Frutas del jardín de Dios: cómo los enteógenos pueden desprogramar el consumismo

El bloguero Thad McKraken ha escrito una pieza interesante acerca de la "naturaleza demoniaca" de los márgenes de utilidad del capitalismo en nuestros días: una explicación que es compatible con la filosofía económica de un sistema basado en su propia reproducción, aunque explicado desde una óptica mística.

Según McKraken, todo estaba perdido desde el principio: Yahvé (o Dios, para abreviar) castiga el impulso del hombre de "alcanzar la sabiduría sagrada con respecto al mundo material por sugerencia de una entidad serpentina (demónica)." El giro interesante que McKraken otorga al tradicional castigo de ser exiliados del paraíso terrenal es que Dios dice que "ahora debemos esclavizarnos raspando el suelo en esta prisión materialista que hemos creado para nosotros mismos al tomar las drogas de la serpiente que él específicamente prohibió."

En otras palabras, la ignorancia humana tiene un matiz de conspiración: "la conspiración de Dios, justo ahí en nuestros libros supuestamente sagrados, resonando a través de la conciencia de tantos... ¿Qué es lo que hemos perdido cuando Dios nos expulsó del Jardín del Edén? ¿Qué fue lo que ganamos de nuestra alianza reptilesca con las dimensiones más bajas de la tierra? Retar a las fuerzas oscuras de la avaricia hambrienta de lucro es la única manera en que podemos transformar estas preguntas en conciencia psíquica más misteriosa y avanzada."

Para McKraken, "los márgenes de utilidad son una fuerza que hemos creado en este nivel de realidad para ayudarnos a facilitar la acción. Es una herramienta psicológica que usamos para hacer nuevas cosas y funciona." El capitalismo es un sistema "por el que los individuos son recompensados basándose en sus contribuciones a la sociedad, pero aquí hay algo que todo mundo sabe porque es tan obvio que salta a la vista: el dinero no recompensa a la gente por sus contribuciones a la sociedad en ninguna manera racional. Eso es lo que está diseñado para hacer, y no funciona, para nada."

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"Adán y Eva en el Jardín", Capilla Sixtina de Miguel Ángel (detalle)[/caption]

El problema está en que aquellos que acumulan demasiadas ganancias tienen influencia desproporcionada en la sociedad, "y usan esta influencia para garantizar que el juego funcione en su favor por siempre y para siempre." ¿Y qué hay, pues, de ese pacto mítico que la especie contrajo en el Jardín del Edén? ¿Acaso no se trató de una especie de liberación, de fuga de un Dios que condenaba a la especie a ser tratado como niños? Esta idea debería explorarse más a fondo, pero McKraken se queda en un estrato muy superficial, priorizando la legalización de drogas psicodélicas, lo cual "debería ser de capital importancia en este momento particular de la historia humana."

Los enteógenos (literalmente: las sustancias que introducen un dios en nosotros), en efecto, "son la forma más efectiva de forzar a la gente a cuestionarse la supremacía de su estrecha micro-narrativa... El consumismo nos está destruyendo y un viraje hacia la filosofía chamánica es el único antídoto."

Hemos dicho que es un estrato muy superficial el de los enteógenos simplemente porque estos no pueden ser utilizados por todo el mundo ni todo el tiempo. Este es un argumento a favor de su legalización: es imposible hacerse adicto a ellos, por la sola razón de que para que los enteógenos nos abran las puertas de la percepción es preciso volver a la conciencia y procesar la información que se nos revela. La urgencia que McKraken ve en el uso de enteógenos para despertarnos del sopor consumista tiene, con todo, una razón de peso: el mundo nunca vuelve a ser el mismo después de tomarlos.

¿Y por qué las plantas de poder, el hikuri, la ayahuasca, los hongos, el LSD son sustancias prohibidas? Porque, como sabe McKraken, no hay dinero en ello: no se pueden extraer márgenes de ganancia de este tipo de sustancias, al menos no una ganancia parecida a la venta de cocaína o heroína, porque estas sustancias se toman en contadas ocasiones durante la vida, pues cada ocasión está marcada por un cambio radical y a menudo brutal en el entendimiento del mundo que viene a continuación.

Las frutas del jardín de Dios no son en absoluto las flores del mal y los paraísos artificiales de Baudelaire: no consuelan o soporizan o hacen olvidar las penas de este "valle de lágrimas" en que vivimos, sino que nos permiten verlo en toda su complejidad y responsabilizarnos de nuestro papel en la reproducción del sistema de la ganancia. O como dice McKraken, tomar este tipo de sustancias "hace que tener una mansión que no compartes con el mundo parezca la meta de vida más patéticamente mezquina que se pueda imaginar", una mansión construida en un paraíso fiscal.

Convertir los instrumentos de opresión en instrumentos de libertad es la función principal de la conciencia, y todo lo que pueda ayudarla a conseguir este objetivo es una herramienta que deberá apreciarse y aprovecharse. 

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