Cibersinestesia: la niña que siente lo que las máquinas sienten

 

Romance, cibercultura, sinestesia, sensibilidad futurista son algunos de los ingredientes que componen este peculiar caso. Es una especie de historia de amor holográfica o de empatía fractal, que detona interesantes reflexiones en torno a la naturaleza humana y las posibilidades de un futuro en el que la sensibilidad y la tecnología entablarán una relación cada vez más íntima.

La protagonista es una adolescente de Houston, cuyo nombre desconocemos, pero que reporta una singular modalidad de sinestesia: experimenta las sensaciones y emociones de cualquier objeto mecanizado que la rodea, por ejemplo, una computadora, un reloj o unas escaleras eléctricas. Y si bien parece que más que una historia real es una adaptación sci-fi, poligámica, de Romeo y Julieta, al menos el caso ha resultado lo suficientemente convincente para ser investigado. 

Desde un plano médico, estaríamos ante uno de los casos más extravagantes, jamás registrados, de una variante sinestésica que se conoce como "tacto-espejo", la cual consiste en que un individuo es capaz de experimentar las sensaciones físicas de otra persona como si le estuviesen ocurriendo a él –con la diferencia de que en este caso se trata de objetos calificados como inanimados. A pesar de lo inusual de esta condición, lo cierto es que existen al menos un par de premisas que podrían justificar su existencia. La primera alude a que el mecanismo psicológico detrás del tacto-espejo sería el mismo para un ser vivo que para un objeto inanimado –por ahora nos abstendremos de entrar a la discusión de si este objeto podría realmente estar traduciendo información del ambiente en sensaciones. Mientras que la segunda se refiere a la evolución de condiciones mentales, desde desórdenes hasta habilidades cognitivas, en respuesta a la tecnologización de la sociedad, de nuestros hábitos y de la forma en que concebimos la realidad. 

Hoy sabemos con certeza que las "nuevas" tecnologías, o mejor dicho sus manifestaciones prácticas, han permeado ya nuestra vida cotidiana, incluidos hábitos laborales y relaciones sentimentales, así como los recursos creativos y los modelos organizacionales, entre otros. Sin embargo, aún es relativamente poco lo que se discute en torno a las repercusiones biológicas, fisiológicas, y emocionales. Desde el caso, ciertamente patológico, del tipo que fornica con automóviles o la proliferación comercial de novias robóticas (fembots), hasta especulaciones cinematográficas en torno a un romance entre un software y una persona, lo cierto es que la convergencia entre sentimientos humanos y las máquinas ya es parte de la realidad contemporánea. Por cierto, el lado romántico es concebir este fenómeno como la sensibilización de la máquina, pero visto a la inversa se trata también de la mecanización de los sentimientos o, inclusive, de un grotesco extremo de materialismo acendrado . 

Regresando al caso de la quinceañera sinestésica, el cual a mi gusto es sin duda el más poético entre los mencionados anteriormente, el Dr. Anton Sidoroff-Dorso, miembro de la comunidad de especialistas que estudian este fenómeno en Rusia, advierte que:

Si se verifica este caso, lo ubicaría como uno de los más reveladores de la naturaleza humana. Esto por mostrar el grado en el que las personas podemos apropiarnos del mundo observable, hasta el grado de empatizar con seres no vivientes [...]. Estudios neurocientíficos recientes han demostrado que el cerebro humano reacciona de manera similar ante el maltrato de un robot de juguete que ante el abuso contra otro ser humano. Así que en este caso estaríamos hablando de la máxima integración funcional y fenomenológica (o el caso más profundo de integración emocional).  

Intrigada por el caso, Maureen Seaberg, autora de un libro sobre sinestesia, publicó en el sitio Psychology Today una entrevista con la joven que "siente lo que las máquinas sienten". Y aunque en lo personal me pareció un poco pobre la sesión, existen algunas respuestas que al menos complementan la panorámica del caso: 

Siento una conexión con prácticamente todo lo que incluye algún componente de funcionamiento mecánico. Esto incluye automóviles, robots, escaleras mecánicas, cerraduras, palancas, etc.

La forma en la que siento el movimiento de la máquina depende de dónde esté ubicada en relación a mi cuerpo. Si está cerca pero sin tocarme, o el contacto es indirecto, entonces la percibo como si fuesen parte de mis extremidades [...]. Puedo sentir lo que sienten como si estuviésemos conectados, pero mantengo conciencia de mi propio cuerpo, sin convertirme en ella. 

En fin, es muy probable que a estas alturas del texto te estés preguntando algo así como ¿por qué estoy leyendo esto? –al igual que yo recién me pregunté, ¿por qué estoy escribiéndolo? Pero por alguna extraña razón al leer sobre el caso, sentí un impulso, quizá autoterapéutico, de compartirlo. Y a pesar de que todo este escenario me resulta tan desconcertante como a ti, considero que además de la potencial poiesis implícita en el fenómeno, también representa un genuino recordatorio para reflexionar sobre la relación emocional que, probablemente, estamos entretejiendo con esos artículos e instrumentos que nos rodean, por ejemplo, la computadora o el teléfono mediante el cual lees estas líneas.

  

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