El ocultismo occidental se encuentra empapado de la herencia legada por la tradición mística de Egipto. Ya sea que hablemos del magno arte alquímico, del camino donde convergen la cruz y la rosa, del intrigante código masónico, o del dorado amanecer que acaricia el árbol más sagrado, lo cierto es que invariablemente terminaremos remitiéndonos, con tan solo profundizar un poco, a antecedentes impresos en el misticismo egipcio.
Entre el interminable tapiz de símbolos que dan vida al sagrado hermetismo de esta cultura, existe uno de particular relevancia: el ojo de Horus. Deidad de los cielos, representada por un halcón peregrino, Horus es uno de los dioses de mayor importancia dentro de la mitología egipcia. Y su ojo terminaría por encarnar uno de los más poderosos talismanes, al estar asociado con la restauración, la salud, y la protección.
La importancia de este símbolo ha motivado a lo largo de siglos su análisis minucioso, gracias a lo cual investigadores han confirmado que más allá de su jerarquía semiótica, y de su arquetípica estética, el Ojo de Horus también contiene una sofisticada ecuación matemática que se utilizaba, entre otras cosas, para expresar fracciones de volumen. En el ojo podemos observar un sistema de notación lineal, en donde la esquina interior representa un medio, el iris un cuarto, la ceja un octavo, la esquina exterior 1/16, mientras que los ornamentos debajo del ojo continuaban la secuencia 1/32, 1/64, etc. Combinados permitían medir la cantidad de granos que se intercambiaban cotidianamente. Pero las bondades pragmáticas de este ícono no terminaban ahí, ya que su estructura pictográmica también era aprovechada como un ábaco, permitiendo agrupar unidades y distinguir diversos planos de cantidades.
Lo que resulta más interesante de esta descodificación del Ojo de Horus, es que en este símbolo confluyen exquisitamente los planos de lo místico y de lo pragmático. Lo cual a la vez sugiere que la sociedad egipcia de hace milenios vivía envuelta en un equilibrio de religiosidad y funcionalidad, es decir, no existía una franca distinción entre la vida cotidiana y el plano espiritual (como bien decía G.K. Chesterton, "deja que tu religiosidad se asemeje más a un affair amoroso que a una teoría"). Y en este sentido el Ojo de Horus se convierte en una valiosa lección para la sociedad contemporánea: desde el comercio hasta el sexo, pasando por la ciencia, las relaciones humanas, o el contacto con la naturaleza... todo es sagrado.