“Fíjate, Marta, que mataron a Kennedy...”

It´s a mystery, wrapped in a riddle inside an enigma”            

                     “Es un misterio envuelto en una adivinanza dentro de un enigma”         

                                                     -David Ferrie

                                                         

                                                                    Para Marta e Isabel, mis hermanas.

             

Tenía 16 años cuando asesinaron a John F. Kennedy. Vivía en Rochester, Minnesota, una pequeña ciudad conocida en el mundo porque ahí se encuentra la famosa Clínica Mayo. Estudiaba el High School, porque, según mi mamá, necesitaba “perfeccionar” mi inglés. Vivía con mi hermana Marta, y mi cuñado, que era médico en la Clínica Mayo. Tenían una hija, “Martita”, mi primera sobrina, de un año de edad, una preciosidad. 

Pero el día que asesinaron a Kennedy en Dallas, Texas, el 22 de noviembre de 1963 a las 12:30 del día, yo estaba en pleno lunch en la escuela, en el John Marshall High School, y estaba sentado en la cafetería, un amplio y moderno salón  con inmensas luces de neón, donde más o menos 100 estudiantes como yo comían también el lunch. En mi mesa, un grupo de gringos que eran mis amigos. Súbitamente, en el altavoz, el director de la escuela anunció que el presidente Kennedy había sido balaceado en Dallas. Todos nos quedamos perplejos, pero sobre todo yo, que unos quince días antes había predicho la muerte de Kennedy. 

Una tarde, a eso de las tres, había llegado de la escuela a casa de mi hermana Marta y le había anunciado: “Fíjate, Marta, que mataron a Kennedy”. Marta se quedo atónita, pero después de ver en su bonita cara el resultado de mi invención, me sonreí y lo desmentí. Por qué le dije eso a mi hermana, todavía no lo sé. Pero ella fue testigo. Desde chico era yo un “agorero del desastre” y me gustaba exagerarlo todo, supongo que para llamar la atención, pero ese día que le anuncié a mí hermana eso, le atiné.  Quince días después mi predicción se hizo realidad. Mataron a Kennedy. 

Es obvio decir que ya no pude seguir comiendo el lunch, como tampoco pudo la mayoría de mis compañeros. Primero, hubo un gran silencio y luego un murmullo generalizado en esa grande y funcional cafetería. ¿Qué había sucedido? ¿Cómo que lo habían balaceado? El lunch terminó y todos, mirándonos unos a otros incrédulos, nos fuimos por simple rutina hacía nuestra siguiente clase. Al salir de la cafetería me encontré con una gringuita que me gustaba mucho, Cindy Keating (todavía me acuerdo de su nombre), la cual para mi sorpresa y pasajero gusto, se arrojó a mis brazos y llorando me dijo: “ Ya ves… también pasa en Estados Unidos… no sólo en Latin America”. Ya no me acuerdo que le contesté, si es que algo le contesté, pero me dieron ganas de besarla, lo que no hice. Hubiera sido perfecto para ligármela, o igual me hubiera dado una cachetada, pero no lo creo, estaba tan alterada que quizá nos hubiéramos hecho novios. No sé. Tal era la situación. Yo tenía 16 años, era un joven romántico, que había bailado "muy pegado" en el baile del Prom “Blue Velvet” de Bobby Vintony y “Put Your Head on My Shoulder” de Paul Anka, dos canciones empalagosas como hot cakes. Sin embargo, había ya leído Las Causas de la Tercera Guerra Mundial y Poder, Política, y Pueblo de Charles Wright Mills, un brillante y conocido sociólogo gringo que John Kennedy  había leído también. 

Debo aclarar aquí que mi familia tenía una “estrecha” relación con John Fitzgerald Kennedy. Mi mamá, tan bien vestida y guapa como era, acompañada de Juan, mi hermano menor, le había “estrechado la mano a Kennedy” en el Palacio de Bellas Artes, bajo las luces y cámaras de Telesistema Mexicano, ahora Televisa, mientras mi papá y yo, atónitos, veíamos en vivo cómo mi mamá, acompañada de mi hermano, aparecían en la pantalla de la televisión, “estrechándole la mano” a Kennedy, lo cual nos parecía una hazaña fabulosa. Era abril de 1962 cuando John y Jackie, su guapísima e inteligente esposa, visitaron México durante el régimen del relajiento presidente, y también coleccionista de autos, Adolfo López Mateos. 

Kennedy y Jackie fueron recibidos en México, D.F., en pleno Zócalo, con una muy espesa lluvia de confetti, cuando el D.F. era todavía “la región más transparente del aire”, como la había llamado Alfonso Reyes, y “la gente todavía vestía bien”, como mi mamá solía decir. Fue una recepción a toda gala, y el apuesto y joven presidente, también católico como la mayoría del pueblo mexicano, se ganó  fácilmente el corazón de mucha gente. En muy pocas palabras, ese nuevo presidente gringo parecía ser también una esperanza para México. Total, que los Kennedy fueron muy bien recibidos en México. Ella, Jackie, dio un pequeño discurso en un “buen” español, y cautivó todavía más a la gente y a la TV, que comentaba con elogios la clase, la juventud y la elegante belleza que caracterizaba a Jackie Bouvier.

 

Él, por su parte, era el Presidente Perfecto, descendiente de inmigrantes irlandeses, que habían llegado a E.U. en la década de 1840, tras la “hambruna” de Irlanda; era la personificación en vivo del “Sueño Americano”. Un hombre joven de 43 años, alto, apuesto, de familia rica, que había estudiado en las mejores universidades, héroe de la guerra del Pacífico, y además un tipo alegre y “carismático”, reunía todas las características de una gran estrella, de una gran personalidad política. Así por lo menos me lo hizo ver por la TV, Telesistema Mexicano, así decían que era Kennedy y así lo repetían todos sus locutores y comentaristas. (Lo pueden ver por You Tube, para que no digan que les miento o que exagero.)  

Todo eso de la Guerra Fría, la crisis de los misiles, Castro, Jackie, mi mamá, mi hermana Marta, mi predicción, y Kennedy baleado, daba vueltas en mi cabeza cuando llegué junto con mis compañeros gringos a la clase de Física, allá en el John Marshall High School, de Rochester, Minnesota, minutos antes de la una de la tarde. El maestro de Física, con su aspecto de burócrata y que no me caía bien, ya que era republicano y seguidor de Nixon, empezó la clase haciéndose el pendejo, como si nada hubiera sucedido. Pero tan sólo pasaron unos minutos, cuando de repente, en los altavoces  de todos los salones y pasillos de esa pública, pero lujosa escuela, el director con voz entrecortada anunció que el presidente había muerto y que las clases estaban suspendidas hasta el siguiente lunes. Debíamos reunirnos y formarnos a la entrada de la escuela antes de irnos. La bandera de las barras y las estrellas fue puesta a media asta en una rápida ceremonia tras el himno gringo. Era un viernes 22 de noviembre de 1963, viernes, al igual que ahora, 50 años después. 

El camión lleno de gringos asustados e incrédulos me llevo como siempre a dos cuadras de distancia de la casa de mi hermana. No había nadie en las calles. Caminé apresurado hasta la casa. Era el otoño en Rochester y hacía bastante frío. Un día gris, con hojas de árbol color café en las calles. Antes de entrar a la casa me detuve, y me di cuenta de que todo parecía estar cubierto de un gran silencio, un inmenso silencio que cubría a toda una nación. Era imposible no oírlo, ni sentirlo en Rochester. 

Al entrar a la casa, mi hermana Marta se me quedó viendo y me dijo:

                          “¿Y cómo sabías que lo iban a matar?”

                          “No… yo no sabía, Marta… se me ocurrió”,  fue mi respuesta. 

Ahora que lo pienso 50 años después, y como lo menciona el escritor John De Lillo en su novela “Libra”, sobre la vida de Lee Harvey Oswald, “hay fuerzas en el aire que los hombres sienten al mismo tiempo en la historia”. Quizá yo percibí una de esas fuerzas, que andaban en el aire, ese día en que le dije a mi hermana que habían matado a Kennedy. No sé. Quizá. Yo tenía 16 años.   

Pero cuando en verdad lo asesinaron, recuerdo que Marta y yo pusimos primero el radio, pero, acostumbrados desde niños a la TV y decepcionados de la radio que narraba imágenes, nos fuimos con mi sobrina a la casa de la vecina a ver la televisión. Ahí los noticieros de las tres grandes televisoras seguían en trasmisión continua la noticia y se vieron declaraciones de varios testigos del asesinato, gente que había ido a ver, a saludar a Kennedy ahí a Dealey Plaza en el centro de Dallas. En todo el país las reacciones de la gente eran de llanto, dolor, consternación, incredulidad y miedo al futuro. Nadie podía aceptar que el apuesto y joven presidente, que estaba por empezar su tercer año de mandato, hubiera sido asesinado. La vecina, que era una colombiana también casada con un médico de la Clínica Mayo, nos dijo que ella estaba viendo la telenovela llamada “As the World Turns” , (Mientras el Mundo Gira), cuando se interrumpió la trasmisión, y se dio la noticia de que Kennedy había sido balaceado. Luego mostraron la caravana de coches de Kennedy en Dallas, en su muy abierta limousine, con Jackie a un lado, y el gobernador Connally de Texas adelante, pero ninguna televisora mostró su llegada a Dealey Plaza, donde fue asesinado en una emboscada. Más tarde volvieron a mostrar el video del Walter Cronquite, un legendario “anchorman” de la cadena CBS, que, llorando, anunciaba la muerte del Presidente de los E.U. 

Lo que nadie sabía en ese momento, es que 10 minutos antes del asesinato de Kennedy, las telecomunicaciones con Washington D.C. por teléfono y telégrafo, se habían “cortado”, nadie podía comunicarse a Washington o de Washington. Durante una hora, casi nadie supo en Washington que el Presidente de los Estados Unidos había sido asesinado. Tal fue la dimensión de la conspiración. 

Pero en la TV que mirábamos en Rochester, las noticias se sucedían una a otra, interminables, y pronto llegó la primera información de que Oswald, el “asesino”, había sido aprehendido en un cine, tras “haber asesinado” en plena calle a un policía de Dallas, quien intentó detenerlo. Se dio también la noticia de que Lyndon B. Johnson había sido juramentado como presidente, en una pacífica transición de poder y que el pueblo no debía de tener miedo, ya que la nación estaba bajo el firme mando de un hombre, al que debían apoyar, y pedirle a Dios que lo ayudara para poder pasar esos aciagos momentos. La noticia había ya dado la vuelta al mundo. Al regresar a la casa, las llamadas telefónicas desde México no se hicieron esperar. Hablaban consternados y preocupados por lo que sucedía en los E.U. Mi mamá, que sonaba muy afligida me dijo que estaba en el súper cuando se enteró que lo habían matado.  Después de las llamadas yo cené, y al rato me fui a dormir. Ese día, que todavía recuerdo bien 50 años después, había terminado. El “Sueño Americano” para los americanos, también. Tenía 16 años.  No recuerdo ni remotamente que soñé.   

Al día siguiente, un sábado, se publicó en todos los periódicos de E.U., y de muchos lugares más, la fotografía en que aparece Jackie Kennedy con su elegante vestido rosa de Givenchy manchado con la sangre de su marido y con la cara devastada por el dolor. La Pareja Perfecta ya no existía. A esa Jackie en primer plano se le ve como testigo del juramento del vicepresidente Lyndon B. Johnson, el que, acompañado de su esposa, tiene su mano sobre una Biblia y un rostro fingido de dolor y tristeza. La fotografía había sido tomada a bordo del Air Force One, cuando éste iba rumbo a Washington, tras haber despegado de Dallas, del infierno que había sido Dallas para Jackie. Esa inusual toma de poder impidió que los cambios políticos y económicos que Kennedy estaba llevando a cabo, cambios profundos a los que muchos se oponían, se detuvieran para siempre. Sólo el Movimiento de los Derechos Civiles, que él siempre había apoyado, siguió su lucha. Pero el involucramiento de tropas americanas en Vietnam que Kennedy había ya ordenado detener, creció con Johnson hasta hacer estallar la guerra. El obstáculo que significaba John F. Kennedy para los grandes intereses económicos que promovían la guerra había sido, con su avenencia y complicidad, eliminado. 

Un poco después del desayuno, al mediodía de ese sábado, acompañados de mi cuñado, fuimos a casa de una pareja de amigos para seguir ahí las noticias, las que tenían ya mucha información de Lee Harvey Oswald, el “asesino”, al igual que varias fotos suyas que mostraron. Según decían, Oswald había disparado tres tiros desde el sexto piso de un edificio de depósito de libros escolares donde trabajaba, tiros que habían matado a Kennedy. La policía de Dallas había encontrado un rifle, con el cual se habían hecho los disparos. También había ya información ofrecida tanto por la policía y por agencias de inteligencia a la prensa y TV, que afirmaban que Oswald,  había sido un “solitario” y extraño adolescente, que más tarde se volvió Marine y después marxista y había desertado a la Unión Soviética, donde había vivido más de dos años y luego, arrepentido, había regresado a  los E.U.  En la URSS se había casado con una mujer de nombre Marina, con la que tenía una hija. Oswald, según la TV, era  actualmente miembro de una organización Pro Castrista y había sido fotografiado y grabado repartiendo panfletos, primero en Nuevo Orleans y luego en Dallas en apoyo a Fidel Castro y su revolución socialista. Pero también se vio a un Oswald ya preso diciendo hacia las cámaras “I’m a Patsy" (un pelele o chivo expiatorio). La historia de Lee Harvey Oswald, que había sido “planeada e inventada” para cautivar a los medios, empezaba a ser digerida por el gran público americano, el que, ignorante de lo que sucedía en la realidad, mas no en la televisión, se "inclinaba a creer" que aquel hombre sí había actuado solo y que  por "razones personales" había asesinado a Kennedy. También se manejaba la posibilidad de que Oswald, fuera parte de una conspiración originada en la Cuba de Castro. Esas dos posibilidades se manejaron en ese momento, y la última hubiera  provocado una segura guerra de invasión a Cuba, si no es que la Tercera Guerra Mundial con la URSS y sus aliados. La situación era para preocupar a cualquiera, no sólo a mí, ya que la vida de todos y la mía también estaba en juego. 

Por la tarde de aquel sábado, fui a casa de Ann Marie, mi amiga-novia, y jugamos póker con su papá y un amigo de la familia. La TV estaba prendida, y ahí la vi por vez primera: la famosa foto de Oswald con su viejo rifle italiano Carcano, con el que supuestamente había asesinado de tres certeros tiros al presidente Kennedy. La fotografía es falsa, pero eso lo sé ahora, la foto fue la portada del Life Magazine, la más importante y difundida revista de la época. Esa foto de Oswald  hizo que el papá de Ann Marie exclamara: “Seguro fue él quien lo mató”. Yo no dije nada, no tenía “opinión” alguna sobre el asunto, yo era un testigo y todo estaba sucediendo ante mis ojos. Ignoraba por completo que en EU se había llevado a cabo un golpe de estado. En ese momento, tan sólo vivía ese momento, en aquel mundo y en esa parte de la historia que me había tocado vivir. Tenía 16 años.    

Pero al día siguiente, el domingo 24 de noviembre de 1963, vino otra “gran sorpresa”, o por lo menos así fue percibida por todos.  A eso del mediodía de ese domingo en la TV de los Maldonado, los vecinos colombianos, vimos cómo Oswald era asesinado. Sí, Oswald, el asesino, fue asesinado por otro asesino, mientras lo sacaban del cuartel de la Policía de Dallas. Dos policías altos y fuertes con sombreros texanos lo custodiaban y aún así fue asesinado, frente a cámaras y micrófonos de la TV y de la prensa, por un hombre que terminó llamándose Jack Ruby, y que estaba ahí en el cuartel, haciéndose pasar por un reportero más. Ahí, abiertamente, ante los ojos de millones de gringos y de los nuestros también, asesinaron a Lee Harvey Oswald, el “asesino solitario”. La noticia dio rápidamente la vuelta al mundo. Nuestra reacción ante aquello, el asesinato del asesino, no es necesario describirla, imagínensela. Desde ese momento se iniciaron todas las “teorías de la conspiración” posibles, pero con el paso de los días se implantó en la mayoría del público americano la idea de que Jack Ruby ,el asesino del asesino, un oscuro “administrador” de bares de strippers ahí en Dallas, también había actuado solo, y había asesinado a Oswald,  según él declaró, con un claro motivo: “evitarle” a la señora Jackie Kennedy “la vergüenza de tener que declarar en el juicio del asesino de su marido”. Por esa razón, según los medios, Jack Ruby había asesinado a Oswald. El caso parecía “cerrado”. El asesino estaba muerto y ya no podría hablar, y el asesino del asesino sería juzgado y condenado a muerte, como lo fue. Tenía yo 16 años. Ruby murió de otra cosa, de un “muy súbito cáncer” en prisión. 

Lo que sólo unos cuantos sabían en ese momento, es que Lee Harvey Oswald era un agente de la CIA, un “muy especial” agente de la CIA, que había engañado a los soviéticos diciendo que era un desertor y había servido en una “extrañísima” misión para  luego regresar decepcionado de la URSS. Tampoco mencionaron que Jack Ruby fuera miembro de la mafia de Dallas, amigo de varios importantes mafiosos de Chicago y Nueva Orleans, frecuentado por muchos policías de Dallas y con oscuros nexos con el FBI. Tampoco, claro está, mencionaron  que Oswald y Ruby se conocían. 

Pero eso es otra historia, es la historia de lo que realmente sucedió, y lo contaré en otra ocasión.  Ahora, lo único que puedo agregar es que yo, como la gran mayoría del público televisivo, que eran casi todos, lo que vi fue en realidad una “soap opera”, una telenovela, una  ficción, un gran espectáculo, y al final, una gran mentira, que encubrió una gran conspiración, la mayor conspiración de la historia, llevada a cabo en el siglo XX y en el país más poderoso del mundo. 

Por lo pronto, esto, como diría Samuel Beckett en Final de partida son: “Momentos para nada, ahora y siempre, el tiempo nunca fue y el tiempo acabó, reconocimiento concluido e historia terminada”.   

                      

Valle de Bravo, México                                                              

P.D.: A los neófitos en esto del asesinato de John Fitzgerald Kennedy les recomiendo la extraordinaria película “JFK” de Oliver Stone (1992) y, si se puede, en la versión completa, el corte hecho por el director. No se arrepentirán,  es la obra de arte de la denuncia política. También recomiendo el libro Estos Mataron a Kennedy del periodista chileno Robinson Rojas, publicado en 1964, que es el primer libro publicado en el mundo que señala una conspiración en el asesinato de Kennedy.  

 

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