El entusiasmo por los alimentos producidos de manera orgánica amenaza con degenerar en un peligro para el bienestar del planeta. Esto luego de que se diera a conocer que la fuerte demanda por estos artículos, marcadamente por consumidores en Estados Unidos, está provocando que en los lugares donde se cultivan se tomen medidas que poco tienen de orgánico o de benéficas para el medio ambiente.
Un ejemplo: la Cooperativa del Cabo, con sede en México, provee diariamente 7 toneladas y medio de tomates y albahaca que entrega a la estadounidense Trader Joe’s and Fairway, número a todas luces alto que está sumiendo a empresas como esta en serios problemas comerciales que intentan resolver con medidas que dañan su entorno.
Los pozos de agua los acaparan estos productores y provocan que el recurso escasee para los pequeños agricultores; los alimentos producidos se entregan a grandes cadenas de distribución global que los llevan de países americanos como Chile o Argentina a lugares remotos como Nueva York o Dubai, proceso que, al final, implica altísimas emisiones de gases nocivos que contribuyen al calentamiento global; en algunos casos se ha documentado incluso que el espíritu de lo orgánico —alimentos libres de pesticidas cultivados en pequeñas granjas atentas de su impacto ecológico— ha comenzado a perderse para dar paso a la forma usual de agricultura.
Sin embargo, para ser justos valdría la pena advertir que el problema no radica en los alimentos orgánicos en sí, sino que obedece a una multitud de causas entre las que pueden contarse la voracidad del consumismo (presente incluso en esta forma alternativa de vida), el espíritu de ganancia también insaciable que el sistema actual favorece, la poca rentabilidad que tienen los cultivos orgánicos en comparación con la agricultura usual, entre otras razones que van convirtiendo poco a poco esta opción saludable de alimentación en un mal del que pronto podríamos abominar.
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