El arquetipo del héroe, nos dice el psicólogo analítico Eric Neumann, es el arquetipo de la consciencia, y uno de sus mitemas o manifestaciones históricas fundamentales es el del llamado “héroe solar”.
La figura mítica del superhéroe también surgió, como una nueva síntesis imaginativa de elementos simbólicos, de un profundo período de crisis cultural. En el año 1929 la caída del sistema bancario estadounidense golpeó los mercados mundiales sumiendo a la sociedad moderna en una profunda crisis financiera. Desempleo, hambre, caos e incertidumbre serían los signos de un extenso período que fue denominado “Gran Depresión” y se extendería durante una década, hasta finales de los años 30. Una profunda desesperanza y una ruptura del optimismo económico que predominaba hasta entonces parecieron apoderarse del mundo occidental.
Como una suerte de continuidad y transformación de los personajes heroicos del pulp, el comic fue dando origen a sus propios héroes: el clásico detective Dick Tracy, el héroe espacial Buck Rogers y, posteriormente, Flash Gordon, fueron los primeros personajes más populares del medio, y que sirvieron como modelo para posteriores tipos heroicos. La aparición de “El Fantasma” en 1936, justiciero enmascarado dedicado a combatir la piratería en una isla paradisíaca, disfrazado con un vistoso uniforme distintivo (una mezcla entre Tarzán y el Zorro) fue sin lugar a dudas la principal influencia estética de todo un genero que nacería solo dos años después con la aparición de su personaje más emblemático: “Superman”.
El propio nombre del personaje, “Super-man”, no es casual, sino más bien paradigmático de todo un momento histórico. En realidad, el apelativo no sería inventado por Jerry Siegel y Joe Shuster en 1938 (los creadores del personaje), sino que ya existía desde mucho antes. En 1885, el filosofo Friedrich Nietzsche escribió su famosa obra Así hablo Zarathustra, en donde popularizó el concepto de un “übersmench”, un super-hombre. Criticando la sumisión del hombre a los dogmas religiosos y a los autoritarismos del Estado, Nietzche afirmaba que el hombre debía ser superado, dando lugar a un “super-hombre”, un hombre constituido ante sí mismo como el único ser supremo, un hombre ideal y revolucionario que atestigüe su condición heroica afirmando en toda su grandeza su individualidad frente a las creencias paralizantes y caducas del mundo colectivo.
Más o menos por esta época, dos jóvenes adolescentes de EE.UU. vendían a la compañía editorial DC Comics por 150 dólares los derechos de un personaje particular que pasaría a formar parte de la historia de la ficción universal: Superman. Podemos decir que este “súper-hombre” norteamericano, este dechado de fuerza y virtudes, este héroe ideal que representa a la nación americana, fue la respuesta ficcional del capitalismo democrático liberal estadounidense frente al ideal hegemónico de Hitler.
Tal como su nombre lo indica, Superman es "super", un personaje hinchado de poder y capacidades sobrehumanas exageradamente invencibles. No sería aventurado considerar que, inconscientemente, el personaje fue la encarnación de la idea de potencia o poder en que EE.UU., superada la crisis mundial, comenzaba a posicionarse en la consciencia global. Como señala el sociólogo Guillermo Sly: “A partir de 1930, hablamos de superhéroes con características muy particulares que si bien son espíritu de época, son también producto de una potencia mundial en ascenso, que es Estados Unidos” (citado en Sorondo, “Sobre el Héroe y sus Mascaras”, 2006).
“Muertos están todos los dioses, ahora queremos que viva el superhombre[“, pronuncia Zarathustra, el profeta de Nietzche en 1885. En un mundo moderno regido por la industrialización tecnológica y la razón, en que el que los antiguos mitos parecían haber perdido ya todo significado y valor colectivo, nuevos mitos estaban ya emergiendo en su hora más oscura. Sin sospecharlo ni lejanamente, Nietzche estaba vaticinando con esas palabras no solo el alzamiento del régimen fascista alemán, sino al mismo tiempo, el surgimiento de los superhéroes.