Una de las formas más asequibles de definir e identificar el proceso civilizatorio se remite a la cuidadosa podadura que de nuestros vestigios más primitivos, más en sintonía con la naturaleza animal de la que proviene nuestra especie.
En este sentido, la pérdida del pelambre (tan característico de otros primates) es quizá uno de los rasgos más propios del ser humano, agudizada por el rasurado y la depilación que ya desde las primeras grandes culturas se han tenido como técnicas estéticas que refinan la belleza de una persona o la distinción de una persona. Sacerdotes rapados, mujeres de cejas finas, cuerpos limpios de ese potencialmente tupido bosque de pelo son solo algunas de las manifestaciones en que se puede comprobar que, para algunos, el también llamado vello puede ser un estorbo para alcanzar su ideal de belleza.
Pero igualmente existen ejemplos de la postura contraria en que la presunción orgullosa de cráneos, rostros, axilas, genitales y piernas copiosamente tupidas y oscurecidas por una espesa sombra capilar se convierten en trofeo, expresión de resistencia o demostración de una expectativa laboriosamente cumplida. Hombres de cabello largo y barba sin recortar, mujeres con bozo y piernas peludas han suscitado, sobre todo en épocas recientes, el escándalo de las buenas conciencias por su evidente negativa a plegarse mansamente a los cánones de la normalidad y el buen comportamiento.
Lo curioso es que en todas esas zonas el vello abunda por razones biológicas específicas. En las axilas, por ejemplo, sirve para potenciar el efecto atractivamente sexual de las feromonas, los bioquímicos que teóricamente nos conectan con la pareja reproductiva más adecuada. Igualmente un estudio de la Universidad Tecnológica de Texas sugiere que la distribución capilar en el cuerpo obedece al mandato de genes específicos para cada región, además de genes para el color de ese pelo y genes para inhibir su crecimiento en otras zonas —una compleja máquina codificadora o computacional dedica exclusivamente al pelo.
Un asunto que solo en apariencia es banal pues, retomando a Freud, es en estos detalles solo superficialmente triviales donde significamos todo aquello que no podemos poner en palabras.