Banksy se burla del mercado del arte y remata, inadvertidamente, sus obras en Nueva York

En la última década el arte callejero pasó de ser una actividad relativamente 'marginal', ejercida por inquietos jóvenes en ciertas capitales alrededor del mundo, a consolidarse como una de las prácticas artísticas predilectas en la cultura pop. Originalmente una actividad creativa y contracultural, crítica del arte establecido, y promotora del espacio público como arena incluyente, abierta, y pro-activa, causó una masiva sensación que terminaría por manifestarse en decenas de libros, documentales, e incluso, paradójicamente, exposiciones en interiores. 

Durante su proceso de popularización, el street art vio emerger, o consagrarse, a destacados exponentes, entre ellos figuras como Obey, Space Invader y, por supuesto, Banksy. Para aquellos que han seguido esta práctica desde hace diez o más años, probablemente el británico les genere sentimientos encontrados: por más que su ácido talento es innegable, lo cierto es que se ha vuelto tan famoso y celebrado, que por momentos puede resultar un tanto gastado. Sin embargo, como si fuera un mensaje dirigido para todos los que así pensamos, periódicamente este artista originario de Bristol nos sorprende con una nueva y creativa pincelada –recordatorios de que en realidad estamos ante un tipo con algo de genialidad.

Durante su reciente visita a Nueva York, emblemática ciudad dentro de la historia del arte callejero, Banksy realizó distintas intervenciones y obras, que fueron ávidamente documentadas en cientos de medios. Pero quizá la más destacada no fue en si una obra física, por ejemplo un cartel o un esténcil de gran formato, en realidad se trató de una especie de performance que con admirable ironía, se burla del mercado del arte, el mismo que por cierto favorece las obras de Banksy y que le ha hecho, por mucho, el mejor cotizado artista urbano.

El artista instaló un puesto callejero con pinturas originales, y uno de sus asistentes fue el encargado de atender el 'negocio'. Evidentemente la gente ignoraba que se trataba de obras (sobretodo esténcil sobre lienzos) que en realidad fueron hechas por el propio Banksy. Cada pieza costaba $60 dólares. Tras más de siete horas instalado, finalmente, al igual que muchos otros alrededor, el puesto fue levantado. El saldo final fue de $420 dólares, tras haber vendido unas ocho obras, algunas de ellas tras acceder al regateo de los compradores. El suceso fue documentado en video y difundido por el propio artista –ya suma más de 1,200,000 vistas en YouTube.

El caso nos invita a reflexionar sobre lo absurdo del mercado del arte, e incluso de la forma en la que se les asigna un valor a las propias obras del artista. Al no ser explícito que se trataba de piezas originales, la gente simplemente sopesaba si lo que veía ahí valía los sesenta dólares que se pedía a cambio –y pocos fueron los que consideraron que en realidad los valían. Sin embargo, se calcula que el precio real de cada uno de estos "Banksy's" ronda los $30,000 dólares, precio establecido en relación a la fama que posee su autor.

En fin, un destello más de fino humor y aguda crítica, cortesía de este inglés que por más que su fama crece y a diferencia de muchos otros, afortunadamente no ha perdido la misma esencia que alguna vez lo catapultó hasta su privilegiada ubicación actual.  

Twitter del autor: @ParadoxeParadis

  

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