Cuando ingenieros europeos crearon Skype, en 2003, parte de su ethos fue dificultar el monitoreo gubernamental hacia los usuarios, utilizando para ellos especificidades técnicas y de encriptación poco comunes y sumamente fuertes, entre las cuales destacaba el hecho de que para hablar, dos personas conectaban sus computadoras directamente, sin pasar por un servidor central como sucede con la mayoría de las comunicaciones que se realizan por Internet.
Por esta razón era supuestamente usual que, cuando la policía intervenía las conversaciones telefónicas de narcotraficantes, pedófilos, terroristas y otros sospechosos, se les oyera preferir Skype sobre otros medios tradicionales como el teléfono.
Pero esto ha cambiado radicalmente. Al menos eso piensan grupos de hackers y expertos en privacidad que en los últimos meses han expresado su preocupación de que la arquitectura del sistema ha cambiado lo suficiente como para que instancias gubernamentales husmeen entre lo que pasa en Skype. Ahora, por ejemplo, existen unos “supernodos” que dirigen algunos datos hacia servidores centralizados.
En suma, todo parece indicar que aquella reputación de seguridad que Skype tenía ganada (al grado de que durante la Primavera Árabe fue uno de las formas de comunicación preferida entre los manifestantes y periodistas) es ya cosa del pasado, gracias en buena medida al cambio de dueño sufrido.