Laberintos neuronales de sal: la obra de Motoi Yamamoto

En una minuciosa metáfora que alude a la intimidad propia del diálogo entre la individualidad y la totalidad, en un suculento juego de desdoblamiento mutuo, emergen los blancos paisajes de sal que plasma el artista japonés Motoi Yamamoto. Cientos de miles, quizá decenas de millones de granos de sal sintonizados para dar vida a un todo que va mucho más allá que la suma total de sus partes.

Resonando con un linaje probablemente alquímico, Yamamoto cataliza con admirable paciencia creativa su fascinación por la interconectividad entre todos los seres vivos, así como el rol que juega la sal, en un sentido tanto biológico como poético, en los dos grandes ecos arquetípicos de nuestra realidad: la vida y la muerte. Y tal vez sea por esto que los laberintos, túneles y escaleras sin fin que crea utilizando exclusivamente sal, manifiestan una esencia de notable pureza (la pulcritud del espíritu enfrentado, como el espejo que penetra el creador cuando asume su responsabilidad como microdios).  

En Japón, como en muchas otras culturas, la sal es un elemento ligado a la purificación, a la limpieza, que actúa con tajante eficiencia tanto en planos materiales como en planos físicos. Además, dentro de las tradiciones funerarias de este país, se utiliza para limpiar el cuerpo tras haber asistido a un entierro, así como para proteger espacios de la presencia de entidades no deseadas. 

"Dibujar un laberinto con sal es como seguir el rastro de una memoria. Las memorias parecen cambiar y dispersarse con el tiempo. De cualquier modo, lo que busco es la forma de tocar un momento precioso dentro de mis memorias, algo que no puede conseguirse mediante textos o imágenes. Siempre sigo silenciosamente el rastro, que es tanto controlado como descontrolado a partir del punto de inicio, tras haberlo completado", afirma este inspirador artista sobre su propia obra. 

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