material […] el favor practica la dependencia de la persona, la excepción a la regla, la cultura interesada y la remuneración a servicios personales”.

La “institucionalización del favor” tuvo lugar en México en el último cuarto del siglo XIX con la llegada de Porfirio Díaz al poder, en parte ello hizo posible que se mantuviera tantos años en él, a la vez que generó la inconformidad de los distintos sectores que promovieron el fin de la Dictadura: el inicio de la Revolución Mexicana. No obstante, el afianzamiento del “favor” como forma de gobierno fue “institucionalizado” por el PRI.

En su ensayo “De la Independencia a la Revolución”, incluido en el libro El laberinto de la soledad (1972), Octavio Paz presenta la Reforma como un periodo crucial para el futuro de México, la gran oportunidad de culminar por la vía política las diferencias exaltadas en el campo de batalla; sin embargo, esta oportunidad se desvaneció cuando los liberales optaron por exterminar a los conservadores, en vez de negociar con ellos, una vez derrotados, la integración de un sistema bipartidista que diera lugar a la alternancia pacífica entre corrientes, como el norteamericano. Escribe Octavio Paz (1972, pp. 116-117):

La República, sin enemigo al frente, derrotados conservadores e imperialistas, se encuentra de pronto sin base social. Al romper lazos con el pasado, los rompe también con la realidad mexicana. El poder será de quien se atreva a alargar la mano. Y Porfirio Díaz se atreve […]. El "soldado del 2 de abril" se convierte en "el héroe de la paz". Suprime la anarquía, pero sacrifica la libertad. Reconcilia a los mexicanos, pero restaura los privilegios. Organiza el país, pero prolonga un feudalismo anacrónico e impío, que nada suavizaba (las Leyes de Indias contenían preceptos que protegían a los indios). Estimula el comercio, construye ferrocarriles, limpia de deudas la Hacienda Pública y crea las primeras industrias modernas, pero abre las puertas al capitalismo angloamericano. En esos años México inicia su vida de país semicolonial.

Éste es el sistema que heredó el PRI, un régimen en el que el personaje importaba más que el proyecto y al que, como consecuencia, diversos individuos pretendían ascender, por los medios que fuera. De la misma manera en que Octavio Paz en El laberinto de la soledad (1972, p. 120) asegura que “la Dictadura completa la obra de la Reforma”, podría exponerse que el PRI completa la obra de la Dictadura. Este partido se sirvió de la incapacidad de los liberales del siglo XIX para formar un sistema de competencia entre partidos políticos, así como del agotamiento de la sociedad por los estragos de la Revolución; nació desde el poder para convertirse (no en contendiente sino) en el partido de gobierno.

De cierta manera, la fundación del PRI fue la respuesta que encontró el entonces presidente de la República, Plutarco Elías Calles, para hacer patente lo que en sus palabras sería la consumación de la Revolución Mexicana, lo cual estaba en riesgo tras el reciente asesinato de Álvaro Obregón, quien habría de ocupar la presidencia entre 1928 y 1932; en Historia Mínima de México (Cosío Villegas et al., 1973, p.101) describen este punto de la siguiente manera:

El objetivo principal de fundar un partido era manifestar a partir de los hechos que ya no importaban los personajes sino las instituciones que les daban sustento. Además, las funciones del nuevo organismo serían múltiples. Prestar una fuerza refleja a los hombres nuevos que por la exigencia legal de la no reelección irían accediendo al poder. Evitar la anarquía de las contiendas electorales que, sangrientas o no, diezmaban o dividían las filas revolucionarias, permitiendo en cambio la alternabilidad, o por lo menos la participación en el poder de los grupos representados en el propio partido. Y llevar a una forma menor y controlable –que frecuentemente se resolvería en una pugna meramente ideológica– las contradicciones reales de la sociedad mexicana.

La muerte de Obregón se convirtió, hasta cierto punto, en el símbolo manifiesto de la caída de los caudillos a manos de la institución; si bien el PRI como institución no fue “responsable” de la muerte de Obregón, en el plano simbólico quedó establecido que el partido era más importante que el personaje; la memoria del caudillo, incluidos eventuales deseos de venganza e inclusive cierta presión para investigar la supuesta participación de Calles en el asesinato fueron sepultados por el otrora Partido Nacional Revolucionario.

Al ser el PRI un partido creado desde el gobierno, de manera automática se suprimió la posibilidad de cambiar el régimen que lo encumbró. El partido no fue creado para cambiar el sistema, en mayor parte heredado por la dictadura de Porfirio Díaz, sino para aglutinar a todas las fuerzas, conformes e inconformes, a fin de incorporarlos al debate político. En este sentido, el PRI fue creado para hacer perdurar el sistema por la vía pacífica: un Estado autoritario que apapachaba y golpeaba en los momentos precisos, paternalista sin recato. Cuando la oposición pudo afianzarse, el partido de gobierno ya era demasiado robusto.

El PRI surgió como la opción política que consumaría los principios de la Revolución Mexicana; sin embargo, en realidad terminó prolongando una versión matizada del régimen porfirista, permitiendo la alternancia disciplinada al interior y haciendo de las demandas revolucionarias, las dádivas (o “favores”) que además de legitimidad, le proveían popularidad suficiente para perpetuarse en el poder. Cada sexenio los candidatos en turno pedían el voto de los ciudadanos para, por fin y de una buena vez, consumar los principios de la Revolución Mexicana; así el siguiente candidato y el siguiente hasta inicios de los años ochenta, cuando la crisis dejada por López Portillo dio lugar a la solicitud de créditos internacionales, cuya prenda fue la instauración de diversas políticas neoliberales, las cuales han sido ampliadas de manera progresiva, por priístas y panistas, hasta llegar a febrero de 2013, cuando el PRI modificó sus documentos básicos (estatutos internos) para poder legislar en pro del IVA generalizado para alimentos y medicinas (este punto quedó de lado en las iniciativas presentadas por el Poder Ejecutivo ante el Poder Legislativo, sin embargo la puerta se mantiene abierta), así como de la apertura del sector energético a la inversión privada, nacional y extranjera. El PRI dejó a un lado la Revolución de una vez por todas (que además de la no reelección era lo único que hasta cierto punto lo separaba, histórica e ideológicamente, de Porfirio Díaz); sin embargo, aun en este “nuevo” rumbo promueve, a fuerza de dádivas y manotazos, la disciplina que da cohesión a un partido (no “nuevo” sino) hegemónico, como lo ha sido desde su fundación, hace 85 años.

Durante su sexenio, Zedillo habló de la “sana distancia” entre partido y gobierno, el saldo fue la pérdida de la presidencia; ahora que la han recuperado, prefieren hablar de la “sana cercanía”: más valen 71 años en el gobierno que 12 en la oposición.

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1. El Partido Nacional Revolucionario es el nombre con el que se fundó el partido (1929), más adelante fue convertido en Partido de la Revolución Mexicana (1938) y por último en Partido Revolucionario Institucional (1946).

-Cosío Villegas, Daniel et al. (1973). Historia Mínima de México, México: El Colegio de México.

-García Canclini, Néstor (1989). Culturas híbridas. Estrategias para entrar y salir de la modernidad, México: Grijalbo.

-Paz, Octavo (1972). El laberinto de la soledad, 3.ª ed., México: Fondo de Cultura Económica.

 

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