La escritora francesa, filósofa existencial, intelectual, feminista y autora de El Segundo sexo, Simone de Beauvoir, escribió esta carta en septiembre de 1950. Simone mantuvo una relación a distancia, allende el Atlántico, con el escritor estadounidense Nelson Algren. Después de un par de años de enviarse correspondencia, Algren decidió terminar la relación, pues deseaba a alguien permanente en su vida (después se casaría de nuevo con Amanda Kontowicz).
Esta carta la envió Beauvoir cuando regresó a París, después de haber visitado a Algren en Chicago y de haber recibido la noticia. Las páginas están llenas de tensión entre el ardor de la nostalgia y la calma que quiere crear para ella misma y para un hombre que aún ama.
Si duda es una prueba difícil otorgar espacio cuando lo que más se anhela es la cercanía.
Estoy mejor en una tristeza seca que en una furia fría, pues permanecí con los ojos secos hasta ahora, tan secos como pescados ahumados, pero mi corazón se siente como un sucio y suave flan por dentro.
[...]
No estoy triste. Más bien sorprendida, muy lejos de mí misma, sin creer realmente que estés tan lejos, tan lejos, pero tan cerca. Quiero decirte sólo dos cosas antes de partir, y entonces ya no diré nada más, lo prometo.
Primero, espero, quiero y necesito verte una vez más, algún día. Pero, recuerda, por favor, que jamás volveré a pedirte que nos veamos ―no por orgullo, puesto que no tengo ninguno contigo, como sabes, pero nuestro encuentro significará algo sólo cuando tú lo desees. Así que, esperaré. Cuando lo desees, sólo dilo. No supondré que me amas de nuevo, ni siquiera que tienes que dormir conmigo, y sé que sólo nos veremos brevemente ―como lo sientas y cuando lo sientas. Pero quiero que sepas que siempre querré que me lo pidas. No, no puedo pensar que nunca te volveré a ver. He perdido tu amor y fue (y es) doloroso, pero no quiero perderte.
De cualquier forma, soy tan tuya, Nelson, lo que me diste significó tanto para mí, que nunca podrás quitármelo. Tu ternura y amistad fueron tan valiosas para mí que aún te puedo sentir cálido y feliz y agradecido cuando te siento dentro de mí. Realmente espero que esta ternura y amistad nunca, nunca, me abandonen.
En cuanto a mí, es desconcertante decirlo y me avergüenzo, pero es la única verdad: te amo tanto como te amé aquella vez que llegué a tus brazos, y lo digo y lo siento con mi ser entero y con mi corazón sucio; no puedo hacer menos.
Pero ya no te molestaré, cariño, y no te veas obligado a escribir cartas por cortesía; sólo escribe cuando lo sientas, sabiendo cada vez que me harán muy feliz.
Bueno, todas las palabras me parecen tontas. Pareces tan cercano, tan cercano, déjame estar cerca de ti también. Y déjame, como en los viejos tiempos, déjame estar en mi propio corazón por siempre.
Tuya, Simone.