El Inversor: Otros derechos del autor

No es lo mismo la producción que la protección de contenidos. Son dos agendas diferentes. Opuestas.

No es verdad que para que haya producción deba haber eficientes modelos de protección. No me consta. Ni me gusta.

Asistimos a diario a fenómenos nuevos, vertiginosos, vigorosos, voraces e invasivos que lo contradicen. Conquistas de las buenas. Depredaciones útiles. Juegos serios. Transformaciones. Fenómenos que redefinen desde la base los modelos de producción y propiedad de los contenidos.

¿No lo notan?

Pero no los redefine desde la lógica del debate de la propiedad y la producción, sino que redefine a estas incidentalmente, de rebote, a fuerza de ir por otra cosa y a otra velocidad. De pronto nos damos cuenta de que ahora la propiedad se ha complicado y que la protección se ha vuelto imposible. Pero no por obra vil de los plagiarios ni de los ladrones ni de los impostores. Por fuerza de otra transformación, más importante y sobre todo sin condena ética.

Vamos a ver.

No podemos proteger porque no podemos identificar con claridad qué hay que proteger ni de quién ni de qué usurpación. Para proteger es necesario definir un qué y un perímetro. Pero resulta que ahora, en contenidos, no está tan claro qué es qué y mucho menos cuál es el perímetro. ¿De quién es la noticia? ¿Del de la primicia; del que la opina; del que la analiza; del que la desvirtúa; del que la editorializa; del que la manipula; del que la desmiente…? ¿De quién, pero sobre todo, por qué debería importarnos de quién es? Por la protección, deberíamos respondernos. Entonces, ¿por qué debería importarnos la protección?

Al contrario. Deberíamos –es lo que propongo-, en lugar de resistir, gozar. Hay mucho que descubrir en los placeres inversos. (No creo que esta tesis necesite probación.) Es la hora de que el autor goce con el plagio y disfrute la piratería; y les cambie el nombre y los llame –por ejemplo- reescritura y difusión.

Es la hora de navegar a favor de la corriente impetuosa de la producción social, de la colaboración digital, de la liberación de la producción y de las autorías. Circular. Circular y circular. Aumentar la masa y la energía sin importar de quién ni para quién ni por dónde. Fuerza centrípeta. Echar vértigo a la pasividad mediatizada. Alimentar el bien común. Desatender al narcisismo. Explotar, y a ver.

Yo sé… Yo sé que me dirán que si desprotegemos a los autores y propietarios (que no siempre son los mismos, dicho sea esto de paso) la cosa en lugar de rebozar de vitalidad podría morir de inanición, pero no me lo creo. No veo ni una sola evidencia ni insinuación que me lo haga avizorar. Al contrario, otra vez. Yo no veo esa tendencia. Veo otra, inversa.

Sí veo algún riesgo en la industria y para la industria. Eso sí tiene evidencias. La industria debería reinvertarse y corre riesgo de desaparecer, pero la producción, no. La industria, que tiende a concentrar y a manejar las reglas de juego, sí está en riesgo. El control cotiza menos. Pero eso no es necesariamente malo y tal vez sea bueno. Aún para los que somos o estamos en la industria. Nos tocará reinventarnos, ¿y qué?

La industria dice que sin ella la producción muere, pero no es verdad. Son solo los últimos estertores de un control en extinción, los últimos calores de un verano que acaba, no una verdad revelada, a priori de todo. No es verdad que sin industria no haya producción. Incluso, puede ser más verdad (¡válgame dios la expresión!) que sea exactamente al revés. Yo creo.

Porque la producción no es una consecuencia de la incentivación, sino de la compulsión. Las personas no creamos, producimos, inventamos, etc. porque se nos incentive, sino porque si no lo hacemos, ya no sabemos quiénes somos. (Me acuerdo –como a cada rato- otra vez de Borges, que decía que no escribía sobre aquello que se le ocurría, sino sobre aquello que no conseguía olvidar.) La producción no es hija del incentivo, sino del sentido. El móvil es más esencial, desolado y necesario. Es el deseo y toda su ambivalente complejidad. Y la industria no tiene ningún papel en él. Ninguno es ninguno.

¿Y de los dineros qué? Pues lo dineros se reciclarán, una vez más. Encontrarán su recirculación. Ellos más que nadie necesitan colocarse. Dinero descolocado no es dinero. Solo existe si se coloca y hace que algo se haga. Es su razón de ser; su manera de construir valor. ¿Por qué deberíamos pensar que sin industria la producción se volvería imposible por desfinanciamiento? Eso, si fuera, sería sólo coyuntural, y por cuenta de los corcoveos de los monopolios perjudicados por el avance de lo bueno… 

Entonces, y para acabar, volvamos. El debate sobre la protección, y sus derivados en la piratería y demás, es un debate guiado por la industria y el establishment. Responde a los intereses de unos, no de todos. Opera a favor del statu quo. Es ansiosamente retentivo, anhela la tradición imperante. Tiene miedo. Un miedo básico, que incluso es ingenuo, infantil, más que siniestro y monopólico. Es miedo genuino. La industria está asustada y quiere asustarnos a todos.

Pero mientras la industria se despliega y mueve sus mil aparatos inmensos, por debajo, con la discreción –o la desidia tan propia de la generación X- de la acción y el ímpetu de la desorganización vital, pasa otro río que trae otros peces y mueve otras arenas. Un río nuevo al que no quiero llamar bueno, pero sí renovado y vital. Un río que late bien y que contrasta con esos aparatos aparatosos, un poco ridículos, que nos cuentan historias un poco raras y nos meten en debates que no queremos a cuenta de intereses que no tenemos.

Prueben. A la hora donde las maquinarias se apagan, por debajo, escuchen cómo suena el río vital que nos está trayendo las nuevas reglas del juego de la vida.

Un baño honesto en esas aguas frescas y nocturnas son los nuevos derechos, pero sobre todo las nuevas obligaciones, del renovado autor.

Twitter del autor: @dobertipablo

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