Los niveles de impunidad en México hacen de este país, tristemente, una especie de paraíso delincuencial. Más allá de condiciones socioeconómicas, culturales, o educativas –factores que favorecen la transformación de habitantes en delincuentes–, el incentivo determinante para que esto suceda, parece radicar en la casi nula posibilidad de que aquel que comete un delito, reciba por ello el castigo correspondiente.
Imaginemos que eres una persona que vivió en condiciones de marginación, que tu entorno socioeconómico y cultural nunca favoreció la posibilidad de dedicarte a la escuela, que recibiste, tal vez, pocos estímulos para cultivar el civismo y los valores, y que presenciaste innumerables actos de corrupción de funcionarios públicos, autoridades, e integrantes de todas las clases sociales. Aparentemente serías un buen candidato para terminar como delincuente.
Ahora imagina que mediante este robo o aquel asesinato podrás ganar una suma de dinero para, por ejemplo, consumir algún producto o servicio de esos que anuncian incesantemente en la TV –lo cual sin duda te hará ubicarte en mejor posición dentro de una sociedad jerarquizada, en buena medida, de acuerdo al poder de consumo de cada persona. Además, quizá obtengas algo de respeto entre los habitantes de tu barrio o pueblo, e incluso podrías, en pro de la cohesión social, sumarte a una pandilla o incluirte en un gremio identitario. Si sumamos estas circunstancias a las anteriores, todo indica que tu potencial criminalidad ha sido reforzada.
Finalmente, te diría que en caso de optar por cometer un delito, existen 0.08% de probabilidades de que seas castigado. ¿Qué harías?
Las cifras
De acuerdo con la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH), en México solo se denuncian alrededor del 8% de los delitos que se cometen. Es decir, 92 de cada 100 crímenes no serán, por default, castigados. En cuanto a las denuncias registradas, únicamente el 1% termina con una sentencia condenatoria –lo cual nos da una escalofriante probabilidad de castigo del 0.08%.
En lo que se refiere a homicidios, de acuerdo el INEGI, en 2012 se registraron 27,700 casos, de los cuales 523 terminaron en sentencia. Esto quiere decir que si asesinas a alguien en suelo mexicano tienes, por lo menos, 98% de probabilidades de que tu acto sea legalmente inconsecuente. Mientras que de los delitos ligados a delincuencia organizada, también en 2012, fueron esclarecidos y castigados menos del 1% (19 de 2970) –esto último resulta aún más preocupante si consideramos que el crimen organizado fue el enemigo público # 1 del anterior gobierno.
Los poderosos
Recientemente se registró en México un caso que levantó la indignación colectiva. Me refiero a la absolución de Raúl Salinas de Gortari, el hermano incómodo del ex presidente Carlos Salinas, y a quien un juez decretó que se le devolviesen 24 inmuebles y descongelarán seis cuentas bancarias –a pesar que nunca aclaró la procedencia de este caudal de bienes.
Más allá de lo escandaloso de este caso, el cual debido a la gran cobertura mediática que ha recibido en la última década, además de tratarse del hermano de un poco querido mandatario, lo cierto es que la exoneración de Raúl no es más que otro episodio dentro de una nefasta tradición mexicana: la impunidad. Y aquí podríamos agregar decenas de otros personajes, entre funcionarios públicos (guardería ABC), líderes sindicales (“Napito”), o empresarios.
En este contexto, por si no fuese suficiente el carnaval de impunidad, el problema no es únicamente el que los crímenes no se castiguen, sino que por el contrario parecen premiarse. El meta mensaje de este tipo de casos es que “si tranzas, avanzas”, si cometes fraudes, desapareces testigos incómodos, o robas con deplorable cinismo, tal vez termines paseándote en yates con mujeres voluptuosas, recorriendo el mundo en aviones privados, o derrochando dinero en extravagantes destinos.
La pregunta de oro
Tomando en cuenta todo lo anterior, resulta inevitable plantear la siguiente interrogante: ¿cómo es que no somos todos delincuentes?
La mesa puesta
Quiero pensar que no existen condiciones, ya sean socioeconómicas, legales, o educativas, que justifiquen el crimen. Mucho menos cuando se trata de homicidios, torturas, violaciones sexuales, estafas masivas, etc. Sin embargo, el sentido común apunta a que un entorno que presenta múltiples ‘estímulos’ para ejercer la criminalidad, la terminará padeciendo cotidianamente. Y México se ha convertido en eso, un abundante buffet para aquellos dispuestos a aprovechar el crimen como herramienta de vida, para el ladrón y el asesino, para el estafador y el funcionario corrupto, para el delincuente de cuello blanco.
Ojalá pronto encontremos una forma de desalentar a esta nociva fauna, una épica misión en la que todos los involucrados (sociedad, autoridades, maestros, y otros), tendremos que actuar con tajante responsabilidad. Recordemos que la realidad no se hereda ni se cuestiona, solo se diseña.
Twitter del autor: @ParadoxeParadis