Hotel Chevalier es uno de los cortometrajes más emblemáticos en la filmografía de Wes Anderson, una suerte de síntesis de su tan característico estilo como director, esa oscilación inquientante y en cierto modo instantánea entre la tragedia absoluta y la comedia más absurda, sin el tiempo de transición necesario que nos permita entender una u otra (¿aunque no es así la vida misma?). Una sola habitación de hotel en París se vuelve así la metáfora del mundo, el punto de encuentro entre el mundo interior y las demandas del mundo exterior.
A propósito de dicho estilo, recientemente el escritor Rodrigo Fresán recuperó una anécdota que involucra a Anderson y a Pauline Kael, "la mítica crítica de cine de The New Yorker":
Cuenta [Anderson] que pasó a buscar a Pauline Kael a su casa, que la llevó hasta una sala de Manhattan, que vieron la película [Rushmore, 1998] a solas y que, cuando se encendieron las luces y volvieron en silencio al auto, él temblaba porque “había pasado muchos años soñando con este momento, había recorrido grandes distancias… Y Kael dijo lo que me sonó como la última palabra sobre todo el asunto: ‘Verdaderamnte no sé qué pensar de esta película’. Y parecía que ésa era la conclusión definitiva a la que ella había llegado; al menos así de enfático me sonó a mí.
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