“Movies have stolen our dreams. Of all betrayals, this is the worst.” —F. Scott Fitzgerald
"Amaba eso que impropiamente se llama estilo de decadencia, que no es otra cosa que el arte cuando llega a ese punto de madurez extraña, propio y característico de las civilizaciones que envejecen; estilo ingenioso, complicado, sabio, lleno de matices y de refinamientos que extiende siempre los límites de la lengua, explotando todos los vocabularios técnicos, tomando colores de todas las paletas, notas de todos los instrumentos, esforzándose por expresar el pensamiento en lo más inefable que tiene, y la forma en sus contornos más vagos y fugitivos", Teófilo de Gautier sobre Baudelaire.
Todas las primaveras hordas de jóvenes estadounidenses atacan las playas para anonadar sus sentidos en ríos de alcohol, cortinas de humo de marihuana, sexo desenfrenado (más que orgías: simulaciones orgiásticas) y un estado mental de fiesta que funciona como una consigna que parece decir: let's get wasted. Este rito de pasaje de las generaciones actuales en primera instancia --en una reflexión somera-- es el máximo denominador de la decadencia posmoderna: el pop pegajoso de pésima calidad que invoca sueños permanentemente adolescentes, el cheesy house, el gangster rap con su trinidad de armas, perras, y dinero, la premura que hace porno del erotismo, sexualidad sin el asomo de la conciencia, el grinding (bamboleo) incesante como acto reflejo pavloviano de la sexualidad mecanizada o programada por MTV para desbordarse indiferentemente en búsqueda de culo o cubeta, las drogas que solo embotan --más que abrir puertas de percepción--, el hedonismo trash que se arroja al sol simbolizado en una joven borracha que bebe chorros de vodka de una manguera en forma de pene hasta colapsar en la playa mientras decenas de jóvenes alzan las manos al cielo siguiendo la fiesta entre eufóricos beats que se repiten --y un animador que les dice lo que deben de hacer después.
La primera escena de Spring Breakers de Harmony Korine capta con una poderosa ambivalencia este moderno remedo o desviación de la esencia bacanal --el rito ha perdido su contexto y su conciencia sagrada pero aún así cumple la tradición de la transgresión que viola el tabú para reafirmarlo. Los cuerpos torneados de los jóvenes que prueban las raudas mieles de la promiscuidad sin la mirada condenatoria, que se empapan de una semana de oasis, desfilan tan irresistiblemente atractivos como decadentes. Vemos como ya Girls Gone Wild se ha introyectado en el sueño americano: ese momento ansiado en la juventud en el que se podrán conocer los salvajes placeres prometidos por toda la cultura pop, donde se libará la pertencencia imitando a los modelos (a las celebridades pero también a aquellos que ya han springbreakeado o hecho lo que sólo hemos deseado). Desde aquí entramos en la confusión central que es la película, pero que es también la sexualidad teen estadounidense: la liberación de la moral recatada, la expresión flagrante del instinto pero siempre de manera mediatizada, sexualidad que se vuelca hacia fuera y libera enajenando, se encuentra en la perdición.
Spring Breakers narra la aventura de cuatro chicas colegiales relativamente provincianas que roban un diner para poder partir a Florida y vivir la vacación soñada. Para ellas el Spring Break no sólo es el exceso festivo de perder la cabeza en all-inclusives, albercas de cerveza y bailes topless, es algo casi espiritual, puesto que representa la diferencia. Este punto es importante ya que aunque podemos pensar que estas vacaciones primaverales son sólo estúpidas celebraciones a las que millones de jóvenes se vuelcan sin mayor razón (que no sea el sobresalto de las hormonas), en realidad también cumplen una función de transferencia, una ruptura con la mismidad cotidiana, un sueño de cambio, de encontrar la otredad y aquello que su vida mecanizada y reptitiva no otorga: acceden así a lo sagrado (aunque en sí mismo el Spring Break es una expresión igualmente mecanizada: la espontaneidad y la alegría son programadas). El Spring Break, aun en su desfachatez, tiene un confuso glamour, erótico pero también existencial.
La ambivalencia, los contrastes, la confusión, la ambigüedad, la dispersión, todas estas características de la psique adolescente son parte de la impresiones que deja la película --igualmente en el público, seguramente numerosas opiniones encontradas ¿Se trata de una exaltación falocrática voyeurista, donde el cuerpo de las cuatro pop stars casteadas como spring breakers es el obscuro objeto del deseo, la mirada masculina que se arrellana sobre la juventud en eterno deseo? ¿O es en realidad una película neofeminista, donde se celebra el poder de la sexualidad desenvuelta, la inalienable comodidad corporal que muestran las chicas, coqueteando y seduciendo, empoderándose hasta suplantar a la figura masculina, que les propina a ellas blowjobs, cumpliendo el arquetipo de las chicas malas que controlan su destino, liberándose al trascender los límites establecidos? La película admite múltiples lecturas a mi manera de ver porque virtuosamente las imágenes están desprovistas de juicios morales, son seductores paroxismos de la estética pop prevalente, llevados hasta lo sublime y lo ridículo, reflejos no de la realidad aislada, objetiva e inalcanzable, sino de la realidad mediatizada, de la realidad en la que conviven inextricablemente las vidas de las personas con las vidas que ven en las películas y en la televisión. En esa cópula entre las vidas vividas y las vidas vistas nace la fantasía. El signo de la decadencia es este: que las películas, que los programas de TV, con sus imágenes y sus narrativas --extensiones de nuestro flujo mental--, no sólo han invadido nuestros sueños, los han reemplazado.
Estas imágenes de raperos bombeando chicas en la piscina, arrojando billetes, presumiendo cadenas y armas, o estas canciones que describen las grandes emociones humanas, como las de Britney Spears, son las amalgamas culturales (por no decir almas culturales). Sirven, en buena medida, como el Coro de las antiguas obras de teatro griego, aunque se consideren expresivamente pobres; ayudan a asimilar y a relacionarse y ofrecen un especie de estado base, socialmente deseable, que aglutina y aniquila la diferencia: en el estupor del confort uniformediatizado. Entendemos el mundo a través de referencias --y en el vértigo de las referencias, dejamos de saber cual era la frase original.
Todo lo que podemos ver es la superficie de las cosas --lo demás lo asumimos. Harmony Korine conecta superficies, el liso papel de las imágenes y así construye una enorme fantasía, que es el resultado de cientos de fragmentos de fantasías ( un culto o un homenaje a las imágenes que alimentan el sueño americano, que según el crítico Morris Berman está basado en el modelo del hustler, que puede obtener lo que quiera, pero quitándoselo a alguien más). El final que para algunos podrá ser una falla garrafal, una falta de seriedad, es solamente un acto de coherencia con la verdadera factura de la película. La apoteosis amoral de la fantasía. No la apología amoral del Spring Break y la decadencia. Algo más como la masturbación necesaria de toda una cultura (que libera una cauda de energía) o la sublimación de los valores negativos que aún proyectan una sombra de culpa a la vez que ejercen un deseo irresistible. Se puede cargar de valores morales esta fantasía: que es estúpida, que es enajenante y enfermiza, que no lleva a ningún lado --el dinero, las drogas, la violencia, el sexo en su paraíso en los márgenes... Igualmente se puede cargar de valores morales la película, que es buena o mala, que es una critica mordaz o superficial, etc... pero todo esto es lo menos importante. Es curioso pero una película hiperreal, inverosímil y completamente fantasiosa, nos dice más sobre el estado actual de las cosas que películas aparentemente más creíbles y menos delirante.
Decía Baudrillard que "Disneylandia se presenta como imaginaria para hacernos creer que el resto [del mundo] es real", cuando la realidad ha sido substituida por el simulacro. Quizás algo similar ocurre aquí: el Spring Break se nos presenta como un oasis de decadencia para hacernos creer que esa decadencia no es parte continua de nuestra realidad o que su paroxismo no es una consecuencia de una doble moral que prefiere no mirar su sombra. Así la fantasía puede continuar, con popstars virginales hechas en Disney (con un lado salvaje secreto) y raperos multimillonarios (la rebeldía de lo cool que sustenta al sistema del cual se rebela), sin que reparemos en lo que significa y en la vida psíquica que reprime.