A veinte años del levantamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional EZLN, se hace requisito voltear la cara hacia el pasado y revisar qué ha sucedido en México y qué repercusiones se dieron sobre los temas que motivaron la guerrilla en 1994.
Optar por una rebelión armada, sin tener más recursos que el entrenamiento y la organización comunitaria, implica un desencanto avasallador que invoque a la resistencia como un recurso inevitable. Las condiciones de marginación y pobreza de los pueblos indígenas y de más de la mitad de la población mexicana, resultaron suficiente incentivo para los integrantes del EZLN. Así lo manifestaron aquel 1 de enero, en la Declaración de la Selva Lacandona. Revelaban su intención terminar con lo que llamaron “una dictadura de más de 70 años”. La suya no era una declaración cualquiera, se convocaba a la guerra como una “última medida justa” por satisfacer las necesidades básicas de trabajo, tierra, techo, alimentación, salud, educación, independencia, libertad, democracia, justicia y paz.
Ese mismo día entraba en vigor el anunciadísimo Tratado de Libre Comercio de América del Norte NAFTA, que, desde las voces del gobierno, prometía disparar el crecimiento económico para después impulsar el desarrollo. La inclusión de los marginados se esperaba como consecuencia implícita, aunque no inmediata, tras la aplicación de políticas que eliminaran cualquier rasgo proteccionista. Sin embargo, la devastación del campo en México se intensificó, mientras aumentó el desempleo y se conservó un nivel salarial tan bajo que incrementó la migración de miles de mexicanos en busca de trabajo y mejores condiciones de paga. Y es que, a pesar de que se impulsó el crecimiento de la industria automotriz, e independientemente de que creció la presencia de los bancos extranjeros y, con ello, se amplió el acceso al crédito, México es el único país en Latinoamérica en el que ha aumentado la pobreza.
De acuerdo con los datos de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe, en México, la pobreza estaba en 52.4% en 1994, bajó a 42.7% en el 2006 pero en el 2012, se elevó nuevamente a 51.3%. En contraste, en toda Latinoamérica la pobreza disminuyó de 48.4% en 1990 a 27.9% en el 2013.
Chiapas es uno de los estados del país con mayores niveles de pobreza extrema. Ahora, a dos décadas del levantamiento zapatista, las causas de la rebelión siguen vigentes. La estrategia gubernamental para conseguir el debilitamiento del impulso armado fue tan efectiva como la simulada atención a las demandas básicas contenidas en la Declaración de la Selva Lacandona y la infinita postergación de los Acuerdos de San Andrés. Así lo revelan los documentos secretos de la Secretaría de Gobernación, en los que se establecía la intención explícita de administrar el conflicto. Ello suponía no resolver las demandas de fondo e, incluso, calcular qué tan conveniente resultaba mantener la crisis latente, en miras a las elecciones de 1997.
El ímpetu de rebeldía quedó amortiguado. Durante estos años no ha existido algún movimiento equiparable con el EZLN. Se han visto intentos de manifestación masiva que crecen y decrecen, pero siempre contenidos. Es como si la rebeldía que se imaginaba líquida y virulenta, se hubiera encapsulado y controlado hasta impedir que se desparramara. El llamado del Subcomandante Marcos, para continuar con la rebeldía, no hace manifiesto si la convocatoria debería considerarse como una renovada invitación a la guerra. Evoca más una sacudida contra las conciencias dormidas que ignoran lo que desde ahí se grita. En su llamado muestra una pertinaz aspiración que parece desconocer la habilidad de las autoridades por disgregar y disolver cualquier ánimo colectivo de resistencia. Quizá porque en el fondo sabe que el alcance de su invitación está previamente abatido por la indiferencia no sólo de quienes gobiernan, sino de quienes somos gobernados
Twitter de la autora: @maiteazuela
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