En el porno uno de los patrones estéticos dominantes, en el caso de los hombres, es el del actor de proporciones exageradas, en todo, lo mismo en su musculatura que en el tamaño de su instrumento de trabajo. Hay quienes aseguran que esto se debe a que la industria del porno la manejan y consume sobre todo hombres, para quienes es imposible que un semejante pueda despertar el más mínimo deseo o atracción. De ahí también que las mujeres se sientan poco inclinadas por este tipo de películas.
Sin embargo, Deen vino a romper con algunos de estos patrones. Con su figura común y corriente y con ciertos rasgos que podrían considerar refinados en comparación con los de sus colegas, el californiano aparece en las películas que protagoniza como una pieza un tanto ajena a la narrativa tradicional de la industria, como si hubiera llegado a esas orgías por accidente, por abrir una puerta equivocada en una casa desconocida. Además, su carisma, esa sensación que extraña e inexplicablemente transmite de “conectar” con las mujeres con quienes está trabajando, le ha valido una cierta simpatía por parte del público femenino, especialmente el de adolescentes que ven en él a un hombre totalmente distinto, lejos del prejuicio masculino de que las mujeres “quieren todo grande”, incluso con cierto aparente sentimentalismo o cuidado al momento de realizar sus lúbricas actuaciones.
Otro de los rasgos que convierten a Deen en parte de esta nueva generación que está transformando los patrones culturales heredados desde hace tantos siglos es que mucha de su popularidad proviene de su presencia en Internet, especialmente en Twitter y en un blog en el que postea con frecuencia. Y quizá eso explicaría también por qué cierto segmento de la población que antes no se interesaba o incluso sentía repulsión por el porno, ahora sigue el trabajo de este muchacho, de alguna forma el mismo segmento que engrosa las listas de usuarios de las redes sociales.
Curiosamente, todo esto que distingue a Deen para las mujeres tiene en los hombres el efecto opuesto. Para el público masculino Deen es también un elemento extraño en las películas porno habituales, pero la reacción está más cercana a la aversión que a la atracción. Hay quien piensa, como J. Bryan Lowder, que un hombre común y corriente como Deen enfrenta al espectador masculino con el fantasma de la homosexualidad y quizá también impida concretar la fantasía de que el espectador podría ocupar el lugar del actor porque, de algún modo, ese actor no existe realmente. Es un actor, sí, pero además es un actor exagerado, con un trabajo, un cuerpo, una pareja, un modo de vida y, sobre todo, un miembro viril, que nadie tiene realmente. Ese vacío que nadie ocupa lo puede llenar el espectador. Pero si en ese lugar se encuentra un hombre común y corriente como el espectador, entonces la fantasía se interrumpe, se hace imposible porque el espectador, en su condición de hombre común y corriente, podría estar ahí, pero no está.
Es imposible saber cuál será el destino de James Deen en la industria fílmica del porno, pero sin duda ya ha actuado uno de sus papeles más importantes al comenzar una posible revolución de la estética pornográfica dominante, cuestionando también la perspectiva masculina que domina la industria.
[Slate]