El primer curso de cine que tomé en mi vida fue a los dieciséis años, en 1995, en el Centro Cultural Arte Contemporáneo, en Polanco, parte de la Fundación Cultural Televisa. Había un salón pasando las oficinas, en la planta baja, debajo de las escaleras eléctricas que subían al primer piso, con proyector y asientos escalonados. Un lugar perfecto para ver películas. Jorge Ayala Blanco impartía el curso de “Apreciación cinematográfica”, similar al que ahora doy como taller en Casa del lago, que forma parte de la UNAM. Fue mi primer acercamiento serio al cine más allá del cine club de la preparatoria.
Antes de que fuera museo, el edificio, diseñado por el despacho Sordo Madaleno, fue construido como el Centro Internacional de Prensa para el campeonato mundial de fútbol de 1986. Era un edificio imponente y acogedor. Daba gusto entrar. El gran espacio que te recibía era un respiro dentro del paraje urbano, además de los techos altos en las amplias salas de exhibición. Era una fina pieza arquitectónica, placentera y práctica. Mi mamá era voluntaria: le enseñaban lo que debía saber sobre la exposición temporal para poder ser guía de grupos o de escuelas.
Uno de los primeros actos de Emilio Azcárraga Jean al asumir la dirección de Televisa a la muerte de su padre fue cerrar el museo, en 1998. El edificio fue demolido en 2006 para ampliar el Hotel Presidente Intercontinental, que lo compró en 1999, aunque el predio sigue vacío. Lo que Carlos Slim y la Colección Jumex tardaron años en lograr Televisa ya lo tenía, y lo tiró.
Hace unas semanas la fiesta de inauguración de Zona Maco fue en Televisa San Ángel. Además de ser uno de los patrocinadores, en sus noticieros le dieron relevancia a una feria de arte que antes ignoraron. En septiembre de 2012, un par de meses después de la elección presidencial, Hecho en México, un documental producido por Televisa, se presentó en el Palacio de Bellas Artes con bombo y platillo, y más tarde se exhibió en salas.
Las repetidas manifestaciones frente a Televisa en sus tres sedes en los meses previos a la pasada elección presidencial fueron un balde de agua fría para los fríos y calculadores ejecutivos de la televisora, que se vieron forzados a mencionarlos en sus noticieros y, más tarde, crearon un programa en respuesta a los disturbios: Sin Filtro, que se transmite los domingos a las once de la noche, y en el que participa Antonio Attolini, uno de los voceros más sonados y mejor articulados del movimiento "Yo soy 132". Nada lo describe mejor: atolini con el dedini.
Es evidente y lógico que Televisa busque limpiar su imagen, no porque en verdad quiera, sino porque no le queda de otra. Después de su mefistofélica participación en la elección quedó en evidencia el turbio manejo de la información por parte de sus noticieros, pero no lo suficiente como para en verdad enfurecer a la población. La comunidad estudiantil y los cientos de miles que se manifestaron en su contra son minoría, pero fue una muestra de lo que podría pasar de seguir por ese camino. Lo que están haciendo es una limpieza superficial, una suerte de cirugía estética que continuará mientras se acuerden de lo que pasó. La programación chatarra será la misma, atacando directamente al corazón de México, y sus lazos con el poder serán cada vez más estrechos. Lo único que cambia son dos o tres detalles y algunos subsidios en forma de dinero para la producción de obras artísticas o cinematográficas, en un intento por acercarse a ciertos gremios que prefieren tener como aliados.
En 1989, un año después de otro fraude electoral, se creó el Fondo Nacional para la Cultura y las Artes, un hecho emparentado con lo que pretende hacer Televisa pero desde el Estado. Las becas y los apoyos gubernamentales también pueden ser vistos como un intento de cooptación de los intelectuales por medio de este tipo de ‘premios’, pero es diferente. En el discurso inaugural Octavio Paz señala: "Por primera vez —cambio inmenso, radical— los escritores y los artistas tendrán la posibilidad de dirigir y orientar a la cultura viva de México, en el dominio del arte, la literatura y la historia, tanto en la provincia como en la capital". Aunque los políticos actúan como si el gobierno fuera de ellos por el tiempo que ocupan un cargo, cuando ese tiempo se acaba se van, y llegan otros. El Estado está abierto a la ciudadanía, aunque no lo parezca, mientras que una corporación como Televisa es completamente hermética, aunque trate de burlar al televidente con un programa como Sin Filtro. Si de verdad quisieran abrir sus puertas a la participación ciudadana harían lo mismo que sucede con el FONCA o con el IMCINE: contratar a individuos ligados a la cultura para llevar la programación de sus canales. Pero eso es, obviamente, impensable. Televisa está tan lejos de querer mejorar su programación como del mundo del arte o del cine que pretende apoyar. Es un espejismo.
En otro texto de Paz, "El ogro filantrópico", escribe: "El PRI no es terrorista, no quiere cambiar a los hombres ni salvar al mundo: quiere salvarse a sí mismo. Por eso quiere reformarse". Podríamos cambiar PRI por Televisa, con la diferencia de no querer reformarse, sino sólo simularlo. "Hay otro sector cada vez más influyente e independiente: la clase media y sus voceros, los estudiantes y los intelectuales". "El escritor y el artista sostienen también un diálogo, no pocas veces acerbo y aun violento, con la sociedad y sus poderes: Iglesias, Estados, Partidos", y habría que agregar: Televisoras. La dupla político-actriz, en un país como el nuestro, funcionó tan bien que ya se convierte en franquicia.
Una televisora es una concesión que otorga el Estado, que si no cumpliera con los lineamientos establecidos para su funcionamiento podría ser revocada. Si hubiera voluntad política se les podría exigir un cierto nivel de calidad en los contenidos, apertura y completa imparcialidad política. Pero no lo vemos así. Estamos acostumbrados a verlas como el negocio familiar de unos cuantos.
Twitter del autor: @jpriveroll