Existe una creencia fantástica que asegura que todos tenemos un gemelo, un doble, un doppelgänger que es físicamente idéntico a nosotros aunque no tenga, en lo absoluto, el mismo origen biológico.
Con esta idea en mente, el fotógrafo canadiense François Brunelle, que actualmente reside en la provincia de Québec, realizó una serie de retratos verdaderamente sorprendentes, reuniendo a dos personas totalmente desconocidas, extrañas entre sí y que, sin embargo, contra todo pronóstico, guardan una semejanza física increíble, como si de verdad se tratara de dos hermanos nacidos de la misma madre, pero separados al momento de nacer, destinados a vivir lejos uno de otro.
Ésta, claro, es una fabulación, que vuelve todavía más asombroso el trabajo de Brunelle. El fotógrafo, por cierto, es un gran entusiasta del rostro humano, y desde joven ha sido un motivo de interés que lo ha animado a emprender diversos estudios a este respecto.
Al principio Brunelle confió sólo en la casualidad del encuentro, en personas ya conocidas en quienes había descubierto un parecido con otra. Después, cuando los medios de comunicación comenzaron a difundir su proyecto, los contactos comenzaron a llegar solos e incluso actualmente Brunelle continúa recibiendo sugerencias para sus fotografías.
Quizá, en el fondo, todo esto no sea sino un asunto de probabilidades: la naturaleza no tiene tantos fenotipos de dónde escoger y, al final, termina por repetir algunos.
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