La ciudad despierta y uno de sus habitantes se dispone a enfrentarla; encarnando las contradicciones propias de una megalópolis como la nuestra: soledad, anonimato, masividad, encierro, libertad; miedo, redención.
Entre penumbras —un hombre de barbas largas y encanecidas, de baja estatura y figura regordeta—, avanza en silencio; el transporte público rompe con la calma mientras él se dirige al gimnasio donde se prepara para descender al infierno.
Su nombre: Jorge Correa. Su profesión: maestro de teatro en las prisiones. Por su figura, personalidad y nobleza, Correa bien podría encarnar a Sancho Panza; sin embargo, por su talante y filosofía, se asemeja más al Quijote de la Mancha. Es un héroe anónimo, de ésos que andan por el mundo chalados de certezas, peleando con el destino, sin derrotarse a pesar de que la ignominia se levanta tan alta como las torres de vigilancia de los reclusorios de máxima seguridad.
¿Qué estimula a Jorge Correa, todas las mañanas desde hace 35 años, a sumergirse en los kafkianos mundos de las prisiones mexicanas? ¿Qué lo lleva a ser revisado escrupulosamente en aduanas y retenes, a ser objeto de miradas inquisitivas de parte de internos y custodios; a escuchar historias de vida llenas de vejaciones; a sonreír en medio de las tinieblas?
“Creo en el hombre, estoy convencido en que se puede rehabilitar una persona y que se le puede quitar el estigma de delincuente”, esa es su premisa y el potente combustible que mueve su voluntad día a día.
Esta es la historia de Jorge Correa por hacer y definir el teatro penitenciario, pero a la vez por encontrar sentido de pertenencia de su propia vida:
“¡En todos los manicomios hay locos perdidos con tantas convicciones! Yo, que no tengo ninguna convicción, ¿soy más convincente o menos convincente?”… los versos de Pessoa parecen acompañarle mientras, silente, rodea el perímetro del Reclusorio Oriente minutos antes de sumergirse en el piélago de paradojas, mentiras, infamias, sanación, autodescubrimiento y trascendencia en el que termina por convertirse el encierro obligado.
“No te puedo explicar con palabras el hecho de bajar al infierno y tocar esas almas; te fortalece de una manera increíble, te llena de una luz y alegría”, apunta quien es capaz de ver en el pozo de las culpas una luz redentora.
Ganadora de la 6ta convocatoria que realiza Canal 22 para producciones independientes, Teatro Penitenciario. Libertad desde la sombra es un relato cinematográfico que da cuenta de la vitalidad de un actor por hacer del teatro y el arte el arma más poderosa para liberar el alma.
Producida por Los Cuates Films, Libertad desde la Sombra es un documental (85 min., HD) donde los personajes actúan y, a la par, representan su propio drama y anhelo, con un telón de fondo reconocible: la Ciudad de México, donde lo mismo aparece el Reclusorio Varonil Oriente, la Penitenciaría Femenil Sta. Martha, Tlatelolco; calles, parques, transporte público; la casa del protagonista y en el exconvento del Desierto de los Leones; por lo que se convierte en una manera novedosa de abordar a la misma ciudad como un cielo-infierno donde sus demonios y ángeles escriben sus propias historias urbanas.
Carlos González y Pablo Ramírez, director y fotógrafo, así como el equipo de guionistas, crean un documental que está llamado a ser reconocido en festivales internacionales por su manufactura; excelente fotografía; diversidad de escenarios y calidad humana con el que manejan un tema escabroso: la historia de un padre, fundador y principal promotor de su propia obra: el teatro penitenciario. Así como el de sus hijos, miles de internos. Ellos y ellas han perdido la libertad,:¿por qué?, ¿qué hicieron?… A Correa no le importa. Sin distinción acude a las cárceles del país, ya sean federales, estatales, de máxima seguridad; femeniles o varoniles, impartiendo la metodología que él mismo inventó, porque, asegura, “creo en el hombre y en el teatro”.
De esta manera, vida y obra rebasan las fronteras y los límites entre su historia privada y su trabajo público, para desdoblarse entre cárceles, foros teatrales modestos y los muros de su propia existencia; actor de pequeñas producciones y maestro de tiempo completo en el sistema penitenciario.
Un documental sobre la vida en prisión, alejado de los victimismos y denuncias acostumbradas, donde se deja de lado la importancia de la libertad para anteponer lo escatológico, la nota roja y la espectacularidad; donde hombres y mujeres olvidan las llamas del infierno de las prisiones, en el que se consumen diariamente, para que, a través del teatro, inicien una danza ritual que les permitirá despojarse de sus miedos y ser libres por algunos eternos instantes.
“Cada prisión que edifica el hombre está construida con los ladrillos de la infamia”, se escucha que un actor y expresidiario declama en el interior de una cueva, mientras hacen eco las palabras que Oscar Wilde escribió cuando estuvo en prisión, víctima del oprobio de la justicia victoriana. Es la primera escena con la que el deseo de Correa de montar una obra con expresidiarios toma forma.
Es un túnel oscuro; alberga a cinco prisioneros que asemejan estar en otro tiempo. Por su aspecto, parecen petrificados y la mortecina luz de unas velas apenas ilumina sus rostros con rictus de miedo, dolor, desconcierto. Mientras son devorados por las sombras, las palabras de Wilde les dan la bienvenida al infierno; en ese momento, Jorge Correa despierta al sueño de la vida: es la toma con la que inicia y terminará una narración que desciende y asciende por los recovecos del alma para dar cuenta que la cárcel puede ser también “la antesala de la libertad”.
Los Cuates Films
Realización: Carlos González García.
Fotografía: Pablo Ramírez Durón.
Guión: Lorena Abrahamsohn, Carlos González, Pablo Ramírez, Samuel Mesinas.
Música Original: Marcus Loeber.
Edición: Carlos González y Roberto Bolado.
El documental será transmitido por el Canal 22 a las 10 de la noche.