Milo Manara, maestro indiscutible del cómic erótico, ha dibujado con claridad y cinismo lo que academias completas de historiadores no han podido decir inundando bosques de papel con ríos de tinta: la historia es una sucesión interminable de asesinatos y violaciones.
Debajo del maquillaje y los vestidos, tras bambalinas del teatro de las instituciones y la tecnología, es el impulso más primitivo lo que lo mueve todo. Ya lo decía Nietzsche, el conocimiento es un efecto de superficie, “una centella que brota del choque entre dos espadas”. Nos acercamos como insectos a la luz, dejándonos fascinar por las apariencias, por el refinamiento y el brillo de filosofías que se creen ajenas al olor y a la textura de la carne. Creemos poder contener la necesidad y el deseo repitiéndonos como mantra un rosario de mentiras, pero en el fondo los instintos avanzan incontenibles, en estampida.
Nos vanagloriamos de una moderna civilización que construye sus templos al consumo con los escombros y la sangre de pueblos olvidados. El conocimiento es “violación”, no percepción, es cortarle la lengua y ponerle grilletes al enemigo. Somos una horda de simios neuróticos, perfectamente peinados y empastillados, que gustan de las pantallas planas, de los implantes y de tener el alimento bien muerto en sus platos. Aspiramos a vivir en ambientes cada vez más controlados y esterilizados, como de quirófano, pero secretamente los imaginamos manchados por la sangre de una carnicería, o por los fluidos del set de una película porno.
Twitter del autor: @sustanciaD