Si quieres ser original, no lo intentes

 El mérito de la originalidad no radica

en lo novedoso, sino en lo sincero.

-Thomas Carlyle

La originalidad es una cualidad particularmente favorecida en la cultura occidental desde el siglo XVIII. Responde, en términos básicos, a la capacidad de generar ideas, hábitos, posturas, o combinaciones, relativamente inéditas o al menos poco usuales, y que permitan distinguir a un algo (llámese obra, movimiento, persona, estilo…) del resto. Con el tiempo, este bien abstracto terminaría por convertirse en una de las herramientas más efectivas del mercado, ya que se utiliza como un pretexto para alentar el consumo. 

El consumismo, además de esclavizarnos con la promesa de alcanzar una felicidad que jamás llega (pues es simulada), postula que la 'verdadera' libertad consiste en decidir qué productos o servicios consumir. Continuando en esta línea, esa libertad de elección al consumir representaría el máximo activo de nuestra identidad. Es decir, que culturalmente se nos ha inculcado la noción de que para construir una identidad, es fundamental distinguirnos por medio de nuestras decisiones de consumo (y eventualmente juntarnos con aquellos con quienes compartimos una afinidad).

En este sentido, Ron Horning afirma, en su ensayo Ego Depleted, que:

Elegir entre opciones, dentro de una sociedad de consumo, nos hace sentir autónomos (nadie puede decidir por nosotros cómo gastar nuestro dinero), y nos permite expresar, o incluso descubrir, nuestra individualidad única –lo cual se propone como el propósito de vida. Si nos podemos auto-experimentar como originales, entonces nuestras vidas no habrán transcurrido en vano. 

En un escenario donde la individualidad, o nuestra unicidad, depende de aquello que consumimos, si le añadimos la exigencia cultural por 'ser originales', entonces derivamos en la obligación trascendental de seleccionar estratégicamente nuestros productos y servicios, con el fin de proyectar una apariencia distintiva (y si el resultado califica como 'cool', entonces el ejercicio califica como todo un éxito). Así, la supuesta originalidad termina dependiendo, como advierte Horning, de "reclamar vínculos entre nosotros y la mayor cantidad de cosas, y re-combinándolos de maneras poco usuales". 

¿Qué música escuchas? ¿Fuiste al último concierto de M.I.A.? ¿Eres Mac o PC? ¿Qué prefieres para enfiestarte, Beefeater o Blue Saphire? ¿Eres hipster, gótico, geek, o hippie? ¿Te gusta American Apparel o eres más Louis Vitton? ¿Android, Windows o iPhone?

Ser honesto te hará, inevitablemente, original

Hace unas semanas escuchamos hablar a Jason Horsley sobre la creatividad. Durante su ponencia, este autor británico postuló una sencilla fórmula: creatividad = espontaneidad + honestidad. Curiosamente para la mayoría de los presentes está fórmula resultó memorable, 'nos resonó'. Y aquí me remitiría a la originalidad como un diálogo con tu esencia. Si eres receptivo a tu voz interior, la cual es, por naturaleza, única, entonces inevitablemente comienzas a generar una narrativa de vida esencialmente original. El problema es que en nuestra mente existen múltiples resistencias (miedos, cánones culturales, etc.) que dificultan escuchar esa voz, y aún más, vivir de acuerdo a lo que nos comunica.

Creo que indudablemente la originalidad es una virtud –siempre orgánica y nunca estratégica–, pero, al parecer, en la búsqueda por comulgar con ella, su esencia se ha pervertido, o al menos frivolizado. De entrada supongo que tendríamos que eliminar esta noción de que somos lo que consumimos, luego, evitar cualquier intento por ser original, pues al buscarlo estaríamos fijando nuestra intención en la proyección al exterior, en la apariencia. No se trata de ser novedosos u originales, ya que en el fondo inevitablemente lo somos (recordemos que no hay dos voces internas iguales). Simplemente, como bien advierte el filósofo escocés, Carlyle, se trata de ser sinceros –y entonces, tal vez sin darte cuenta, estarás siendo absolutamente original.

Twitter del autor: @ParadoxeParadis

 

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