El Inversor: ¿A dónde van las palabras?

¿A dónde van las miles de millones de palabras que leen cada hora las miles de millones de personas no lectoras? ¿A dónde van, que no quedan en el hábito de la lectura? ¿O es que quedan? ¿O es que tenemos que revisar la noción de “lector”?

El problema es complejo, pero tal vez comprenderlo sea menos importante que analizarlo. Comprender, a veces, sólo es domesticar. Periódicos, publicidades, mensajes telefónicos de texto, publicaciones gráficas de toda índole, libros, cómics, mails, webs, blogs y otras interjecciones, etc., etc.

¿Acaso leer significa leer cualquier cosa? ¿Cuánto lee realmente el que no lee? ¿Y cuánto lee el lector? ¿Los diferencia una cantidad? ¿O una calidad? ¿O una postura ante lo leído, o ante el mismo acto de leer?

¿Qué leen los que no leen? ¿Realmente no leen los que no leen? A cada rato nos invade el pesar por la escasa penetración de la lectura en los países de la región.

Sin embargo –aún sin cifras en la mano–, todos sabemos que la cantidad de palabras leídas por individuo en los mismos países (y en todo el mundo) crece exponencialmente. Pero en materia de lectura algo está mal, decimos. ¿Qué es lo que está mal?, estrictamente hablando. Resulta que parece que no todo lo que se lee es lectura. Está bien, me parece bien ese matiz, y me parece útil porque desprende el acto psicológico –o mejor, metafísico– de leer, de la mera acción física de leer. ¿Será que leer es adentrarse en algo? Tal vez no… pero leer debería ser quedarse adentro. ¿Adentro de qué? Adentro de esos espacios donde no se estaba. Leer, entonces, sería transportarse. ¿O es que creemos que leer es simplemente leer libros?

¿Creemos acaso que leer es leer palabras impresas en páginas encuadernadas y con portadas de cartulina o pasta…? ¿Seremos tan ingenuos? Tal vez sí. O no ingenuos, pero sí imaginativos y fetichistas. ¿O tendrá que ver con la lectura corrida, no fragmentaria? No creo, porque hay miles de millones de libros fragmentarios, ¿no?; cada vez más.

En cualquier ámbito, decimos "leer", "lectura", o "lectores" y sentimos que de inmediato todos estamos de acuerdo; sentimos que sabemos de lo que hablamos, sobre todo si a la enunciación le sigue un gesto de pesar, de luto por la involución. No percibo que los matices a los que aludo se reflejen en el debate sobre la lectura y los lectores. ¿Por qué?

Desde hace algún tiempo tengo la sospecha de que, tal vez, todo pueda ser al revés; y que somos nosotros, los lectores y sobre todo los actores políticos de la lectura como cuestión social, quienes insistimos en no ver los matices. ¿Por qué? Al menos por dos cosas. Porque por más lectores que nos consideremos, nos embarga, a veces, la pereza intelectual. Y porque el status quo actual tiene créditos significativos en materia de narcisismo social para nosotros. Somos los elegidos, los dueños de la llave para pasar al mundo revelado por la lectura. Y cobramos caro ese pasaje.

¿A dónde van las miles de millones de palabras que escriben a cada hora las miles de millones de personas no escritoras? ¿Se trata de una cuestión similar?

 

Twitter del autor: @dobertipablo

Sitio del autor: pablodoberti.com

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