La muerte de Gadafi, silenciando a un dictador

Sangrientas imágenes difundidas hoy alrededor del mundo muestran la muerte del presidente de Libia Muamar Gadafi, quien fue acorralado y asesinado por las fuerzas rebeldes apoyadas por la OTAN en una especie de linchamiento público. Más allá de las excentricidades de Gadafi y  su innegable autoritarismo, no hay que olvidar la forma en la que la OTAN invadió Libia, apoyando a los rebeldes desde su gestación, sin tomar mucho en cuenta la ley internacional, devastando el país y ahora posiblemente tomando control de sus recursos (Libia es el país más rico de África).

La muerte un tanto salvaje --las imágenes de snuff son porno de la muerte-- de Gadafi tiene varias aristas. Quizás no sea menor el hecho de que convenientemente evita a las Naciones Unidas un juicio que, aunque seguramente representado en los medios como los delirios de un hombres desquiciado, habría sido inquietante para países como Estados Unidos ante la posibilidad de que Gadafi revelará información confidencial, posiblemente hablando sobre la sombría relación entre Al-Qaeda y la CIA o de sus múltiples reuniones de negocios con el ex primer ministro británico Tony Blair (Gadafi dio uns muestra cuando dijo ante la ONU que la gripe H1N1 era un arma biológica).

Dictadores que fueron parte del sistema —como Saddam Hussein y Slobodan Milosevic— y que luego fueron incómodos para el orden mundial establecido, fueron asesinados antes de que pudieran defenderse públicamente y declarar en contra de los poderes occidentales que antes los cobijaran (Milosevic murió envenenado estando bajo custodia de la ONU de la manera más sospechosa).

A diferencia del ritual mediático negativo para los intereses de la OTAN que podría ser un juicio por crímenes de guerra en La Haya (los crímines de guerra solo son crímenes cuando se pierde la guerra), el ritual de la muerte de Gadafi, esa carnicería recirculada por todos los medios, sirve como una cruda advertencia a los mandatarios árabes que se oponen al régimen global, y las celebraciones de las fuerzas rebeldes —aquellas infiltradas por la CIA— le sirve a Obama como una prueba en Occidente de que liberó al oprimido pueblo libio de un dictador  y está feliz gracias a la magnanimidad de Estados Unidos, el santo patrón de la libertad.

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