Pero, más allá de estas implicaciones históricas, ¿cuáles son las causas de que el humo de una explosión nuclear adquiera tan inconfundible figura?
En primer lugar debe tomarse en cuenta la temperatura altísima que produce una explosión nuclear, la cual calienta el aire circundante, expandiéndolo y volviéndolo menos denso. El aire se levanta con rapidez, creando un vacío que succiona cada vez más aire hacia la fuente de calor, el cual gana temperatura e igualmente se expande y se eleva.
Este primer fenómeno no es exclusivo de las reacciones nucleares: a menos escala explica que, por ejemplo, en una fogata o una explosión menor el humo resultante se eleve en forma de columna.
En el caso de las explosiones nucleares, sin embargo, dicha columna es tan grande y siempre con un origen único, que el aire en el centro es mucho más caliente que en los bordes, por lo cual se eleva con mayor velocidad, desbordando sus propios límites. Por esta razón los bordes ceden, se inclinan hacia abajo y forman la silueta de un hongo.
Por último, dada la magnitud de una explosión nuclear, sucede un fenómeno que, este sí, le es exclusivo: la columna de aire caliente que genera crece hasta alcanzar el punto en la atmósfera donde el aire circundante deja de estar más frío que esta y, por el contrario, es mucho más caliente por causa del ozono, que a determinada altitud absorbe la radiación solar que lo calienta. Por esta diferencia de temperaturas y la correspondiente de densidades, puede decirse que la columna de humo llega a un techo que ya no puede atravesar. Como si se estrellara con una superficie sólida, el humo cae y da el toque final al característico sombrero micótico.
Con información de io9