El hombre que robó la Mona Lisa

 El 23 de agosto de 1911 es un día que los historiadores del arte no olvidarán jamás. Ese lunes, el humilde pintor de casas, Vincenzo Peruggia salió del museo del Louvre por una escalera llena de trabajadores, con apenas 12 guardias de seguridad custodiando el lugar, hacia las atestadas calles de París, llevando consigo nada menos que La Gioconda, la famosa "Mona Lisa" de Leonardo da Vinci.

¿Por qué un hombre querría robar la pintura más famosa del mundo? Esta es la pregunta que el cineasta Joe Medeiros trata de responder en el documental The Missing Piece: Mona Lisa, Her Thief, the True StoryY es que no se trata de un "sencillo" robo de arte: en la película se postula que la fama de la Mona Lisa, así como su importancia histórica como parte de la identidad francesa y específicamente parisina, pudo deberse a este robo. Pero hay muchas más piezas en este rompecabezas.

Peruggia era un inmigrante italiano sumamente pobre. En su posterior defensa cuando fue atrapado, dos años después del robo, se dijo que su salud mental en parte estaba afectada por la intoxicación por plomo que utilizaba a diario en su trabajo como pintor de casas. Sin embargo, existe un componente étnico dentro de esta historia: el hecho de que Peruggia, al igual que sus connacionales, fuera llamado en Francia "sucio macarrón", entre otras muestras de racismo, pudo haber contribuido a que Peruggia sintiera el impulso de reivindicar la superioridad italiana sobre la francesa cometiendo un robo que era, en su mente al menos, un acto de reapropiación: llevar la Mona Lisa de vuelta a su tierra, a Italia.

En el momento del robo, Peruggia trabajaba en una compañía contratada por el Louvre para cambiar las cubiertas de vidrio de diversas obras maestras exhibidas allí. Debemos recordar, como nunca olvida Walter Benjamin, que el París del novecento es la "capital del siglo XX", un emblema de la modernidad en los años previos al estallido de la Primera Guerra Mundial. Pero Peruggia era "solo" un obrero, por lo que incluso fue descartado como sospechoso en las primeras pesquisas que siguieron al robo. Mientras París se hundía en una nostalgia de miembro fantasma por la pintura perdida, las autoridades no sospechaban que era justo en el armario de ese pobre obrero donde permanecía oculta, enrollada con sumo cuidado, la pintura más famosa del mundo, apenas a dos millas de distancia del museo.

Lo más curioso es que Peruggia recibió apenas una pena de un año en prisión (de la cual cumplió la mitad) luego de tratar de vender la pintura por el equivalente moderno a $3 millones de dólares, lo cual nos recuerda la manera en que la especulación financiera se ha mezclado con el arte desde entonces. ¿En cuánto podría cotizarse la Mona Lisa en nuestros días? Sería difícil de imaginar. Pero es incluso más difícil de imaginar el hecho de que Peruggia haya sobrevivido a la Guerra luego de pelear en los encarnizados frentes italianos, y más increíble es el hecho de que haya regresado a vivir a París después, con su nueva esposa e hija, (y tal vez una misteriosa sonrisa) con quienes gustaba visitar la sala donde dormiría, ya de manera definitiva, su carissima Gioconda.

Medeiros logra crear un retrato histórico de Peruggia sin falsos romanticismos gracias al trabajo documental que lo llevó a encontrarse con la hija del ladrón, Celestina, quien sobrepasa los 80 años y apenas recuerda algo de su padre. En un viaje entre Italia y Francia, recomponiendo los hechos del día del robo y la posterior odisea de la pintura desde suelo francés hasta la bota italiana, Medeiros realiza un apasionante trabajo cinematográfico que cuenta un episodio poco conocido de una de las imágenes más famosas del mundo, así como del hombre que selló su destino a la pintura el día que salió con ella bajo el brazo, cuidadosamente enrollada, hacia la historia.

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