Una de las más curiosas invenciones realizadas durante la Revolución Industrial fue obra de un inventor llamado Jaques Benoit, el cuál creyó posible (y sus inversionistas también) la realización de un telégrafo hecho de caracoles.
Benoit era un fanático del ocultismo, en una época en la historia (mediados del siglo XIX) donde la ciencia y la magia volvían a estar muy vivas, y en ocasiones muy cercanas una de la otra: los viajes de exploración sembraban las dudas en las mentalidades ilustradas acerca de fenómenos como las hadas, los vampiros y el redescubrimiento del exotismo oriental.
La lógica del extraño telégrafo de Benoit consistía en lo siguiente: para él, los caracoles eran seres sumamente fieles, por lo que si dos de ellos se apareaban, siempre estarían unidos por un "hilo invisible", de manera telepática. En el siglo XX, la física cuántica descubriría que dos partículas que han estado en contacto y luego se separan efectivamente mantienen una especie de unión invisible, donde lo que le ocurre a una de ellas afecta a la otra, aunque esté a una enorme distancia de la primera. No sólo de manera instantánea, sino incluso más rápido que la luz.
Benoit pensó que si juntabas 24 caracoles y los apareabas, lo siguiente era dividirlos y llevar lejos la mitad, incluso al otro extremo de la Tierra. Si picabas a uno de los caracoles, su pareja, al otro lado del planeta, recibiría los impulsos y le permitiría a alguien que supiera interpretar esas señales transcribir un mensaje. Esta idea recibió el nombre de brújula pasilalínica-simpática de caracoles, o más comercialmente, telégrafo de caracoles.
A pesar de lo extraño de la idea y la originalidad de la aplicación, la aparición de los "telégrafos de carne" estuvo en el mindscape desde el siglo XVI. Incluso hoy, el vox populi piensa que si alguien que quieres habla de ti estornudarás tres veces. En el nudo de la superstición y la locura se encuentra también el concepto de "miembros fantasmas", las sensaciones físicas que experimenta una persona a la que se la removido del cuerpo una extremidad, pero que le pica o le duele como si esta aún estuviera en su lugar. En términos míticos, los telégrafos caracoles pueden recordarnos a la "media naranja", esa completud dividida al inicio de la vida la cual buscamos reconstruir, y que da lugar a la creencia en la telepatía (el "dolor lejano", la comunicación inmediata y trascendente) y a la serendipia, la correspondencia de los que se buscan sin saberlo.
Por desgracia el telégrafo de caracoles de Jacques Benoit no prosperó comercialmente. El locuaz inventor desapareció cuando uno de sus críticos solicitó pruebas rigurosas de su parte. Pero tal vez haya sido lo mejor: la historia de las telecomunicaciones habría sido completamente distinta si en lugar de teléfonos inteligentes lleváramos a todas partes pequeñas jaulas con caracoles.
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