Actualmente la transexualidad es, si no una norma, al menos algo que ya no suscita el escándalo con el que usualmente viene acompañada la novedad, sobre todo en asuntos sexuales y que, desde una perspectiva conservadora, atentan contra la pretendida “naturalidad” del cuerpo humano.
Sin embargo, en la década de los 50 del siglo XX, justo en pleno auge del american way of life, de la vida perfectamente diseñada y manufacturada, hubo un caso que significó la ruptura con esta fantasía del establishment: la irrupción de la glamorosa Christine Jorgensen en el demi monde neoyorkino, ella que solo hasta hace unos meses, antes de que viajar a Dinamarca, había partido aún como George Jorgensen, un discreto y retraído hombre nacido veintisiete años antes en el Bronx.
La trascendencia de Christine se debió en buena medida al empeño con que cristalizó una de sus creencias más profundas, más irrenunciables: la certeza de que era una mujer que solo por un accidente funesto estaba atrapada en el cuerpo de un hombre.
De alguna manera eso fue lo verdaderamente importante de este caso, pues, contrario a lo que podría pensarse, George nunca se pensó como un homosexual. Si bien ya en su juventud se sentía atraído por los hombres, cuando uno de estos se le proponía, su reacción inmediata era el rechazo, incluso al grado de sentir cierto asco físico.
El joven encontró entonces su tabla de salvación un día en que, mientras se encontraba de servicio en el ejército estadounidense, hacia el final de la década de los 40, encontró por casualidad el artículo de un tal Christian Hamburger, médico danés que a la sazón se encontraba experimentando con la terapia hormonal de cambio de sexo en animales.
Esperanzado, Jorgensen buscó la forma de ponerse en contacto con el investigador, a pesar de las muchas opiniones contrarias que escuchaba, algunas tildándolo de loco. Sin embargo, para su sorpresa y tranquilidad, una vez que expuso su deseo a Hamburger, este no “sintió que hubiera nada de particularmente extraño en ello”, según dijo en alguna ocasión Christine.
Fue gracias al trato entre ambos que Hamburger acuñó el concepto de “transexual” para definir esta manifestación hasta entonces inédita de la sexualidad. Dejando de lado fantasías literarias como el Tiresias de la mitología griega, George después Christine Jorgensen era el primer caso real en el que una persona había experimentado en su vida pertenecer a los dos géneros de la especie humana.
Por supuesto, por tratarse de la primera operación de este tipo en la historia, la transición no fue fácil, y de hecho algunos historiadores y estudiosos de este tema han señalado los muchos perjuicios sufridos por Jorgensen como consecuencia del poco conocimiento científico y técnico que se tenía al respecto. El tratamiento con hormonas fue paralelo a uno psicológico con el que Christine sobrellevó su nueva condición. Incluso legalmente hubo algunos obstáculos, pues la legislación danesa tenía prohibidas las cirugías de castración en seres humanos, veto al final derogado a petición de Georg Sturup, el psicólogo de Christine.
Así, más de un año después de consumir hormonas, Jorgensen finalmente se sometió al bisturí que transformó de una vez y para siempre sus genitales, y con ellos su personalidad entera.
El 1 de diciembre de 1952, el New York Daily News anunció en primera plana el suceso: la primera operación de cambio de sexo exitosa en la historia (la primera, dicho con cierto humor negro, en no morir en el intento).
Con el tiempo, esta significancia histórica le valió a Jorgensen el paso a algunos círculos que quizá de otro modo nunca hubiera conocido directamente. Christine narró su experiencia lo mismo en foros de televisión que en foros universitarios, convirtiéndose en una celebridad y también en una suerte de símbolo de la liberación sexual más radical hasta entonces presenciada. Acaso, también, de la liberación absoluta, irreversible, la que quedó condensada en el aforismo kafkiano:
«A partir de un cierto punto ya no hay regreso posible. Este es el punto a alcanzar».
En zapp internet, Glen or Glenda, película de 1953 inspirada parcialmente en la historia de Christine, con las actuaciones de Bela Lugosi y Ed Wood, este último un travesti confeso.
[BBC]