¿La ciencia debería admitir la existencia de los milagros?

 

El más hermoso sistema solar, los planetas, y cometas, podía sólo proceder del consejo y dominio de un Ser inteligente y poderoso.

-Isaac Newton

La relación entre ciencia y milagros ha sido larga y tortuosa: en nuestros días, dicha relación toma la forma de dos partidos aparentemente irreconciliables, y entre los que tratan de convencer a los demás de que están equivocados y ellos en lo cierto. Una encuesta de Elaine Eklund, directora del programa de Religión y Vida Pública en la Universidad de Rice, busca hallar nuevas perspectivas en dicha relación, para lo cual entrevistó a más de 10 mil estadounidenses (incluyendo miles de protestantes evangélicos) para conocer sus ideas y prejuicios respecto a los ámbitos de la religión y la ciencia.

El estudio encontró que casi la mitad de los evangélicos entrevistados creen que "la ciencia y la religión pueden trabajar juntas y apoyarse mutuamente", lo que puede cimentarse sobre cierta base metodológica al tomar en cuenta que las prácticas cotidianas y las creencias de los científicos son muy similares a las de la gente, por decirlo así, común y corriente.

Eklund afirma que este punto de vista puede brindar "un mensaje de esperanza a los legisladores de la ciencia y educadores, pues ambos grupos no deben acercarse a la religión con una actitud combativa". El estudio afirma también que casi 60% de los evangelistas (quienes, por otra parte, enseñan a sus hijos que la Tierra fue creada poco antes de la aparición del hombre mediante la "teoría" del diseño inteligente) creen que "los científicos deberían estar abiertos a considerar los milagros en sus teorías o explicaciones".

Ya se ve que el optimismo y buena voluntad del estudio de Eklund se topa muy pronto con una barrera importante—o, al menos, para no abogar por una "actitud combativa", con una diferencia en cuanto a las definiciones de lo que se entiende por "milagros".

Por un lado, los científicos no están del todo desapegados del asombro que conlleva la presencia de un milagro: es parte de su trabajo diario observarlos, desentrañarlos y proveer hipótesis acerca de cómo se producen cosas que a primera vista pueden parecer inexplicables; el problema aparece cuando son los científicos quienes deben incluir la existencia del milagro en los laboratorios, sin sugerir la misma reciprocidad por parte del auditorio religioso: considerar el punto de vista científico dentro de los lugares de culto.

Al final de su famoso tratado sobre la gravedad, Isaac Newton no dejó de celebrar la belleza del sistema solar atribuyéndosela a la poderosa inteligencia de un ser superior. Newton explicó cómo la gravedad del sol conforma las órbitas de los planetas y las mantiene en ellas, pero no pudo explicar cómo llegaron ahí los planetas; su teoría, pues, fue en un principio una mezcla de explicación natural y sobrenatural. Sin embargo, pocas décadas después, Pierre Laplace explicó la "milagrosa" conformación del sistema solar: una nube densísima de materia girando en torno a sí misma se comprimió y aplanó bajo enormes fuerzas gravitatorias, produciendo el acomodo de los planetas y su mecánica. El orden del cielo quedaba, pues, demostrado sin recurrir a los milagros.

Un episodio reciente en esta larga disputa terminológica ocurrió en el "debate" (aunque hay que ser demasiado generosos para ver en esta carnicería un debate) entre el creacionista Ken Ham y el astrónomo Bill Nye: ¿qué cambiaría tu punto de vista? Para el creacionista, la respuesta es nada: nada puede cambiar las Escrituras, en las que sus creencias se basan; para el científico, cambiar de opinión sería simple, siempre y cuando tuviera evidencia (el debate completo puede verse aquí):

Pero tal vez lo que separe a la ciencia de la religión sea la naturaleza de lo que unos y otros entienden por "milagros". Por ejemplo, para un creyente, el milagro es una manifestación clara de una inteligencia sobrenatural, un evento que parece haber venido de la "nada". Para un científico, un milagro podría ser algo cuya explicación aún no se conoce, e incluso, aunque se conociera (como en el caso del sistema solar), algo que sigue produciendo asombro. 

Por otra parte, es innegable el aporte que la fe puede producir en los pensadores: si no se hubieran sentido llevados por una urgencia religiosa, tal vez ni Pascal, ni Spinoza, ni Kafka hubieran escrito. Pero es tal vez, como diría María Zambrano, "lo divino en el hombre", lo que nos lleva ulteriormente a indagar los misterios de la creación y la vida, con la esperanza inquebrantable, como dijera Einstein, de sorprender a Dios mientras trabaja.

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