Partiendo de una noción denominada “conducta prosocial” —que se refiere al comportamiento positivo o útil y benéfico hacia los otros, sea de una sola persona o de un grupo social en su conjunto— los académicos reunieron cierto número de estudiantes universitarios, a quienes les pidieron que pasaran “tiempo de calidad” con sus dispositivos portátiles; asimismo, la prueba incluyó un grupo de control como referente de comparación.
Luego de este tiempo dedicado al teléfono, aseguran los investigadores que los sujetos del experimento se mostraron menos solícitos para realizar servicios comunitarios voluntariamente, además de cierta pereza para resolver juegos de palabras incluso a sabiendas de que haciendo esto generarían dinero que sería donado a obras de caridad. Y por si esto no bastara, parece que a los muchachos —todos rondaban los veinte años de edad— tampoco accedieron de buena gana a dibujar una imagen de su teléfono para después reflexionar sobre el uso que le daban al aparato.
Según los autores, el estudio sugiere que una persona puede enfocarse tanto en su teléfono portátil y especialmente en las conexiones sociales que este satisface, que puede llegar a prestar cada vez menos atención en el mundo que lo rodea. Por otra parte, en una investigación previa los mismos profesores encontraron que dicho dispositivo evoca directamente sentimientos de conectividad con otros, complaciendo así el sentido pertenencia, uno de los más fundamentalmente humanos que, en ocasiones, nos impulsa a actuar de formas sumamente extrañas.
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