El origen del yoga y su relación con el sexo (o la energía masculina y femenina)

El reciente escándalo que envuelve al fundador del Anusara Yoga, uno de los estilos de yoga que más rápido se ha popularizado en los últimos años, ha sacudido a esta disciplina que Occidente ha importado con singular éxito de la India. El líder del Anusara, John Friend, anunció a sus seguidores hace poco más de un mes que renunciaba por un periodo indefinido de "autorreflexión, terapia y retiro personal". Esto ocurrió después de una serie de acusaciones por parte de algunas de sus alumnas, con las que aparentemente sostuvo relaciones sexuales y quienes manifestaron sentirse engañadas por Friend y su doble moral. Medios estadounidenses sugieren que este gurú occidental, fundó una especie de aquelarre wiccano al que llamó Blazing Solar Flames, compuesto solamente por él y estudiantes femeninas que representaban las labores de la suprema sacerdotisa y con las que intercalaba encuentros sexuales.

Numerosos medios estadounidenses han reportado sobre este caso enfocándose en la relación entre el yoga y el sexo y una posible tendencia en esta disciplina ascética a producir cultos sexuales o al menos propiciar conductas sexuales que son vistas como inapropiadas para lo que la sociedad espera de lo que lleva la etiqueta de "espiritual".

Antes de proceder hay que mencionar que el yoga es una disciplina compleja ligada a una tradición religiosa que conocemos como "hinduismo", un término que sin embargo es una categoría occidental que no existe en India realmente; se trata de un término paraguas para englobar todas las religiones que se remiten a las Upanishad y los Puranas que no son ni el budismo, ni el jainismo, ni el sjismo. La palabra yoga significa "unión" o literalmente "yunque" (de yuj la misma raíz del verbo "ayuntar"). El yoga originalmente es un serie de prácticas sobre todo meditativas y purificatorias, como enseña el texto clásico de Patanjal, que permiten acceder a un estado mental libre de oscilaciones y perturbaciones que se correlaciona con la unión mística, ya sea con una deidad personal o con el absoluto impersonal (Brahman). En la Bhagavad Gita, Krishna enseña tres tipos fundamentales de yoga, que son senderos a la liberación, el jnana-yoga, el karma-yoga y el bhakti-yoga (estos últimos dos a veces se corresponden, pues las acciones se hacen como devoción dedicadas a la deidad). En este sentido el yoga está ligado a la antigua filosofía Samkhya  y luego a la tradición Bhagavata. Sin embargo, el yoga que se ha difundido en Occidente es una versión mucho más tardía que desprende de los naths y los siddhas tántricos del medievo que practicaban alquimia, de los cuales se genera el hatha-yoga, el tipo de yoga que predomina en Occidente, si bien altamente diluido y con un mayor énfasis en las asanas o posturas físicas. Con esta introducción podemos entender que cuando los medios occidentales relacionan la sexualización del yoga con un orgen, se refieren solamente a esta versión posterior del yoga, que ciertamente no se basa en el sexo, pero sí claramente utiliza de manera central la energía sexual y a veces realiza práctica sexuales que hereda del tantrismo o, por otro lado, promete, en el caso de los yoguis más logrados, los siddhas, de el goz de innumerables ninfas celestiales.

Escribiendo para el New York Times, William J. Broad, autor de The Science of Yoga: The Risks and the Rewards, sostiene que la sociedad no debería de sorprenderse por la facilidad con la que el yoga produce gurus mujeriegos y conductas orgiásticas. Broad argumenta que el hatha yoga, la versión "psicofísica" del yoga de la cual parten la mayoría de las disciplinas que se han popularizado en Occidente, nació de una rama del tantrismo, en la que los devotos "buscaban fusionar los aspectos masculinos y femeninos del cosmos en un estado de conciencia extática".

Desde nuestra perspectiva Occidental, un tanto superficial y errónea, el tantra, como término que circula en la cultura pop, es asociado casi siempre con el sexo. Según Broad, el hatha se originó como una forma de acelerar los procesos tántricos, usando "posturas, respiración profunda  y actos estimulantes —incluyendo relaciones sexuales— para incrementar el rapto místico" (tal vez el secreto de la popularidad del yoga en Occidente es que apela a nuestra sexualidad reprimida de  una manera sutil pero posiblemente liberadora).

Ahora bien el hecho de que el yoga ("el yunque que une") sea una disciplina o un conjunto de conocimientos orientados a fusionar los opuestos, la energía masculina con la femenina y demás polaridades energéticas, no debería de sorprender ni alarmar a nadie —de hecho, que no tuviera en su preceptos más profundos esta noción y este intento, eso sí, debería de alejar a sus practicantes (lo sexual también es espiritual). Toda disciplina ascética, toda escuela mística e incluso toda religión en su origen y espíritu contemplan de manera primordial a la energía sexual como parte de sus enseñanzas. Si bien la sociedad moderna hasta últimas fechas reconoce que el sexo es parte fundamental de la salud humana, esto debió de ser evidente para cualquier tradición mística: lo que distingue a una disciplina esotérica es su capacidad de penetrar lo que yace oculto para una conciencia ordinaria.

Hoy en día no se necesita ser un destacado yogui para descubrir que nuestra felicidad y nuestra salud están en buena medida determinadas por el manejo apropiado de la energía sexual y que el mismo mundo en el que vivimos está cargado de y es dirigido en muchos aspectos por esta energía vital creativa.

Lo que  para muchos hoy sería una virtud, hace algunos años seguramente era percibido como una naturaleza viciosa e indeseable. Por lo tanto, para ajustarse a la moral imperante de principios del siglo XX, los fundadores del yoga moderno trabajaron para remover "el estigma tántrico" y buscaron "sanitizar la disciplina" y dejaron atrás el énfasis en el erotismo para dar lugar a la salud y el fitness (así han irrumpido las fuerzas del eros a su aceptación en la sociedad moderna, bajo un aspecto de salud y bienestar). Pero quien sea que haya hecho yoga con cierta profundidad notará que, más o menos adormilados, yacen en sus asanas los vestigios de un fuego cuyos secretos son en el hombre la divinidad (la ciencia energética de Shiva). No es exclusivo del yoga, ni mucho menos, pero queda patente la idea fundamental de manipular  (liberar o desenrollar) la energía que yace en la base del cuerpo, en la Tierra y en los genitales, para hacerla ascender hacia la parte superior, en el abrazo de la conciencia y la energía en la corona. Este movimiento energético, usando diferentes técnicas, es común a numerosas disciplinas orientales; en algunos casos el ascenso de esta energía se logra realizar sin el intercambio sexual como tal, pero en otros es necesaria, como culminación o sublimación máxima, la relación sexual.

El hecho de que la práctica de yoga acabe convirtiéndose en cierta promiscuidad o experimentación sexual puede explicarse de diversas formas, algunas de las cuales no necesitan invocar una cualidad espiritual. En el sentido más tangible, el yoga, a través de diferentes asanas y especialmente de bandhas (candados), trabaja los músculos pélvicos que permiten que una mujer tenga más y mayores orgasmos y que un hombre pueda controlar su eyaculación.

Según documenta William J. Broad el yoga tiene una serie de beneficios relacionados con la excitación y la potencia sexual. Científicos de Rusia y de la India han medido que la práctica de yoga genera un agudo aumento en testosterona, hormona asociada con el deseo sexual tanto en hombres como en mujeres. Científicos checos han mostrado cómo algunas de las poses del yoga generan picos en la actividad de las ondas cerebrales similares a los que ocurren en personas enamoradas. Investigadores de la Universidad de British Columbia han registrado que la respiración veloz, conocida como respiración de fuego o agni prasana, puede incrementar el flujo sanguíneo a los genitales. Y una nueva investigación en la Universidad de Rutgers estudia cómo el yoga puede fomentar "el éxtasis autoerótico" —al parecer algunos individuos se pueden llevar a estados de rapto sexual e incluso al orgasmos solo con la mente. Si a esto se le suma el sudor, los cuerpos torneados, la ropa ajustada, el sentimiento de relajación y expansión y demás factores comunes a una clase del yoga, no debería de ser extraño que las personas que practican esta disciplina tenga vidas sexuales promiscuas (o que algunas personas busquen practicar el yoga solo por la atracción sexual que les genera).

Así que, ¿es el yoga un culto al sexo? Lo es, pero entendiéndose como un cultivo de la energía sexual y si bien esto puede propiciar cultos sexuales semipaganos que escandalizan la buena moral de una sociedad recatada, esto no es, por decirlo de manera coloquial, problema del yoga. Existen varios casos además del de John Friend en el que maestros de yoga han sido acusados de conductas licenciosas y de seducir a sus alumnas de manera un tanto taimada. Sin embargo, estas conductas más allá de ser  propias del yoga, son características de la relación entre un líder y un seguidor: surgen donde existen un poder que raya en la idolatría. Donde hay poder hay también siempre sexo, ya sea porque el poder es usado para obtener el favor sexual o porque se sabe usar el sexo para obtener poder. Asimismo, es necesario decir que si bien el sexo es parte del yoga, el yoga no puede reducirse a solamente algo sexual, ya que es fundamentalmente una disciplina de unión con la divinidad en todos sus aspectos. El sexo es solamente uno de los múltiples caminos.

Obedece a un lógica profunda que el yoga, como avatar del tapas, la disciplina primordial que ocupa a la espiritualidad de los dioses (percursora de todo ascetismo), tenga un fuerte aspecto sexual. Escribe Robero Calasso en su libro sobre mitología hindú, en voz de los Vedas:

«El placer es el tapas de lo externo», dijo un día Vasistha, el más sabio entre nosotros. «Es como si el mundo llevara puesta una capa, para no ensuciarse de polvo. Si el tapas nos impulsara siempre hacia atrás, hacia el lugar sin forma del que provenimos, el mundo se deterioraría con demasiada rapidez. Está bien que nuestras mujeres se alboroten, está bien que los reyes se acuesten con sus propias hijas, está bien que las Apsaras vengan a confundirnos con sus juegos, tan pueriles como eficaces... Cada vez que cedemos ayudamos a que el mundo recomponga su esmalte».

He ahí el secreto del sexo: el esmalte del mundo que impide que la mente se pulverice y disuelva en sí misma, que le llama a habitar el mundo, vivir el drama de la trama cósmica. Curiosamente permite una lectura alineada con el entendimiento de la función sexual de la biología moderna: el placer sirve para mantener la existencia del mundo al motivarnos a reproducirnos y esparcir nuestros genes. Al copular y reproducirnos (o al hacer yoga, enseñado por el éxtasis de Shiva) estamos ejecutando ritos, repitiendo los actos que dieron origen a la existencia y así manteniéndola. Tal vez este mantenimiento del mundo, esta recomposición de su esmalte, sea la perpetuación de una ilusión, pero es una ilusión ardiente, la cual debemos de vivir, ya que incluso seduce a los dioses y en cuyo proceso se revela el sentido del universo/el otro lado del espejo.

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