Una investigación reciente llevada a cabo por Peter Trimmer, biólogo en la Universidad de Bristol, relaciona dicho efecto con el desarrollo evolutivo, lo cual podría explicar su origen.
Trimmer indujo una ligera infección en un grupo de hámsteres siberianos, simulando las condiciones lumínicas del invierno en el ambiente donde se encontraban, esto es, utilizando lámparas para tener días cortos y noches largas. Después cambio estos mismos patrones de luz para hacer creer a los animales que se encontraban en verano, donde las condiciones son exactamente las opuestas.
Este cambio bastó para que la respuesta inmune de los roedores se fortaleciera, abatiéndose así la infección.
De acuerdo con el biólogo, esto pudo haber sucedido porque el sistema inmune requiere mucha energía para funcionar, lo cual amenaza las reservas de un animal en condiciones críticas, por lo cual, cuando sobreviene un peligro menor como una infección que no es letal, el cuerpo prefiere no atacar. Sin embargo, en condiciones favorables (como las del verano), cuando se supone que los cuidados de supervivencia son menores, al sistema inmune no le importa gastar energías para combatir el elemento extraño. Por esta razón, inconscientemente, cuando se simula un estado favorable como este, el cuerpo acepta poner en marcha su sistema de defensas porque se le hace creer que esas reservas que se emplearán ya no son tan necesarias para sobrevivir.
En el caso del ser humano, Trimmer utilizó un modelo computacional para proponer que si bien la civilización, como estrategia evolutiva, nos permitió una vida mucho menos arriesgada en términos de supervivencia, nuestro inconsciente en cambio no realizó dicha actualización, y el efecto placebo podría considerarse una reminiscencia de ese estado anterior.