La Ley de Scott
Si piensas que puedes vivir en este mundo y no ser parte de él, lo único que puedo decir es que te equivocas.
-Westray, El Consejero
Tony Scott, el hermano de Ridley Scott, se suicidó mientras filmaban El Consejero (Ridley detuvo el rodaje de El Consejero por una semana) e inevitablemente esto le dio un nuevo tono a la película. Cuando murió, Tony Scott trabajaba en la preproducción de Top Gun 2, con Tom Cruise. Parece ser que no tenía cáncer cerebral ni ninguna otra enfermedad terminal como en aquel momento reportaron algunos medios, quienes además aseguraban que esa era la razón por la cual se quitó la vida (supuestamente). Como sugerí antes, un subtexto oculto de la película podría ser una crítica a Hollywood. Mientras investigaba para este artículo, encontré en el blog de Alex Cox algo sobre los hermanos Scott que me parece relevante:
[Los Scott] hacían comerciales y cuando se mudaron a Estados Unidos se interesaron en la maquinaria hollywoodense relacionada con el Pentágono y las porristas. Los hermanos crearon propaganda de reclutamiento lustrosa y dinámica como Top Gun y La Caída del Halcón Negro y, en el caso de Tony, propaganda a favor de la tortura como Hombre en Llamas. Así que me pregunto cuál era el contenido de las cartas de suicidio que Tony dejó antes de saltar desde ese puente. La policía de Los Ángeles, conocida por filtrar información sobre las celebridades, ha permanecido inusualmente callada al respecto. Quizá las notas sólo eran mensajes de amor para su familia. Quizá fueron largas diatribas condenando a los estudios de Hollywood por ser hipócritas, listas negras de mafiosos. O —y esto es lo que yo espero— quizá las han mantenido en secreto porque son un mea culpa: una apología por todos los años que Scott desperdició su talento al promover la tortura y la guerra. [Para reforzar su argumento, Cox cita a Tricia Jenkins en “CIA in Hollywood” e incluye una lista de actores, directores, escritores, productores y ejecutivos de estudios a quienes el autor vincula a la CIA y que generalmente 1) visitan las instalaciones de la CIA para divertirse con los agentes, 2) reciben instrucción de la CIA, o 3) promocionan activamente el reclutamiento de la agencia.] Tony Scott está entre los principales de esa lista, según reporta Jenkins; a la CIA le gustaba mucho Top Gun, su obra maestra: “La mejor herramienta de reclutamiento para la fuerza naval —específicamente para la aviación naval— que jamás existió”, y “buscaban otro proyecto que hiciera algo similar”.
La “corrupción condicional” se define así: “la falta de ética de los individuos no depende de cálculos analíticos de costo-beneficio, sino más bien de las normas sociales implicadas por la deshonestidad de otros y de la prominencia de la misma” ("Contagion and Differentiation in Unethical Behavior”). Es decir, las personas se comportan de manera deshonesta no sólo porque quieren obtener algo a cambio de nada, sino porque les parece algo normal. Y les parece normal porque lo es.
Fuera de películas o documentales, no tengo mucha experiencia en el mundo de abogados e inversionistas, criminales corporativos, manipulaciones de la CIA, cárteles de drogas o transacciones multimillonarias (en Hollywood o en cualquier otro lado). Sin embargo, me parece lógico que cuando se presenta la oportunidad para ignorar la moralidad —cuando esto forma parte de los negocios—, el riesgo de no sucumbir y quedarse atrás con el resto de los perdedores (todos aquellos que sí tienen pensamientos éticos y se rigen por ellos) o, lo que es peor, convertirse en la víctima del engaño de alguien más, se puede percibir como un riesgo mayor al de ser corrupto. Si te entrenan y condicionan para creer que el éxito sea sinónimo de tu valor como individuo, entonces las consideraciones morales eventualmente serán sacrificadas por “un buen sentido de negocios”. La corrupción tiende a incrementar y la naturaleza de la putrefacción nubla su propia evidencia, de manera que la primera cosa que se pierde es el sentido del olfato. Cuando sucumbimos ante lo corrupto no lo vemos como corrupción. Solamente estamos conscientes de que lo hacemos para asegurar nuestra propia “felicidad”.
Indudablemente, McCarthy y Scott están conscientes de cuánta presión han ejercido el riesgo moral y la corrupción condicional a lo largo de los últimos años dentro del mundo corporativo (que es todo el mundo), y han entretejido diestramente estas preocupaciones dentro de su parábola infernal para que la película parezca basada en sucesos actuales y en problemas globales, al tiempo que retratan honestamente su paisaje surreal, el realismo de la magia negra. Eso es un logro impresionante y es lamentable que tantas personas —especialmente tan pocas con el poder y responsabilidad de atraer a otros hacia la película, es decir los críticos— no estuvieran dispuestos o fueran capaces de reconocerlo. Pero pocas personas quieren reconocer el valor detrás de la ficción en El Consejero, ya que revela que la putrefacción se encuentra en sus sótanos y sus jardines. La fosa séptica contiene la mierda de todos.
El desapego irónico es la forma más “sofisticada” en que las personas pueden evitar sentirse abrumadas por el horror existencial y la repulsión moral de los hechos que se desenvuelven a su alrededor. Algunas películas y programas de televisión hacen que el desapego irónico sea más accesible (la serie completa de Breaking Bad fue desapego irónico) porque nos permiten sentir que realmente estamos expuestos a las realidades brutales y desoladas del mundo (violencia, corrupción, adicción a las drogas, enfermedades, pobreza, locura y colapso moral), sin tener que sentir sus consecuencias. Esto da pie a una superioridad de “lo he visto todo ya” y una perspectiva cínica que es ingenua y patética al mismo tiempo porque mágicamente todo el horror sucede más allá de nuestra experiencia directa, del otro lado de la película, televisión o pantalla. Aquellos que disfrutan del entretenimiento también se aprovechan del desapego lujoso de la vida consumista que ha sido creada para ellos, por y a través de la misma corrupción que milagrosamente se ha reciclado como “entretenimiento” (aunque en realidad es sólo instrucción e ideología).
En El Consejero la ingenuidad y el cinismo son sinónimos porque es ingenuo —mortalmente ingenuo— creer que podemos satisfacer nuestros propios deseos sin tomar en cuenta las consecuencias que implican para otros y escapar limpios. Siempre hay un depredador más grande, y eventualmente nos encontrará. Mientras más crezcamos, más apetitosos nos vemos. Y eso es lo que le depara a Malkina. El cinismo nos prepara para el caer del hacha, mientras que la ingenuidad no nos permite ver nuestra sentencia hasta que es demasiado tarde.
Durante una entrevista, el escritor Michael Parenti explicó:
Una de las funciones del estado capitalista es proteger el capitalismo de sí mismo, defender el capitalismo de los capitalistas […] Fue Marx quien dijo que un capitalista matará a muchos otros capitalistas, que el sistema se consume a sí mismo […] El mercado libre no funciona. Realmente no es un mercado; es un saqueo […] La plutocracia devora a sus propios hijos […] El capitalismo cría perpetradores venales y premia a los más inescrupulosos. Los crímenes y las crisis no son partidas irracionales de un sistema racional, sino lo opuesto: son los resultados racionales de un sistema que es básicamente irracional y amoral.
La naturaleza del capitalismo es crecer a través de cualquier medio necesario. Los miembros de un sistema capitalista son como tiburones: se dirigen a los lugares donde la cacería es mejor, donde pueden obtener más. Cuando los tiburones ya no tienen presas —o crecen demasiado para interesarse en los peces pequeños— comienzan a comerse unos a los otros. Estados Unidos y la economía global se encuentran al borde de un frenesí de tiburones y como el mundo corporativo, el mundo militar y político de los cárteles están fundamentados en que “el poder reina”, la agresión desmesurada es la única manera en la que el poder puede establecerse como un poder. Básicamente, el bando victorioso es el último maníaco de pie. Cuando el frenesí ha terminado y no queda nada más que comer, lo único que resta es la hambruna y una matanza inimaginable.
La sociedad es un sistema de valorización. No podemos participar en esos valores o depender del sistema sin ser, hasta cierto grado, cómplices que lo mantienen vivo. Así como el ritual vacío de la confesión católica es una licencia para llevar una vida llena de pecado, los valores humanísticos que adoptamos fungen como una coartada para poder sostener un sistema inhumano. Esas Murallas no están ahí para evitar que entren los bárbaros —los verdaderos bárbaros ya están adentro, fiesteando hasta no poder más en sus altísimos rascacielos. Las barreras están ahí para que los ciudadanos —nosotros— no tengamos que ver las barbaridades necesarias para mantener nuestra civilizada forma de vida. El verdadero corazón de nuestra civilización yace debajo de la ciudad, en la máquina donde los esclavos laboran sin cesar, donde los monstruos devoran y los condenados gritan.
La audiencia y los críticos podrían resentir una película que los obliga a pensar, al menos de manera en la que no están acostumbrados a hacerlo, y eso los pone incómodos. Les puede parecer difícil entender una película que realmente se trata de algo pero que no les dice explícitamente cómo deben sentirse al respecto. El Consejero no tiene mecanismos como Belleza Americana, Sin Perdón o Amor Sin Escalas, que permiten al espectador felicitarse por su sensibilidad e inteligencia para poder lidiar con temas difíciles y radicales. Estas películas retratan los valores dominantes de la cultura que las ve nacer y sutil —y no tan sutilmente— los promueven mientras parecen subvertirlos. El Consejero rompe con las reglas de combate entre el espectador y el contenido, no sólo porque ignora las convenciones de la narrativa (una película de atraco sin un atraco, un héroe que en realidad es un testigo de las consecuencias de su mal juicio e ineptitud), sino porque no ofrece la satisfacción de una resolución final. El protagonista no rescata a su novia y no se embarca en una misión vengativa llena de matanza. En cambio, lo consume la pena y se derrumba en la recámara inmunda de un hotel, más o menos como lo haría cualquiera de nosotros.
Los horrores que la película retrata no llevan a ningún tipo de catarsis —la catarsis es la promesa implícita y sacrosanta de todas las películas de acción hollywoodenses (y hasta de sus películas de “problemáticas”). La película construye la tensión interna hasta el punto que casi explota pero nunca presenta un escape, ya sea emocional o de otro tipo. Nos deja con un nudo en la garganta que no podemos superar, al menos sin sufrir amnesia o represión.
El Consejero trata menos de asesinato que de aniquilación: la erradicación existencial. Los problemas que nos presenta no son exclusivamente de naturaleza social o política; ni siquiera exclusivamente humanos. Son también problemas metafísicos, todos son imposibles de resolver. No hay un Dios que exista independiente de Satanás, no existe un ser malvado que podamos culpar ni un héroe salvador que nos vaya a rescatar. No existe la retribución que no erradique a los inocentes cuando castigue a los culpables porque nadie es inocente en este mundo. No hay transeúntes: ver es participar y participar es estar comprometido, ser cómplice. El Consejero rompe con las normas que regulan la relación entre la película y su audiencia, el contrato que dicta que no importa qué se presente en la pantalla y no importa cómo nos haga sentir, no estaremos implicados. Podremos salir del cine sintiéndonos tan limpios como cuando entramos. El Consejero es un ritual de confesión anticatólico: salimos teñidos por la comprobación de nuestra propia hipocresía.
Creo que por esto las audiencias tuvieron una respuesta tan negativa para El Consejero. No estaban listos para ver la tomografía axial y aceptar la terrible prognosis. Lo único que puedo decir es que se equivocan.
Las tres partes anteriores de El realismo de la magia negra y otras colaboraciones de Jasun Horsley en Pijama Surf en este enlace.
Twitter del autor: @JaKephas