Contrapunto: Las Vegas y el futuro de la civilización

Durante el año que viví en California fui cuatro veces a Las Vegas. Es un destino natural para los pobladores de los estados colindantes, pero sobre todo para quien vive en Los Ángeles, a poco más de cuatro horas en automóvil, en una autopista de asombrosas panorámicas desérticas. La otra ciudad próxima es Phoenix, en Arizona, y, por añadidura, San Diego y Tucson. San Francisco está considerablemente más lejos, al igual que Salt Lake City, en Utah, con Tijuana y Mexicali más cerca que ambas. Esas son las grandes ciudades cuyo viaje por tierra no significa un día de viaje. De ahí en fuera, para llegar a ese oasis del capitalismo es necesario volar o manejar durante demasiado tiempo como para pasar ahí solo un par días. Y estar más de cuarenta y ocho horas en ese lugar es un suplicio.

Es un lugar paradigmático por muchos motivos. Es un burdo resumen de la cultura estadounidense y del sistema capitalista: la ciudad más superficial del continente, y probablemente del mundo. Hay antros, baños de sol a un lado de la alberca, buenos restaurantes, miles de tiendas caras y baratas y, desde luego, apuestas de todo tipo. También hay shows, campos de golf, strip clubs, brincos en paracaídas y campos de tiro con pistolas y balas de verdad, sin contar la amplia selección de lo ilegal: prostitución y drogas. Y por ahí debe de haber un cine, escondido tras luces de neón.

Las apuestas se legalizaron en el estado de Nevada en 1931, y cinco años después la presa Hoover fue capaz de producir suficiente electricidad para dotar de aire acondicionado a la ciudad en ciernes. Bugsy Siegel inauguró el Flamingo en 1947, y la victoria de la revolución cubana en 1959 le cerró las puertas al turismo hedonista que buscaba mujeres, licor y apuestas, haciendo de Las Vegas la capital de éstos y otros vicios. Tanto Bugsy como The Godfather II retratan ese proceso con gran libertad dramática, pero una cosa es cierta: la ciudad fue fundada por el crimen organizado. Luego vienen Fear and Loading in Las Vegas, Casino y Leaving Las Vegas, los mejores pies de película dedicados a ese lugar, con The Hangover como metáfora: la cruda de varias décadas de excesos. 

Regresé hace poco con mi hermano Santiago después de diez años, como Raoul Duke y el Dr. Gonzo pero sin camisas “Acapulco”. Nuevos hoteles y nuevos casinos, más suntuosos que todos los demás. Y una imagen recurrente: imaginar la ciudad hueca en un futuro ilusorio. Como James Cole al inicio de 12 Monkeys: salir del subterráneo y caminar por calles desiertas, enormes hoteles abandonados con miles de cuartos vacíos, habitados quizá por parvadas, serpientes o roedores.

No es un panorama imposible. En $20 per Gallon, Christopher Steiner hace un ejercicio de predicción al explicar lo que sucederá cuando aumente el precio de la gasolina, lo cual es inevitable. El petróleo se acaba. Cada vez es más difícil de extraer, y cada vez hay menos. El planeta ha sido mapeado a partir de radiografías aéreas, y así se sabe que ya no hay grandes yacimientos por descubrir. Hay menos, más pequeños y más difíciles de acceder, lo que implica mayor costo de extracción y el consiguiente aumento del precio de cada barril. Hemos pasado el pico del petróleo, y todo lo que tiene que ver con esa forma de energía ha iniciado un declive que terminará en cero. Aún no se desarrolla la tecnología para que un avión vuele sin petróleo. La energía nuclear podría lograrlo, y de hacerlo alcanzaría un poder mil veces mayor, pero estamos lejos de controlarla, como se demostró con la catástrofe de la planta Fukushima Daiichi en 2011: niños jugando con fuego. La energía combinada de paneles solares, eólica o gases naturales que de alguna manera pudieran ser transferidas a un avión no sería suficiente para hacer que se eleve, y el hidrógeno en muy inestable. Quizá la electricidad pueda, pero nada es seguro todavía. Entonces, una de las consecuencias del aumento paulatino de la gasolina será la reducción masiva de vuelos comerciales en todo el mundo, y el uso menos frecuente del automóvil. 

 El galón de gasolina cuesta cuatro dólares en Estados Unidos. Cuando alcance los veinte dólares, dice Steiner: "¿Qué sucederá con este carnaval de exceso en el desierto cuando la gente no pueda llegar ahí por trescientos dólares? Casi nadie, salvo algunos apostadores de Los Angeles, maneja a Las Vegas. ¿Quién le dará energía a las fuentes, las luces, las mesas de fieltro y los cocteles gratis? De los veinticinco hoteles más grandes del mundo, todos con más de 2,500 cuartos, diecinueve están ahí. Cuando el hotel Mirage ceda ante la dinamita de la demolición —y lo hará eventualmente— los escombros se unirán a las ruinas del strip para nunca volverse a levantar". Al igual que Detroit, un día tal vez no tan lejano la ciudad de Las Vegas estará desolada. El espejismo dejará de existir, o existirá como recuerdo de un mundo en extinción. El desierto reclamará sus restos.

Pero, claro, lo mismo sucederá con cientos de lugares, y eventualmente con todos, como apunta la obra del colectivo danés Supeflex: Modern Times Forever, la película más larga de la historia: 14,400 minutos de erosión paulatina del edificio Stora Enso en Helsinki. Es el futuro de nuestra civilización. 

Twitter del autor: @jpriveroll

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