Hace unos meses en México, nueve días después de que el gobernador de Jalisco (estado ubicado al noroeste de este país) tomara protesta, su Secretario de Turismo fue asesinado. Semanas después se reveló que los homicidas recibieron entre dos y tres mil pesos por cometer ese delito.
Los actos de barbarie firmados por el crimen organizado llevan ya más de una década registrando espeluznantes niveles. Entre 2006 y 2012, según cifras oficiales (y por lo tanto seguramente bastante conservadoras), ocurrieron 32 asesinatos diariamente. Por otro lado, si sumamos los homicidios dolosos ligados al crimen organizado, con el resto, entonces en abril de 2013 1563 personas fueron asesinadas, es decir, 52 diariamente. Sin embargo, más allá de estos perturbadores datos, el que una vida se valúe en menos de 200 dólares –dentro del mercado de sicarios–, hace del escenario un contexto aún más lúgubre, y nos obliga a reflexionar en torno al valor de la vida en un país asfixiado por miles de homicidios.
La vida tiene valor y en eso creo que todos coincidimos, al menos por el misterio que la caracteriza –nadie ha logrado resolver porqué existimos. De hecho, la respuesta más natural a ¿Cuánto vale la vida?, tal vez sea que es invaluable. Pero, y si tratáramos de adjudicarle un valor, tomando en cuenta que miles de vida son ‘cesadas’ alrededor del mundo ¿cuánto sería?
Parece imposible calcularlo en cifras. Podríamos quizá “hundirnos” en discusiones postulando algunas teorías, o tal vez calcularlo basados en indicadores sobre la preservación la misma.Entonces aquellos países que dan más valor a la vida, serían esos en donde menos homicidios, más esperanza de vida y mejor calidad de vida presentan, pues las condiciones están dadas para existir más dignamente.
Hace un par de años en México, el experto en sociología criminal, Guillermo Zepeda, realizó un estudio sobre el costo que implica mantener a los presos por delitos menores–como robos inferiores a seis mil pesos. Para su investigación, evaluó cuánto vale una vida en este país. Y aunque medirla en términos mercadológicos resulta frívolo, y nunca deja de ser un tanto arbitrario, es útil para dimensionar los costos sociales derivados de cada vida perdida por asesinato.
Zepeda tomó como referencia, la investigación que en el 2004 hicieron Renata Villoro y Graciela Teruél, en su libro “The Social Costs of Crime in Mexico City and Suburban Areas”. Ellas calcularon cuánto nos cuesta económicamente perder una vida por homicidio. Aunque lo anterior resulte polémico, estos datos intentan servir como referente para que la sociedad y los políticos, reaccionemos ante las “frías” estadísticas en torno a nuestros muertos.
Villoro y Teruel se basaron en aspectos como la edad promedio de los asesinados, su grado educativo, su nivel de ingresos, y los años de vida sana y productiva, que se perdieron como resultado de su muerte. Además,los investigadores analizaron el estrato de la población asesinada con más bajos recursos –las víctimas de la ‘guerra contra el narcotráfico’ generalmente pertenecen a este sector.
El contexto
Desde que inició explícitamente la fallida cruzada contra el narco, a finales de 2006, el crimen organizado ha crecido en número, recursos, y recrudecido sus agresiones– consecuencia ‘natural’ según el gobierno del ex presidente Felipe Calderón. A inicios del pasado sexenio, un sicario ganaba, según Viridiana Ríos, estudiante en Harvard, de Tráfico de Drogas, Violencia y Corrupción en México , y colaboradora de la revista Este País, entre diez mil y doce mil pesos.Hoy, según el criminalista Pedro Peñaloza, hay jóvenes que inician su carrera delincuencial con un sueldo de entre 2 y 5 mil pesos.
“Las armas a bajo precio, drogas, mujeres, dinero fácil y rápido, explica el psicólogo Héctor Castillo Berthier, investigador de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), son algunos de los factores que llevan a que cada vez más jóvenes se inicien en este tipo de vida”, caracterizada por un inherente desprecio al valor de la vida. Además, se calcula que en el país hay cerca de 7 millones de ‘ninis’, según la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo del primer trimestre del 2013, lo que acentúa lo anterior.
¿Qué está pasando en la cultura?
Un graffiti en la ciudad de Tijuana del año 2010 reflejaba una cruda tendencia en las creencias de muchos jóvenes, cuyo status sociocultural les ubicaba como candidatos para ser reclutados por el narco: “Prefiero morir joven y rico que viejo y pobre”. Lo anterior ejemplifica parte de la filosofía, si es que puede llamarse así, detrás del crimen organizado, y de los jóvenes sicarios, los cuales ante la falta de oportunidades, probablemente reducen el valor de su vida a la anterior frase, ¿pero qué hay del valor de la vida del otro? Tal vez lo que más los impulsa es que saben que, al menos de la justicia mexicana, saldrán “librados”.
Según un informe del propio Zepeda, criminólogos estiman que 5% de los delincuentes son los responsables de alrededor de 60% de los delitos de alto impacto. Y recrudeciendo el dato, el 30.3% de las personas que están en la cárcel en México, cometieron delitos menores a seis mil pesos. Además,el 80.6% de los homicidios quedan impunes.Es decir, los ‘grandes delincuentes saben que la estadística es su aliada.
A pesar de que casi la mitad de la población mexicana vive en la pobreza, hay algo cultural que cambió respecto a anteriores décadas, pues no habíamos visto en el país los niveles de crudeza en los homicidios de los últimos años.Lo anterior podría traducirse en que no es solo la necesidad, sino también las aspiraciones de riqueza y poder, aunado por un status y sentido de pertenencia, las que probablemente estén matando a nuestros jóvenes.
Tratándose de un complicado tema, Guillermo Zepeda opinó para este medio que:“Hemos perdido capital social, hay personas cercanas a los sicarios que matan y nunca son sancionados, y entonces a lo mejor se tiene el incentivo a, decir bueno, por esta ocasión lo voy a hacer para obtener esta ganancia, y tengo pocas posibilidades de ser capturado, entonces es una relación entre esta situación y la necesidad.(…) Para ellos es la única forma de prosperar y ganarse respeto, sobre todo en municipios que están altamente narcotizados, donde la economía está impregnada con las organizaciones criminales”.
Haciendo cálculos
En términos de justicia a un sicario generalmente no le cuesta asesinar–pues rara vez son castigados. Financiar su arma según un estudio del diario El Universal, puede costearse desde tres mil pesos, aunque también puede ser rentada o prestada, por lo que el costo económico real, en la mayoría de los casos, podría ser de cero pesos. El tiempo que emplean en cometer el homicidio y un improbable sentido de culpa, sean tal vez el principal precio.
Según lo concluido por Renata Villoro y Graciela Teruél, 1,069,094.77 (un millón sesenta y nueve mil noventa y cuatro pesos, con setenta y siete centavos) es lo que nos cuesta perder a un joven asesinado.Hasta hoy,los cálculos sobre el valor de la vida y su discusión se reducen únicamente a términos utilitaristas, por ejemplo el cálculo sobre indemnizaciones, o bien, el anteriormente mencionado, donde se promedia cuánto perdemos todos por la fuerza de trabajo y el conocimiento de los jóvenes asesinados.
Sin duda un tema paradójico, pues ¿el valor de la vida es medible? la respuesta es seguramente negativa, y al mimo tiempo, tal vez necesitamos discutirlo para generar reflexiones en torno a su importancia- recordemos que anteriormente este fenómeno se discutía desde la religión y el efecto que producía el temor a dios y el castigo divino, tendencia que actualmente van en descenso.
Los niveles de impunidad, las aspiraciones de consumo y riqueza, y una guerra que ha desatado la furia por el poder del dinero, nos invitan a reflexionar si la pobreza misma podría originar esta barbarie, o si es que están faltando cimientos – valores, que den un sentido trascendental a la existencia: a fin de cuentas creo que el estado natural sería que no hubiese ser humano capaz de asesinar a otro –y mucho menos en un acto aderezado por escalofriante crudeza. Probablemente la reflexión deba llevarse a un plano mucho más complejo que las anteriores interrogantes pero, en todo caso, parece que hoy, más que nuca, tenemos la obligación de dedicarle unos momentos.
Twitter del autor: @anapauladelatd