La vida es un continuum, un tránsito incesante, una violenta oposición de contrarios. La vida sufre (o goza) la doble condena de morir y renacer, de no cesar nunca, de consumirse en medio de las condiciones más sufrientes pero también de resurgir en las más inesperadas. La vida, cambiando el sujeto en las líneas con que Borges finaliza su “Nueva refutación del tiempo”,
es un río que me arrebata, pero yo soy el río;
es un tigre que me destroza, pero yo soy el tigre;
es un fuego que me consume, pero yo soy el fuego.
Las fotografías que presentamos en esta ocasión podrían tomarse como ejemplo de la dialéctica violenta inherente a todo proceso vital. Se trata de escenas que comunes, corrientes en el sentido de cotidianas, pero al mismo tiempo síntesis instantáneas de la pulsión fatídica que, imprescindiblemente, anima la vida.
Depredación versus supervivencia: ¿la dinámica cíclica inevitable para nosotros que estamos vivos?
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