Nuestra época, entre las varias cualidades que puede tener una persona, ha elegido probablemente la inteligencia como la más valiosa (quizás seguida de la belleza). La inteligencia, sin embargo, tiene una serie de definiciones y es entendida de manera diversa, por lo que, cuando pensamos en inteligencia, estamos generalmente pensando en varias cosas: capacidad para resolver un problema, capacidad de razonar, de pensar abstractamente, de comprender, de percibir o hasta de empatizar (y muchas de estas no necesariamente son proporcionales). Bajo el predominio de la lógica racional, hemos desarrollado un índice que agrupa la inteligencia bajo un sólo coeficiente estadístico, conocido como IQ (por sus siglas en inglés), o cociente intelectual. Este indicador, aunque busca justamente eliminar juicios subjetivos y crear un parámetro global, es altamente arbitrario y produce resultados que sólo son válidos para un paradigma de conocimiento lógico-matemático y lingüístico-verbal (dejando de lado cosas como la inteligencia emocional).
Esta atracción por la inteligencia, una narrativa moderna de lo que es bueno y deseable, se ve enaltecida por constantes estudios e investigaciones que analizan y correlacionan la inteligencia, transmitiendo a las masas su sofisticada comprensión y saberes ilustrados. Hace un par de años, el investigador de la London School of Economics, Satoshi Kanazawa publicó un par de estudios en los que relaciona la inteligencia (o mejor dicho, el IQ) con la propensión al uso de drogas psicoactivas, así como también la hora en la que las personas se duermen. Al parecer existe una correlación entre dormirse más tarde, experimentar con drogas psicoactivas y un mayor coeficiente intelectual. Siguiendo a Kanazawa, la popular revista Esquire publicó hace una semana un nota que simplifica de sobremanera: "la inteligencia significa dormirse más tarde, usar más drogas y tener más sexo". Esto último basado en un estudio realizado por la compañía de juguetes sexuales británica Love Honey, que concluye que las personas inteligentes tienen más sexo a partir de los pedidos que hacen los estudiantes de diversas universidades (estudiantes de universidades como Cambridge y Oxford, aparentemente más promiscuos o al menos más propensos a un erotismo mecanolúdico). Todo lo cual contribuye a glamorizar la inteligencia (y en retroalimentación a las drogas, el sexo, y dormirse más tarde) pese a que los estudios, los cuales revisaremos brevemente, son discutibles no señalan una causalidad y tampoco significan que estas actividades sean "inteligentes" o generen inteligencia.
En el caso del uso de drogas, la correlación fue detectada a partir del estudio National Child Development realizado por instituciones británicas, y que en resumen muestra que los niños británicos de alto coeficiente intelectual, medido antes de los 16 años, tienen mayor probabilidad de haber consumido drogas psicoactivas al cumplir 42 años de edad. Esto incluye drogas como los hongos alucinógenos, el LSD y otras drogas que no asociamos generalmente con la expansión de la conciencia como la metadona, el tamazepan o el crack.
Kanazawa, quien además había mostrado que las personas ateas y liberales también son más inteligentes en otro estudio, encontró evidencia para sustentar su hipótesis de que las personas inteligentes tienden a la noche, de nuevo una relación entre la inteligencia de una persona en la infancia y su probabilidad de dormirse tarde en la juventud y en los primeros años de su edad adulta, tanto en la semana como en los fines de semana. Esto, independientemente de un factor genético que podría predeterminar si una persona tiende a ser más diurna o nocturna. Según Kanazawa, lo anterior da lugar a un decisión y a un factor de elección consciente. El interés por explorar la noche desde un punto de vista cognitivo evoca la máxima: "el búho de Minerva vuela sólo cuando ha caído la noche", sugiriendo que la verdadera sabiduría se ejerce en la oscuridad.
Kanazawa cree que tanto la tendencia a dormirse más tarde como la experimentación con drogas psicoactivas pueden explicarse conforme a la hipótesis de Interacción Savanna-IQ, que sugiere que las personas más inteligentes suelen adoptar valores y preferencias más novedosas. Esta búsqueda de novedad evolutiva, por ejemplo, hace que personas inteligentes se duerman más tarde, siendo que la actividad nocturna era probablemente muy rara en las sociedades ancestrales. De igual manera, la búsqueda de situaciones novedosas lleva a personas inteligentes a someterse a la influencia de drogas psicoactivas, las cuales también significan un entorno relativamente poco usual desde una perspectiva evolutiva (según Terence McKenna, incluso ciertas sustancias psicodélicas podrían ser catalizadoras de la evolución). Otro factor que podría contribuir a esta experimentación psiconáutica tiene que ver con que las personas inteligentes pueden estar buscando un desafío para su propia estructura mental y suelen sentirse más cómodas con situaciones que mentalmente se presentan como extraordinarias, navegando frecuencias poco comunes, manteniendo una "mente abierta" (apertura que podría considerarse ya como un rango de inteligencia).
En el caso de la supuesta relación entre la inteligencia y la frecuencia de actos sexuales, la más endeble de las tres, sólo podemos especular cuál sería la explicación, aunque ésta quizás no sea tan compleja. En una sociedad donde se empiezan a difundir de manera masiva los beneficios de tener sexo frecuentemente y donde se suelen obtener beneficios de ejercer la sexualidad de manera profusa, sería natural que las personas inteligentes quisieran tener sexo frecuentemente y emplearan su capacidad intelectual para obtenerlo. Por otro lado, parecen existir ciertas correlaciones entre nivel socioeconómico y coeficiente intelectual o entre estatura e inteligencia, algo que podría añadirse a este análisis.
Más allá de esta posible glamorización de la inteligencia, Kanazawa advierte en The Economist que "las personas inteligentes se desarrollan bien en casi cualquier aspecto de la vida moderna, menos en las cosas más importantes, como encontrar una pareja, criar un hijo y hacer amigos". Y es que dormirse tarde y tomar drogas psicoactivas no necesariamente son actos de inteligencia, especialmente en tanto que su repetición suele ser poco saludable. Lo cual sugiere quizás un nuevo estudio que analice hasta qué punto la gente inteligente experimenta con drogas psicoactivas o con comportamientos no ordinarios, sin generar adicciones o hábitos duraderos negativos.
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