El miedo, indudablemente, tiene "lo suyo". De otra manera, ¿cómo explicaríamos la popularidad de las películas de terror, la especie de anticipación nerviosa que sentimos cuando estamos a punto de subirnos a una montaña rusa, la caída libre desde un lugar altísimo? Es precisamente la anticipación lo que genera cierto disfrute, pero sólo la anticipación que sabe que el cuerpo estará seguro. Nada nos va a pasar viendo una película de terror (a no ser que el ultramundo se sienta aludido y empiece a molestar), y casi seguramente nada nos va a pasar si nos subimos a un juego mecánico o nos aventamos con un paracaídas. Nuestro miedo auto-infundido es meramente un simulacro. Pero eso no quita que no sea miedo, y que algo bueno pueda venir de él.
El miedo nos protege
Michael Fanselow, neurocientífico de UCLA apunta: “Las personas creen que tener miedo es malo, pero la razón por la cual evolucionamos hacia tener miedo es que el mundo es un lugar bastante peligroso y hemos desarrollado sistemas muy poderosos que automáticamente nos fuerzan a comportarnos a la defensiva y a protegernos”.
Algunos miedos son aprendidos, otros están codificados en nuestro ADN: Incluso nuestros ancestros comprendían que la carne en estado de putrefacción (o los zombis), las serpientes, la sangre y las alturas no eran seguros.
El horror nos entrena
Así como los cuentos de hadas de los hermanos Grimm, las películas de terror son un tutorial para estar alertas a posibles amenazas. Al ver este tipo de películas tienes más control, tus respuestas cerebrales son muy fuertes pero no para apoderarse por completo de ti, de manera que lo que aprendes es cómo enfrentar y lidiar con tus miedos. “Si sabes que estás entrando a un ambiente peligroso, como una situación de combate, es bueno tener mucho entrenamiento y experiencia en casos similares pero no tan peligrosos; así aprendemos a adaptar nuestro comportamiento”.
La emoción del miedo “enjuga” el cerebro
Las situaciones excitantes, ya sean gozosas o aterradoras, enjugan el cerebro, apunta Joseph LeDoux, neurocientífico de la Universidad de Nueva York. Las películas de terror energizan el sistema: los corazones laten más rápido, la presión arterial aumenta y se liberan dopamina, noradrenalina (la cual alista el cuerpo para respuestas de lucha o huida) y endorfinas (las cuales matan el dolor). Es por ello que la mayoría de las veces que estamos aterrorizados, o tratando de luchar por nuestras vidas, tenemos instintos inteligentes, rápidos y lúcidos.