Superhéroes: Mitología Moderna (Segunda Parte: El Nacimiento del Superhombre)

El arquetipo del héroe, nos dice el psicólogo analítico Eric Neumann, es el arquetipo de la consciencia, y uno de sus mitemas o manifestaciones históricas fundamentales es el del llamado “héroe solar”.

El mito del héroe solar, aquel que enfrenta y vence al dragón (la Gran Madre mítica), trayendo orden al mundo, es análogo al desarrollo de la consciencia, ya que describe el pasaje de las culturas matriarcales al orden patriarcal del mundo. En las culturas matriarcales, cuando la individualidad estaba fundida y subsumida con su grupo social, con su propio cuerpo y con su entorno, la figura del héroe mítico aparece como el impulso auto-trascendente de la psique por conquistar la consciencia de si misma.  El mito del héroe solar es, de este modo, el mito de la consciencia colectiva abriéndose camino frente a las fuerzas regresivas de lo inconsciente, objetivándose del tejido de la naturaleza y del cuerpo, y constituyéndose como un yo (ego). Esta la razón de que su apelativo sea “héroe solar”, ya que su presencia trae la luz (la consciencia,  el orden, los valores sociales, “el bien”) de las sombras de la noche (lo inconsciente, el caos, “el mal”), de la cual emerge triunfante. En períodos de confusión social, crisis y oscuridad, el héroe solar emerge como salvador del grupo colectivo.

La figura mítica del superhéroe también surgió, como una nueva síntesis imaginativa de elementos simbólicos, de un profundo período de crisis cultural. En el año 1929 la caída del sistema bancario estadounidense  golpeó los mercados mundiales sumiendo a la sociedad moderna en una profunda crisis financiera. Desempleo, hambre, caos e incertidumbre serían los signos de un extenso período que fue denominado “Gran Depresión” y se extendería durante una década, hasta finales de los años 30. Una profunda desesperanza y una ruptura del optimismo económico que predominaba hasta entonces parecieron apoderarse del mundo occidental.

Durante esta misma época, sin embargo, la historieta popular comenzó a crecer en EE.UU. a pasos agigantados. Los llamados “comic-books”, plagados de historias fantásticas de aventuras, misterio y ciencia ficción, comienzaron a multiplicarse. Deudores, por su temática, de las revistas pulp del primer tercio del siglo XX, los comic-books se convirtieron pronto en un importante fenómeno comercial, acaso como una respuesta a la necesidad colectiva de fantasía y de símbolos heroicos frente a la oscura perspectiva que el mundo real presentaba. “No es casual que el período que va desde el "crash" de 1930, pasando por los años sangrientos de la revolución española, hasta el comienzo de la segunda guerra mundial, coincida con la aparición de Superman, Batman, Capitán Marvel” (Masotta, La Historieta en el Mundo Moderno, 1970).

Como una suerte de continuidad y transformación de los personajes heroicos del pulp, el comic fue dando origen a sus propios héroes: el clásico detective Dick Tracy, el héroe espacial Buck Rogers y, posteriormente, Flash Gordon, fueron los primeros personajes más populares del medio, y que sirvieron como modelo para posteriores tipos heroicos. La aparición de “El Fantasma” en 1936, justiciero enmascarado dedicado a combatir la piratería en una isla  paradisíaca, disfrazado con un vistoso uniforme distintivo (una mezcla entre Tarzán y el Zorro) fue sin lugar a dudas la principal influencia estética de todo un genero que nacería solo dos años después con la aparición de su personaje más emblemático: “Superman”.

Como personaje, Superman sin duda ha trascendido los límites del comic-book y su lugar como icono de la cultura popular estadounidense para pasar a ser una figura arquetípica de la imaginación moderna. A más de 70 años de su primer aparición en el histórico Action Comics Nº1, puede afirmarse, sin temor a equivocarse, que prácticamente no hay nadie, al menos en la cultura occidental, que no reconozca siquiera su imagen. Hoy en día, Superman es un personaje tan universal como Zeus, El Quijote, Frankenstein o Blancanieves. Sin duda alguna, y más allá de su explotación visual y comercial, tenemos que admitir que son en gran medida las características propias del personaje, su resonancia simbólica, lo que han impactado profundamente en la consciencia del hombre moderno, instalándolo plenamente en el imaginario colectivo de la cultura de masas.

El propio nombre del personaje, “Super-man”, no es casual, sino más bien paradigmático de todo un momento histórico. En realidad, el apelativo no sería inventado por Jerry Siegel y Joe Shuster en 1938 (los creadores del personaje), sino que ya existía desde mucho antes. En 1885, el filosofo Friedrich Nietzsche escribió su famosa obra Así hablo Zarathustra, en donde popularizó el concepto de un “übersmench”, un super-hombre. Criticando la sumisión del hombre a los dogmas religiosos y a los autoritarismos del Estado, Nietzche afirmaba que el hombre debía ser superado, dando lugar a un “super-hombre”, un hombre constituido  ante sí mismo como el único ser supremo, un hombre ideal y revolucionario que atestigüe su condición heroica afirmando en toda su grandeza su individualidad frente a las creencias paralizantes y caducas del mundo colectivo.

En la década de 1930, bajo una particular lectura de Nietzsche, Adolf Hitler anunciaba la llegada del übersmensch a través de la “pureza aria guerrera” del pueblo Alemán, declarándose el mismo la última manifestación de los héroes teutónicos de antaño y fundando un movimiento político ideológico que es considerado como una de las mayores aberraciones de la historia humana: el nazismo o nacionalsocialismo.

Más o menos por esta época, dos jóvenes adolescentes de EE.UU. vendían a la compañía editorial DC Comics por 150 dólares los derechos de un personaje particular que pasaría a formar parte de la historia de la ficción universal: Superman. Podemos decir que este “súper-hombre” norteamericano, este dechado de fuerza y virtudes, este héroe ideal que representa a la nación americana, fue la respuesta ficcional del capitalismo democrático liberal estadounidense frente al ideal hegemónico de Hitler.

Tal como su nombre lo indica, Superman es "super", un personaje hinchado de poder y capacidades sobrehumanas exageradamente invencibles. No sería aventurado considerar que, inconscientemente, el personaje fue la encarnación de la idea de potencia o poder en que EE.UU., superada la crisis mundial, comenzaba a posicionarse en la consciencia global. Como señala el sociólogo Guillermo Sly: “A partir de 1930, hablamos de superhéroes con características muy particulares que si bien son espíritu de época, son también producto de una potencia mundial en ascenso, que es Estados Unidos” (citado en Sorondo, “Sobre el Héroe y sus Mascaras”, 2006).

Como hemos visto, cuando el héroe arquetípico asume un rol fundacional o salvífico de la cultura que le da origen, estamos ante lo que la mitología comparada llama un héroe solar. Asumiendo un carácter sobrehumano y divino, el héroe solar es siempre un salvador del mundo, así como una representación simbólica idealizada de su cultura, y esto es lo que la aparición de Superman significó originalmente para la cultura norteamericana. Frente a la oscuridad de la crisis económica y de un mundo atravesado por la guerra y el terror de los estados comunistas autoritaristas, Superman se presentaba como el poderoso y brillante símbolo del triunfo de la democracia liberal americana.


“Muertos están todos los dioses, ahora queremos que viva el superhombre
[“, pronuncia Zarathustra, el profeta de Nietzche en 1885. En un mundo moderno regido por la industrialización tecnológica y la razón, en que el que los antiguos mitos parecían haber perdido ya todo significado y valor colectivo, nuevos mitos estaban ya emergiendo en su hora más oscura. Sin sospecharlo ni lejanamente, Nietzche estaba vaticinando con esas palabras no solo el alzamiento del régimen fascista alemán, sino al mismo tiempo, el surgimiento de los superhéroes.

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