¿De qué manera los psicodélicos ayudan a enfrentar la muerte en enfermos terminales?

Si la certeza de la muerte puede ser en ocasiones difícil de sobrellevar o entender, esta ansiedad se torna casi insoportable cuando una persona desarrolla una enfermedad terminal que, con los recursos médicos actuales, viene acompañada de un pronóstico fatal casi siempre preciso.

Quienes tienen la desgracia de recibir esta sentencia quedan sumidos, por razones obvias, en un estado anímico caracterizado por la depresión, la tristeza y el pesar hacia un hecho que en circunstancias normales creemos lejano y aplazable: la muerte.

En años recientes se ha investigado el efecto positivo que pueden tener los psicodélicos en el alivio de esta angustia. Científicos de prestigiadas instituciones (el Centro Médico de la Universidad de California, la Escuela de Medicina de la Universidad de Nueva York, el Centro Médico de Johns Hopkins Bayview, entre otras) han administrado diferentes sustancias a enfermos terminales para evaluar cómo inciden estas en la manera en que una persona encara la muerte.

La psilocibina, el MDMA (ectasy) y el LSD han protagonizado diversos experimentos en los que se ha comprobado que reducen significativamente la depresión y la ansiedad de quienes están a un paso de la muerte por motivos de salud. Además, en el caso específico de la psilocibina, su acción se extiende a detalles tan nimios pero tan importantes como la conciliación del sueño en los insomnes pero, lo más remarcable, es que su efecto persiste más allá del “viaje” primero, manteniéndose durante semanas e incluso meses.

Para Charles Grob, psiquiatra e investigador en el Centro Médico de UCLA-Harbor, este asunto es un “misterio” difícilmente descifrable en el que intervienen factores no del todo evidentes:

En realidad no tengo una respuesta definitiva a por qué las drogas mitigan el miedo a la muerte, pero ahora sabemos que desde tiempos inmemoriales los individuos que tienen experiencias espirituales de transformación adquieren una visión muy diferente de sí mismos y del mundo que los rodea, por lo cual pueden manejar distinto su propia muerte

Por su parte John Halpern, jefe del Laboratorio de Psiquiatría Integrativa en el Hospital McLean de Belmont, Massachusetts, considera que los psicodélicos permiten “una experiencia en la cual se siente que hay algo de lo que se forma parte, algo allá afuera que es más grande, una unidad deslumbrante a la cual se pertenece, que el amor es posible; y todos estos descubrimientos están inmersos en un significado profundo”. “Esta experiencia”, resume Halpern, “justo cuando estás en el borde la muerte, te da esperanza de algo más”.

Neurológicamente, la psilocibina desactiva algunas regiones del cerebro asociadas a los sentidos y la percepción de sí, además de una en especial, el córtex cinglado anterior, que en las personas deprimidas posee una actividad mucho más intensa de lo normal. Esto se verificó en un estudio publicado a inicios de este año y llevado a cabo por psiquiatras del Imperial College London. Igualmente parece ser que tiene incidencia en la manera en que el individuo codifica las experiencias satisfactorias, permitiéndole recordar vívidamente la esperanza, la súbita conciencia adquirida.

Por supuesto en este escenario tiene mucho que ver la situación en la que se encuentran las personas diagnosticadas con una enfermedad terminal. Se trata de un claro ejemplo de que el efecto de una droga depende mucho del estado mental, emocional y de salud de quien la consume. Para fortuna de estos pacientes, los psicodélicos funcionan en su caso como una “medicina existencial”, meramente terapéutica, es cierto, pero que al menos ofrece a algunos un asidero estable cuando todo lo demás cae en las sombras y la ruina de la ausencia última.

En cuanto a las aplicaciones prácticas de estas medidas, no existe una posición unánime entre la comunidad médica. Mientras que algunos se inclinan por un control médico más estricto sobre estas sustancias (en caso de obtener más evidencia sobre su efecto positivo en condiciones mentales específicas), otros piensan que su uso podría ir más allá de los enfermos terminales y, bajo supervisión, auxiliar en el tratamiento de otras enfermedades. Otros como el susodicho Grob son más cautelosos al respecto, asegurando que la psilocibina, por ejemplo, solo se utilizará como último recurso, con aquellos que no tienen otras alternativas.

[NYT]

 

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