Si algún día la inteligencia artificial cobra conciencia y establece su mundo propio, sin duda el 11 de mayo de 1997 será una fecha que las máquinas recordarán con gusto. Ese fue el día en que Deep Blue derrotó al campeón mundial Garry Kasparov.
Sin embargo, mientras ese día llega, el orgullo humano seguirá defendiendo su supremacía. Desde la época del descalabro se debate si Deep Blue tuvo algún tipo de ayuda humana para superar al ajedrecista: se dice que el movimiento que realizó para derrotar a Kasparov fue tan sofisticado, tan refinado, que ningún sistema de algoritmos podría llegar a él por cuenta propia si no contara con el apoyo de la creatividad o la inspiración de un ser humano (esas cualidades que, todavía, nos distinguen de las máquinas).
15 años después el enigma parece resolverse, pues de acuerdo con uno de los diseñadores de Deep Blue, la ventaja de esta sobre Kasparov se debió a un bug en su programación, un error de software.
La revelación se conoció gracias a Nate Silver, especialista en estadística y colaborador del New York Times, quien en su libro The Signal and the Noise publica una entrevista con Murray Campbell, uno de los tres “padres” de Deep Blue.
Según Campbell, en cierto momento de la partida y como respuesta al movimiento de Kasparov, Deep Blue fue incapaz de elegir uno y simplemente escogió al azar. Al parecer las modificaciones hechas a partir de los encuentros previos dieron como resultado que, en ese instante, la máquina hiciera una jugada inesperada. Lo irónico es que mientras que los programadores buscaban que Deep Blue no incurriera en un error que en juegos previos le había costado la victoria, asegurándose de que no lo volviera a cometer, esto dio al ajedrecista un rival totalmente desconocido y, además, con dicho movimiento de alguna manera introdujo un bug en la propia programación de Kasparov.
“Kasparov concluyó que el juego contraintuitivo debería ser un signo de inteligencia superior. Nunca consideró que se trataba de un simple bug”, dijo Campbell a Silver.
Un humano sin duda encontraría —o intentaría encontrar— una moraleja a esta fábula, la justificación por donde se colara el sentido para lo imprevisto. Decir, por ejemplo, que fue la transferencia de un rasgo humano, demasiado humano, el error, lo que determinó la victoria de Deep Blue sobre Kasparov, con lo cual, en cierto sentido, no fue la virtud de la máquina sino la naturaleza humana expresada en otro medio lo que venció a otro ser humano.
Pero para una máquina quizá no haya sentido de ningún tipo. Quizá esta historia algún día se cuente, entre máquinas, como ejemplo de que el azar también es parte de la programación en un mundo en que victoria y derrota son solo dos momentos, más o menos concluyentes, de un algoritmo programado para repetirse infinitamente, sin ningún tipo de significado ulterior.
Para los interesados, una recreación en video de la primera partida. Deep Blue juega blancas (en Internet hay varios estudios al respecto).
[Wired]