La idea central es que antes de acceder al sistema Google (Gmail, Chrome, Books, Maps, Google+, etc.), el usuario está obligado a aceptar nuevas condiciones de uso en que se estipula que Google puede servirse de la información generada mientras se usen todos estos servicios.
El supuesto beneficio sería que con estos datos recolectados la estancia del internauta será mejor, pues, por poner un ejemplo, la búsqueda de información se especializará de acuerdo con los intereses personales que esta especie de panóptico automatizado haya aprendido a reconocer como propios.
Lo curioso es que la única opción que tendrá el usuario para rechazar dichas condiciones será no utilizar el servicio.
Es cierto, como dice Sara Marie Watson en The Atlantic, que está movida del llamado gigante de Mountain View era previsible e incluso tardó demasiado en implementarse teniendo en consideración todo el tiempo que lleva Google ampliando su presencia en la Red, pero no por ello es menos alarmante.
He dicho antes —escribe Watson— que como usuarios no somos lo suficientemente críticos de las relaciones que entablamos con plataformas como Facebook y Google que nos ofrecen servicios valiosos a cambio de nuestros datos. Para mí es un asunto no solo de privacidad sino de datos literalmente personales. Me pregunto si este es el momento en que el usuario promedio de Google comenzará a ser más crítico, más circunspecto a propósito de su exposición frente a la compañía. ¿Son estas políticas consolidadas de privacidad y términos de servicios suficientes para hacer evidente la realidad de nuestra exposición de datos? ¿Suficiente para sacudirnos un poco?
Cabe mencionar que, de momento, el usuario podrá utilizar anónimamente (tanto como esto es posible en Internet) YouTube y el buscador de Google. Pero, de cualquier manera y parafraseando a Günther Grass y su ensayo sobre Kafka, resulta terrorífico advertir cuánta información estamos entregando a estas nuevas burocracias digitales.
Con información de El País y The Atlantic