El Inversor: En busca de una voz

Me llaman “el inversor”, no porque invierta, sino porque invierto. Por esa empecinada vocación de darle la vuelta a las cosas y de pronto hacerlas decir lo que no decían y ponerlas a estar donde no estaban ni querían estar. El inversor… Y yo me dejo. Me dejo porque ese malendendido que trae, me gusta. Aporta. Predispone porque se interrumpe y genera un brinco. Y porque me gusta, pues. 

Quiero aprovechar esta primera salida de la columna de El Inversor para –por única vez- reflexionar sobre su voz, que es mi voz. 

Los beneficios son evidentes, pero los problemas de abrir una reflexión sobre un tema demandado es la saturación, el nivel de toxicidad que ya envuelve a ese tema. Enseguida que se abren los debates, se saturan. Y entonces las ideas comienzan a confundirse con las intenciones, los actos con las especulaciones y las propuestas con las denuncias. Ya nada es lo que es y todo es posible. Todos, a toda hora y por todos lados, resulta que tienen algo para decir. Ya nadie nota las insoportables repeticiones ni denuncia las intolerables faltas de calidad. El lugar común toma la escena; las cuatro máximas de Perogrullo se vuelven eje de las cien mil notas ponderadoras… 

¡Menudo escenario! 

Pues eso le ocurre ya hoy al necesario debate educativo. Está saturado. Denso de más. Apretado y monumental. Irrespirable. Si de cantidad de palabras se tratara, la educación ya ha sido resuelta… diez veces. Pero no. Pero claro que no. 

¿Cómo hablar en medio de esa selva amazónica de retóricas y contrarretóricas? ¿Cómo recortarse en esa densa oscuridad? ¿Cómo construir un lugar de enunciación legítimo y con identidad? ¿Cómo hacernos oir? 

Todo el que abre un espacio como el que estoy abriendo ahora yo debería preguntarse estas cosas antes de ponerse a hablar; nos ahorraríamos unas cuantas notas innecesarias. Más de lo mismo ya no; más densidad a lo denso y más oscuridad y humedad a la ya tanta… 

Algunas premisas básicas de la construcción de la voz pueden ayudarnos. No me referiré jamás al debate en marcha; haré como si no existiera. Hablaré como si estuviera solo. Tampoco me afiliaré a ninguna tradición ni me enmarcaré en ninguna obra o marco teórico. Andaré libre; liviano como si no hubiera otros ni otras. Enunciaré sin hacerme cargo de mis antecedentes ni mis referentes; como si fuera ubicuo e instantáneo. Ayudaré al lector a enfocar en la idea. Seré locuaz con la sintaxis; fluido y casi dialógico. No buscaré cerrar; buscaré abrir. Retomaré esporádicamente y haré sinapsis solo cuando crea que vale la pena. Usaré el legítimo recurso teórico de la insinuación y el tal vez. Seré breve y provocador. Efectista, si fuera necesario. Avanzaré. Compartiré mis dudas, pensaré en voz alta; trabajaré frente al lector y con el lector. Trabajaré. 

Es decir, deliberada y diría que hasta incisivamente abandonaré cualquier posición magistral para hablar de la escuela y sus ecos y reverberancias. Seré incierto como quiero ser y cuidaré de las ponderaciones. Haré abuso de la retórica estimulante y cada tanto contaré alguna historia. 

Sondearé, avizoraré, probaré, auscultaré, tantearé. Exageraré, por supuesto, como toda teoría. Tomaré posiciones extremas. Los estimularé. Los haré enojar. Los angustiaré. Seré bueno para interrumpirme. Seré bueno para no abusar. Seré mejor –¡dios me acompañe!- en entretenerlos. Seré leve, para no caer en los lugares comunes de la profundidad ramplona. Seré leve y etéreo y a ver a dónde nos lleva. 

En cuanto al repertorio, será educación, en su sentido más amplio. Y específicamente la escuela. La escuelas, ecos y reverberaciones de la escuela, podríamos decir. La cosa educativa. 

Pero no olvidemos lo del principio, que es ahora lo del final también: buscaremos una voz en medio de una multitud eufórica y a los gritos; trataremos de pasar un mensaje en una discoteca. Perseguiremos una voz que no ganará por quantum de decibeles, sino por oportunidad e identidad, si gana. Una voz que se trabajará en esta intimidad recogida esperando su momento. Alguna vez tanto grito y tanta histeria desatada se cansará y tal vez alguien, entonces, mire a los lados para buscar algo que valga la pena. 

En ese momento, trataremos de estar listos. 

También en Pijama Surf: Reformar o transformar la escuela y el papel de lo digital en México y América Latina: entrevista con Pablo Doberti.

Twitter del autor: @dobertipablo

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