Lo real maravilloso VS el realismo mágico: ¿por qué Alejo Carpentier es mejor que García Márquez?

Alejo Carpentier, pese a ser un escritor indiscutiblemente cubano, nació en Lausana, Suiza, en el año de 1904, el 26 de diciembre. Tampoco fue hijo de cubanos, sino de una maestra de idiomas de origen ruso y de un arquitecto francés. En Cuba realizó la educación básica, buena parte del bachillerato en Europa y sus estudios en arquitectura los comenzó en La Habana, mismos que no concluyó ―académicamente hablando―, aunque se convirtieron en una fascinación constante en su obra.

Durante ese periodo en la Facultad de Arquitectura en Cuba, en los años veinte, Carpentier escribió sus primeros artículos para la revista Discusión y luego para Carteles, donde fue jefe de redacción en 1924. Participó activamente en el auto nombrado Grupo Minorista, que quiso ser vaso comunicante entre las corrientes vanguardistas y culturales europeas y los desarrollos artístico-culturales en la isla. Eventualmente abandonó el grupo y se dedicó a realizar trabajos para la Revista de Avance, los cuales, según el investigador Andreas Kurz, giran “alrededor del término vago de una vanguardia artística y política”. En esta publicación Carpentier compartió páginas con Horacio Quiroga, Miguel Ángel Asturias y otros escritores de esta talla. 

En marzo de 1928 Alejo Carpentier tuvo que salir de Cuba rumbo a Paris, tras haber firmado un manifiesto en contra del dictador Machado, acto por el que además fue encarcelado por 40 días (durante esta estancia escribió su primera novela, Ecue-Yamba-Ó). En la capital francesa el escritor se vinculó pronto con los círculos de intelectuales y artistas surrealistas, de quienes, sin embargo, también se separaría.

La importancia de esta relación se reflejará después en múltiples trabajos. En el ensayo De lo real maravilloso, que es el que pretexto de estas líneas, la crítica al surrealismo aparece como un elemento central frente al que se erige la propuesta de lo real maravilloso latinoamericano.

Los años que van de 1928 a 1959 Carpentier vivió entre Cuba y Europa (especialmente París), hasta que, al triunfo de la Revolución, ocupó durante cuatro años el cargo de director de la Imprenta Nacional Cubana en 1962, para luego ser nombrado embajador de Cuba en Francia en 1966, cargo que ocupó hasta 1980, año en que tristemente falleció en la ciudad de París.

 

Es aquí donde tengo, por vez primera, la impresión de formar parte de algo, de algo que vengo buscando desde hace años. Y me doy cuenta de que necesité de un largo periplo, de una suerte de viaje iniciaco colmado de pruebas y de riesgos, para hallar la más sencilla verdad de lo universal, lo propio, lo mío y lo de todos ―al pie de una ceiba solitaria que antes de mi nacimiento estaba y está siempre, en un lugar más bien árido y despoblado entre los Cuatro Caminos…

La consagración de la primavera

El texto De lo real maravilloso destaca entre la multiplicidad y vastedad de trabajos ensayísticos de Alejo Carpentier por proponer una forma distinta de pensar la literatura latinoamericana y los elementos que la componen. Más que tratarse de una crítica a las formas que han signado las letras de la región, De lo real maravilloso proporciona algunas pistas sobre cómo el autor entendía América Latina como región singular en el planeta, al tiempo que problematiza ―así parezca someramente― las relaciones de intercambio, diálogo, supeditación, imitación, etc., entre América Latina y el continente europeo. De manera que el texto se vuelve rico no tanto por lo que toca a las discusiones sobre las vanguardias en las letras, sino por lo que nos proporciona para contrastar visiones de mundo desde lo latinoamericano con el resto del globo.

El trabajo De lo real maravilloso americano, antes de ser publicado como un ensayo completo, apareció a manera de prólogo en la novela El reino de este mundo, que Alejo Carpentier publicó en 1949. Esta antesala, y la novela a la que acompañó, tienen sentido en tanto el prólogo presenta algunas reflexiones en torno a las experiencias que el autor vivió en un viaje realizado a Haití en el año de 1943 y que lo confrontaron con la región latinoamericana en su conjunto, como parte de una totalidad. En las primeras líneas de aquel primer trabajo se puede leer:

Después de sentir el nada mentido sortilegio de las tierras de Haití, de haber hallado advertencias mágicas en los caminos rojos de la Meseta Central, de haber oído los tambores de Petro y del Rada, me vi llevando a acercar la maravillosa realidad recién vivida a la agotante pretensión de suscitar lo maravilloso que caracterizó a ciertas literaturas europeas de estos últimos treinta años.

Desde este párrafo se advierte una constante que será desarrollada en todo el texto: el contraste entre las letras latinoamericanas, que encuentran su razón de ser en la exuberante y maravillosa materialidad del paisaje y la casi artificiosa maravilla que han ido agotando las letras europeas “en lo últimos treinta años”, a decir del autor.

El prólogo a El reino de ese mundo fue ampliado por el autor para convertirse en un ensayo que formó parte de su libro Tientos y diferencias, el cual se editó por primera vez en 1964 a expensas de la Universidad Nacional Autónoma de México.

El resultado final de la ampliación a aquel primer acercamiento , fue un ensayo en el que Carpentier trata de sistematizar algunas de las reflexiones que había venido cocinando en su cabeza en torno a los referentes desde los que se escribe literatura en América Latina.

Entre la publicación de El reino de este mundo (1949) y el libro de ensayos Tientos y diferencias (1964), median quince años, periodo en el que Carpentier produjo algunas de sus obras más reconocidas: Los pasos perdidos (1953), El acoso (1956), La guerra del tiempo (cuentos, 1958) y El siglo de las luces (1962). Asimismo, durante este periodo el autor no olvidó su tesis en torno a lo real maravilloso. Entre el prólogo y el ensayo ya completado no existen diferencias en términos de las posturas planteadas, sino más bien una profundización. Mientras que el prólogo abre con la experiencia del escritor en las tierras que fueron las de Henri Christophe, en el ensayo comienza por hacer un recuento de las impresiones que le dejaron los viajes por Asia, la Unión Soviética y Europa (región esta última que, para entonces, ya conocía bien), para finalmente llegar a la evocación de las tierras latinoamericanas, a sus selvas, sus formas, su lenguaje. Es allí donde se encuentra la bisagra entre el primer trabajo y su ampliación a ensayo, en el planteamiento de los lenguajes de la naturaleza y de los hombres y mujeres en la región latinoamericana; a partir de ese punto el ensayo sigue de manera prácticamente íntegra el texto de 1949.

La tesis central sobre lo real maravilloso, tal como lo piensa Carpentier, queda dicha en la siguiente cita:

Lo maravilloso comienza a serlo de manera inequívoca cuando surge de una inesperada alteración de la realidad (el milagro), de una revelación privilegiada de la realidad, de una iluminación inhabitual o singularmente favorecedora de las inadvertidas de riquezas de la realidad, de una ampliación de las escalas y categorías de la realidad, percibidas con particular intensidad en virtud de una exaltación del espíritu que lo conduce a un modo de “estado límite”. Para empezar, la sensación de lo maravilloso presupone una fe.

Estas conclusiones comenzaron a tomar forma cuando el autor contempló en Haití la “fe colectiva” del pueblo en los poderes licántropos de Bouckman. Para él esas eran expresiones de lo maravilloso que habita en las historias de los habitantes latinoamericanos. Y es de esta construcción cotidiana de lo maravilloso que el escritor latinoamericano tiene que escribir, porque es allí donde reconoce, es ese el rincón del mundo que lo dota de sentido y le proporciona los referentes para comprender el universo todo.

En contraste con esta maravilla de la vida de todos los días, Carpentier opone las construcciones de los surrealistas. Para él, “lo maravilloso invocado en el descreimiento ―como lo hicieron los surrealistas durante tantos años― nunca fue sino una artimaña literaria, tan aburrida, al prolongarse, como cierta literatura onírica `arreglada´, ciertos elogios de la locura, de los que estamos de vuelta”.

Para Carpentier hay una relación a un tiempo explícita e íntima entre la cultura de un país, de una civilización o de una región, y su lengua, la oral y la escrita: el entendimiento de lo otro, de los otros y sus singularidades, está en el conocimiento profundo de su lengua, sus estructuras gramaticales, sus formas. Un pueblo se define, se crea y recrea, en gran medida, a través de su lengua.

Y sin embargo, detrás del idioma de una civilización, se encuentra el soporte de lo material que es referencia y pauta de la palabra misma. En el capítulo segundo del ensayo hay una larga lista de escenarios de Asia y Oriente contrastados con los paisajes latinoamericanos.

Paralelamente, el cubano se ve obligado a plantear constantemente las singularidades de cada espacio y contexto para luego referirse a lo universal que hay entre ellas. Regresando al punto en el que el autor afirma haber tenido las primeras intuiciones con respecto a lo real maravilloso, encontramos elementos interesantes para referirnos a la necesidad de intercambios desde las particularidades a las aspiraciones de lo universal:

Vi la posibilidad de establecer ciertos sincronismos posibles, americanos, recurrentes, por encima del tiempo, relacionando esto con aquello, el ayer con el presente. Vi la posibilidad de traer ciertas verdades europeas a las latitudes que son nuestras actuando a contrapelo de quienes, viajando contra la trayectoria del sol, quisieron llevar verdades nuestras a donde, hace todavía treinta años, no había capacidad de entendimiento ni medida para verlas en su justa dimensión.

¿A qué se refiere Carpentier con “traer ciertas verdades europeas”?. Por un lado reconoce que estas pueden ser de utilidad para el enriquecimiento del pensamiento latinoamericano y ubica en el mismo nivel las “verdades que son nuestras”; al tiempo que denuncia el hecho de que se hayan llevado donde “no había capacidad de entendimiento ni de medida” para comprenderlas. Una valoración lo mismo de los conocimientos del occidente europeo como de los que se han ido desarrollando en la región latinoamericana. Si bien de fondo hay una crítica al eurocentrismo miope incapaz de entender América Latina en su justa dimensión, para Carpentier ello no implica que exista una imposibilidad ontológica para el diálogo entre ambas civilizaciones, antes bien, reconoce vasos comunicantes. 

Hasta este punto queda claro que Carpentier comparte con otros grandes escritores la toma de postura manifiesta frente a un momento particular del lenguaje, una sensibilidad particular que se lleva hasta el extremo de convertirse en conciencia específica de que para intentar entender la realidad hay que cuestionarla en el fundamento que la sostiene, que no es otro más que el lenguaje.

Lamentablemente, esta cualidad no siempre es apreciada por el gran público, que casi en ninguna época de la cultura humana ―y mucho menos en una en que el gusto colectivo está moldeado en buena medida por los mass media, el pensamiento hegemónico y otras manifestaciones de lo mainstream― se ha caracterizado por encontrar satisfactorio el estímulo que trae consigo lo difícil, lo mediato, lo reflexivo, aquello que, visto casi capitalistamente, entrega su utilidad y su provecho en el instante mismo de su consumo.

¿Cuál es la diferencia entre lo “real maravilloso” de Carpentier y el “realismo mágico” de García Márquez? Fundamentalmente, la posición de sendas obras frente al lenguaje: por un lado, lo real maravilloso como un intento de expresión de la cultura en América Latina, partiendo de la premisa de que esta es compleja y contradictoria por definición, el nudo ciego de una caótica reunión de tradiciones, herencias y creaciones propias; y, por otro lado, la mera descripción de esta realidad, una suerte de neo-costumbrismo actualizado con técnicas narrativas faulknerianas, pero todavía con esa ingenuidad del realismo que considera que la realidad soporta el traslado indemne y límpido a la página en blanco.

A esto hay que añadir el hecho de que la conceptualización del realismo mágico, fue también una estrategia de mercado y publicidad para vender los libros de García Márquez y otros autores entre los lectores de Europa y Estados Unidos. Incapaces de defraudar la sed de exotismo del Viejo Mundo, la profusión adjetival de García Márquez, el surrealismo normalizado del “así son las cosas aquí”, la prestidigitación pretendidamente barroca de las narraciones cíclicas, fueron los micos y las aves coloridas que los embajadores de las latitudes tropicales llevaron a las cortes europeas, con la promesa, como antaño, de que el espectáculo colmaría en el momento mismo de su exhibición la sorpresa de los presentes.

Se dirá que esto último no es del todo responsabilidad del escritor, pero no es cierto. La conciencia del lenguaje también se expresa en la libertad con la que escribimos, en la búsqueda (o no) de ese estado ideal en que la escritura no obedece a otro interés más que el deseo mismo de escribir, el impulso irrenunciable de hacerlo por ningún otro motivo más que supervivencia vital. La conciencia del lenguaje permite al escritor darse cuenta de que escribe para satisfacer una necesidad creada por un mercado específico o, por el contrario, que escribe por la nada simple búsqueda de comprender la realidad en la que vive e, insistimos, el lenguaje que da forma y sentido a la realidad en sí y a la realidad propia del escritor.

¿Es mejor lo “real maravilloso” que el “realismo mágico”? Sí, definitivamente, al menos si se piensa que cuestionar la realidad es mejor que solo admitirla y dar por hecho su presencia irreductible.

 

Algunas fuentes consultadas durante la elaboración de este ensayo:

Andreas, Kurz, Huellas Germánicas en la obra de Alejo Carpentier. Un aporte la estudio comparativo de las transgresiones culturales entre América Latina y Europa, Cátedra Guillermo y Alejandro de Humboldt, (Colegio de México-Universidad Nacional Autónoma de México), Eděre, México, 2006.

Carpentier, Alejo, La consagración de la primavera, Siglo XXI, México, 1978.

                         . “Prólogo” de la primera edición del El Reino de este mundo, Ed. Lectorum, México, 2010.

Sánchez Vázquez, Adolfo, Textos de estética y teoría del arte, Lecturas Universitarias, Antología, Universidad Nacional Autónoma de México, 1997.

 

Escrito en colaboración con Juan Pablo Carrillo Hernández.

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