Este es el caso de la “ladybird spider”, araña mariquita o catarina que toma su nombre de otro insecto común en casi todos los jardines, ese simpático y apacible coleóptero de alas rojas con puntos negros, colores y patrón que el macho del susodicho arácnido reproduce en la parte anterior de su abdomen. Su apelativo taxonómico, para no confundirnos en los localismos, es Eresus sandaliatus.
A la araña mariquita, natural británica y una de las más raras que pueblan estas regiones semiaustrales, se le consideró prácticamente extinta hasta que en los años ochenta se encontró una colonia con 56 individuos, mismos que científicos de la Royal Society for the Protection of Birds (RSPB) se apresuraron a rescatar y proveerles de un medio adecuado para su reproducción, sin amenazas ni peligros. Este esfuerzo culminó solo hasta hace unos días, cuando los conservacionistas liberaron una buena cantidad de arañas en la reserva de Arne, en el condado de Dorset al sur de Inglaterra.
Los arácnidos fueron transportados en botellas de plástico de las que se usan para envasar agua mineral. Aunque a los visitantes le parecerá un poco extraño y quizá inadecuado encontrarse con esa “basura” en un medio ambiente protegido, aseguran los expertos que las botellas fueron no solo ideales para el viaje, sino también como residencia de las arañas, ya que en su interior pueden construir su nido sin que se afecten sus costumbres o se arriesgue su seguridad. Además las botellas se enterraron para que así las arañas puedan colonizar los alrededores.
“Lo más sorprendente de la araña mariquita”, dijo Toby Branston, guardián de la RSPB en la reserva de Arne, “son las singulares marcas de color en el macho, que le dan su nombre, pero especialmente la vida fascinante que llevan. Pasan la mayor parte de su tiempo bajo tierra, donde tejen toldos de seda que decoran con restos de escarabajos, hormigas y otras arañas de los que se han alimentado”.
[Wired]