Isidor Sadger, el discípulo olvidado que reveló el lado oscuro de Sigmund Freud

La historia del psicoanálisis tiene sin duda su interés, sobre todo porque alrededor de esta disciplina se han tejido redes de poder, jerarquías y figuras de autoridad que han fragmentado su devenir con singulares episodios de disidencia, rupturas, enemistades y prácticas que lindan con lo francamente policiaco. Recordemos, solo como ejemplos al vuelo, el distanciamiento entre Freud y Jung, a pesar de su remarcada relación afectuosa, o la separación de Lacan de la Asociación Psicoanalítica Internacional y la consecuente fundación de la Sociedad Francesa de Psicoanálisis.

Un caso mucho menos consabido es el de Isidor Sadger, uno de los discípulos más fieles de Freud que, sin embargo, cayó en el olvido del que solo hasta hace pocos años ha comenzado a salir. Sadger fue un contemporáneo del fundador del psicoanálisis y uno de los más asiduos a su círculo de aprendices.  En algún momento Sadger escribió sus memorias a propósito de su relación con Freud e incluso las dio a la imprenta, pero por razones no del todo claras, otros cercanos a Freud impidieron la circulación de su libro e intentaron desaparecer todos los ejemplares. De la edición original solo se conoce un ejemplar conservado en la Universidad de Keio, en Tokio; de una edición posterior hecha en Alemania igualmente se guarda un único libro en la Biblioteca Nacional de Israel.

Esta censura es un tanto misteriosa e inexplicable porque la imagen que Sadger construye con sus recuerdos no podría considerarse, en sentido estricto, ofensiva a la memoria de Freud. A menos que sea ofensivo mostrar el lado humano del maestro: humano en el sentido no de caridad o buenos sentimientos sino, por el contario, el de las pasiones más o menos bajas en las que incurrió, sobre todo en su trato hacia Sadger, al que menospreciaba por sus capacidades intelectuales y su estilo “insufrible” al momento de escribir (y quizá Freud, que fue ante todo un gran escritor, daba mucha importancia a esta habilidad al momento de juzgar a sus colegas).

Las memorias de Sadger oscilan así entre la admiración y el resentimiento, dominadas quizá por la certeza de saberse un discípulo menor, incapaz de seguir el paso no, evidentemente, al maestro, sino a otros de sus coetáneos que lo relegaban a una posición marginal en el círculo cercano de Freud.

En un momento de quiebre, sin embargo, Sadger comienza a evocar el “sadismo” de Freud, la saña con que este en alguna ocasión silenció y humilló a un “advenedizo”. Quizá esto sería algo de lo que molestó no tanto a Freud como a sus cercanos: el hecho de que Sadger mostrara al maestro como un ser firme en su autoridad imposible de desafiarse.

Sea como fuere, sin duda se trata de un documento invaluable para conocer más de cerca y desde otra perspectiva el desarrollo de una disciplina de por sí polémica que, a pesar de su discurso, no está ajena al vaivén de pasiones que nos hace, parafraseando a Nietzsche, humanos, demasiado humanos.

[The Daily Beast]

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