Younger Brother y la evolución de la música electrónica psicodélica

Aquellos de nosotros que crecimos escuchando psychedelic trance, particularmente a finales de los noventa y a principios de este nuevo milenio, probablemente tenemos un lugar privilegiado en el teatro de la memoria para Simon Posford y para Benji Vaughan. Posford era el multifacético gobernador índigo de la escena, con actos como Hallucinogen y Shpongle; Vaughan era parte del proyecto Prometheus: en un género que se caracterizó por su estimulación multisensorial agresiva (astacada, se diría vulgarmente) siempre mantuvieron cierta refinación. Y que han llevado a un siguiente nivel con Younger Brother.

El psytrance es uno de los géneros que menos supera el paso del tiempo, esto es, sin quitarle su magia situacional, está constreñido a un set and setting, usando los términos de Tim Leary, que es difícil de sostener. Al menos de que nos "quedemos en el trip" es poco deseable mantenerse oyendo música estridente psicodélica diseñada más para bailar que para escuchar y sobre todo como pista para consumir fuertes sustancias psicodélicas. La música trance sin duda representa una herramienta útil para explorar los límites de la psique, pero el psiconauta que no logra bajar y construir sus propios estados alterados utilizando alternativas como la meditación, el yoga o la literatura, estará probablemente navegando en un loop.

Dicho esto, me gustaría reafirmar el valor de la exploración psicodélica en un contexto histórico, casi tribal, ligado al psytrance. Es ciertamente un terreno peligroso, pero aquel que logra atravesar esta especie de cielo-infierno-fractal-acelerado y regresar a Itaca, por así decirlo, con las flores psicoactivas (joyas del vestido de la diosa Xochipilli) y no habiendo perdido la cabeza (o perdiéndose para encontrarse más él) podrá disfrutar de una profunda maduración de la conciencia. Haber coqueteado con la locura, paradójicamente lo habrá hecho más sano, más cuerdo y sobre todo conectado con los númenes que rigen la naturaleza. Se tomará menos en serio la alucinación que es de suyo la realidad y tendrá más serenidad para enfrentar los momentos críticos de la vida (claro que suponiendo que no haya freído su cerebro en esa empresa psiconáutica). Podrá quizás asimilar en mayor medida la parte subconsciente de la mente, por mucho la dominante: entender y surfear cosas como la sincronicidad, los arquetipos, la llamada "vibra" (desarrollando tal vez una intuición en los aspectos más sutiles de la mente).

Aún puedo ver a esos chicos que iban a los raves a las montañas y tomaban gotas de LSD y veían el cielo (buscando naves, buscándose). Que bailaban y sentían (en los momentos más luminosos) una mirada angelical radiante de kundalini, una sonrisa espacial, un murmullo telepático, casi una transparencia de su alma, la cual violentaban a la superficie de la percepción. Los colores volaban entre ellos, destellos de partículas entrelazadas, y los sueños apocalípticos dosificaban sus pequeñas epifanías... Creíamos que ibamos a despertar, que ibamos a despegar; percibíamos al planeta pulsante, descargábamos data de las esferas celestes y nos holgábamos en la luz del sol (que era, descubríamos, el más poderoso psicoactivo). Seguramente nos estabamos viajando, extralimitando de la realidad, pero esto puede ser también positivo: por momentos aprendíamos lo que que nos sugirió en un ensayo Aeolus Kephas: 

Existe un juramento mágico muy conocido que dice “Prometo lidiar con todo fenómeno como si fuera un trato particular entre Dios y mi alma”. Basado en la creencia metafísica de que el Universo es “un espejo mágico” que constantemente refleja las condiciones internas de nuestras almas.

Quizás incurríamos (y parece que lo vuelvo hacer al escribir esto) en aquella creencia de que "el camino del exceso lleva al palacio de la sabiduría". ¿Hasta que punto se puede forzar la apertura de las puertas de la percepción y mantener la visión infinita del mundo, una vez que los excesos cobran factura? Es difícil saberlo, tan difícil como definir si nuestras percepciones bajo el influjo de las drogas son "reales", si en realidad sucedió lo que creíamos que sucedió en los momentos más altos, ¿la iluminación o la psicosis? Momentos que permanecen en una especie de espacio secreto, en una caja holográfica de tesoros, en una zona inefable. Sólo queda la música.

Simon Posford y Benji Vaughan ciertamente no se quedaron en el viaje, lograron bajar los balones cósmicos y aterrizar una plétora de experiencias psicodélicas en una  música mucho más madura, serena y espiritual. La influencia psicodélica persiste pero ahora yace en el fondo, un substrato hipnótico que estimula con una sutil acupuntura a los chakras del cuerpo humano. La popular agrupación de Simon Posford y Raja Ram, Shpongle, había explorado una fusión del trance con el ambient y ritmos orientales, que tuvo "divinos momentos de verdad". Siguiendo este sendero el disco más reciente de Younger Brother, Vaccine, con mayor mesura, alcanza una sublime refinación, si acaso menos ambiciosa, que es difícil de encontrar en la historia de la electrónica psicodélica. Tendríamos que  remontarnos a bandas como System Seven y Tangerine Dream y por supuesto a los inigualables Future Sound of London en sus excursiones dentro de la psicodelia.

Vaccine (2011, Twisted Records) es un álbum que incorpora instrumentos acústicos, que oscila entre el ambient y el minimal trance, desde donde gesta cristalinas baladas progresivas, por momentos una especie de Coldplay en enteógenos. Inexorablemente promulgando un manifiesto espiritual, de afirmación de la vida: inspiración para los ya no tan jóvenes cabeza-de-ácido que se reencantan con el universo: se asoma la madurez en un páramo descampado. Tracks como "Train" y "Shine" son lúcidos emblemas de la evolución y la catarsis del psytrance. "System 700" es un tour de force hacia ritmos que amagan con místicas orientales para caer en riffs de éxtasis industrial. "Tetris", el último track del disco, nos deja flotando en un paraíso infantil de máquinas de videojuegos que cobran conciencia de sí mismas. "Psychic Gibbon", de su disco anterior The Last Days of Gravity, es una melodía hipnótica que evoca lo mejor del morning trance, esa música solar en la que los ravers encontraban la paz encantada, ese enorme sí del cosmos

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Así describió el virtuoso crack del goa londinense Simon Posford su experiencia con el DMT:

Podía ver la música saliendo de mi cabeza como un río de mercurio líquido con símbolos holográficos de colores, y estos ‘elfos mecánicos’ parecían alimentarse de ella. Estaban bailando, riendo y disfrutando de ella. Había un pequeño riff de flauta ahí. De repente se voltearon todos serios y me dijeron: ‘Tienes que ir y encontrar este riff de flauta, es el riff divino y este es el que tienes que usar.

Posford y Vaughan, los hermanos pequeños de una antigua sabiduría puesta en entredicho, siguen persiguiendo ese sonido divino que fluye en un manantial oculto de luces de colores y al hacerlo siguen abriendo el camino para todos nosotros que en la juventud quisimos encontrar la divinidad dentro de nosotros mismos, que nos perdimos, pero que aún seguimos ahí, intentando materializar el sueño de comunión que nos fue revelado en nuestra primera visión psicodélica.

Twitter del autor: @alepholo

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