¿Tus sueños dejarán de ser tuyos? Tecnología para leer sueños se suma a otros dispositivos de control mental

To die, to sleep;
To sleep: perchance to dream

Hamlet, III, i

Los sueños se consideran el rincón último de secrecía al que a veces incluso ni el propio sujeto tiene acceso, una suerte de relicario que se esconde al fondo de nuestra mente y se revela solo bajo condiciones muy específicas y circunstancias azarosas, casi siempre ajenos al dominio de nuestra consciencia y voluntad.

Esta misma naturaleza ha provocado que, desde siempre, tanto el soñante mismo como otras personas busquen descifrar el enigma y, de algún modo, arrebatar ese conocimiento que se presenta codificado pero también con la promisoria apariencia de traer consigo el significado último de una persona, la solución al problema que lo atormenta, su definición como sujeto. De Artemidoro a Freud, la interpretación de los sueños se ha desarrollado como una técnica de revelación sobre la esencia misma de una persona.

Recientemente, un grupo de científicos de los Laboratorio de Neurociencia Computacional ATR, con sede en Tokio, anunciaron el desarrollo de una tecnología de parece ir más allá de esta interpretación y ofrece una lectura directa de las imágenes que se forman al interior del cerebro de quien duerme. Con una técnica que combina la obtención de neuroimágenes funcionales y el electroencefalograma, los investigadores escanearon la actividad cerebral de tres personas con resultados que, aseguran, revelan el contenido de sus fantasías oníricas.

Grosso modo, el experimento consistió en despertar a los participantes en el momento en que detectaron patrones de ondas cerebrales que, por estudios previos, se sabe que son característicos del inicio del sueño, para luego preguntarles qué acababan de soñar y después pedirles que volvieran a dormir. Esto se repitió por bloques de 3 horas entre 7 y 10 ocasiones, en diferentes días, esto es, los participantes eran despertados hasta 10 veces por hora. Con un promedio de entre 6 y 7 sueños visuales por hora, los investigadores obtuvieron aproximadamente 200 reportes de sueños.

Con esta base de datos, el paso siguiente fue extraer las palabras clave de los relatos ofrecidos por los participantes, dividiéndolos en 20 categorías distintas conforme a la frecuencia de su aparición (por ejemplo, “carro”, “masculino”, “femenino”, “computadora”, etc.) que, a su vez, asociaron a las imágenes que las representaban. Estando despiertos, los participantes observaron estas fotografías al tiempo que los científicos registraban su actividad cerebral, patrones que se compararon con los que los soñantes habían tenido justo antes de ser despertados.

En particular los investigadores analizaron la actividad en las zonas del cerebro conocidas como V1, V2 y V3, abreviaturas que se refieren al córtex visual, el primario para V1 y las áreas corticales visuales extraestriadas para los restantes, involucradas todas en el procesamiento visual primario y percepciones básicas como el contraste y la orientación de bordes. Asimismo, el estudio incluyo otras regiones ligadas al reconocimiento de objetos.

De entrada, este procedimiento permitió saber que la capacidad para soñar (generar imágenes oníricas) comparte con la actividad visual las mismas zonas cerebrales de procesamiento —un hallazgo que parece confirmar esa intuición casi poética de que al soñar miramos dentro de nosotros mismos.

Sin embargo, no deja de ser inquietante que este descubrimiento apunte francamente a un agente externo capaz de leer eso que consideramos un conocimiento propio, personal, ciertamente hermético pero a fin de cuentas perteneciente en primera y última instancia al sujeto que lo sueña.

Vale la pena preguntarse si, de perfeccionarse la técnica y convertirse en una tecnología práctica, no se sumará a la gama ya más o menos amplia de dispositivos orientados al control mental por medio de la lectura del pensamiento.

La ciencia ficción es abundante en escenarios distópicos en que el fundamento del poder ejercido autoritariamente se encuentra en esta “policía del pensamiento” capaz de llegar hasta esa región que, todavía creemos, es el refugio último al que podemos siempre allegarnos. Si bien es cierto que, como se asegura en ciertas tradiciones filosóficas, no hay peor lugar en el mundo que la conciencia propia, en ciertos momentos es tranquilizador saber que nuestros pensamientos serán siempre nuestros, a veces incluso sin relación con lo que decimos o hacemos, con la cara que mostramos diariamente al mundo.

Por otro lado, en el caso de los sueños, el desarrollo de la neurociencia en su lectura podría alentar otra práctica no menos perversa: la de imponer una narrativa que coincida menos con la búsqueda interna del soñante que con intereses ajenos a él. En los sueños, las imágenes que soñamos son tan importantes como el relato que cada uno de nosotros arma en torno a ellas: así es como funciona nuestro cerebro con la realidad entera. Imaginemos un consultorio en que el psicoanalista ha sido sustituido por un neurocientífico que entrega al paciente un informe detallado sobre el contenido de su sueño: ¿no existirá la tentación o la posibilidad efectiva de entregar junto con este, amparado en su autoridad de “sujeto de saber”, una lectura supuestamente rigurosa, incuestionable, de su significado —pero relacionada sutil o abiertamente con otras agendas?

¿Nuestro cerebro? ¿Nuestros pensamientos? ¿Nuestros sueños? Quizá ya no más, no por mucho tiempo.

Más información sobre el experimento del Laboratorio de Neurociencia Computacional ATR, en el sitio de la revista Nature.

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